Hoy cumplo treinta y cinco años…. en Fuerteventura
Dice la letra de un tango que “veinte años son nada”. No me voy a poner a discutir con Gardel, en primer lugar porque Telefónica no presta servicio de médiums; veinte años son nada o mucho, dependiendo de las circunstancias que hayan concurrido durante esos cuatro lustros a las distintas vicisitudes que haya experimentado el sujeto en esas dos décadas.
En segundo lugar porque Gardel
canta sobre veinte años y yo pretendo escribir sobre treinta y cinco, lo que me
permite afirmar que 35 años dan para mucho, sin entrar en discusión. Hoy se
cumplen precisamente treinta y cinco años de aquel lejano día de San Sebastián, es decir el 20
de enero del año 1976. Hace tanto tiempo que ha pasado mucha agua bajo el
puente, incluso en Fuerteventura, donde mayormente somos de secano; pero de
secano africano, que como todo el mundo sabe es un secano de primera categoría.
Y cuando miró hacia atrás y me
intento ver en aquel día, un día nublado y desapacible con un viento fresco
incómodo, vienen a mi mente dos cosas. Por seguir un orden cronológico, en
primer lugar viene a mi memoria la sonrisa socarrona de un marinero de cubierta
del correíllo, que me veía observar al ya cercano muelle, mientras apuraba la
chicharra de un virginio.
─ ¿Qué, le gusta Puerto del
Rosario?, me preguntó.
─Sí, le dije, pero la capital
¿dónde está?
─ Ahí delante, lo que ve es
Puerto Rosario, me dijo sonriendo con su puntita de coña.
Y allí me dejó, preocupado; para
qué negarlo. Creía yo, que lo que veía, el muelle, el silo, la figura blanca
del cuartel, etc., todo ello formaba parte del barrio portuario de Puerto
Rosario y esperaba que la ciudad estuviera alejada de su muelle, como sucede
por ejemplo en Arrecife.
Me acordé del tirador de mi AML,
que había estado en Fuerteventura instalando aire acondicionado. ─ No se le
ocurra ir a Fuerteventura, allí no hay nada, aquello es un muerto, me dijo
convencido.
Que estuviera en la cubierta del
correíllo, demuestra a las claras que había hecho caso omiso del consejo, pero
lo cierto es que esperaba encontrar una ciudad bastante más grande, que la que
se desplegaba en una suave pendiente, alrededor de la bahía.
Y lo segundo que recuerdo de
aquel día, fue la figura del amarrador en el muelle. Un hombre alto, fuerte,
activo, sonriente, que llamó mi atención por su actividad, mientras cobraba el
cabo del barco y lo aseguraba al noray correspondiente. Los que sean de
Fuerteventura ya sabrán que me refiero a Francisco Álvarez “El Matarife”.
Siempre tuve presente a lo largo
de todos mis años en esta isla, que al primer habitante que vi, fue al
Matarife. Con posterioridad al conocerlo personalmente, el hecho de que Francisco
fuera una persona magnífica con un corazón de oro, me pareció un buen augurio.
Su presencia en el muelle era la bienvenida que me daba Fuerteventura.
Bien, mi llegada tuvo casi todos
los ingredientes que normalmente componen nuestra vida: Sorpresa, temor,
curiosidad, inquietud, esperanza, sensaciones negativas y positivas. Como dice
el refrán, en este mundo traidor no se cierra una puerta, sin que se abra otra.
Desde luego resulta obvio tras treinta y cinco años de residencia majorera,
pero quiero afirmar que jamás he tenido mejor idea que la que me impulsó a
tomar el rumbo de este bendito rincón.
Fuerteventura tiene una magia,
que quizás sólo percibimos los de fuera. Cuando llegas a la isla, ésta te
examina y decide si vas a quedarte o por el contrario vas a salir zumbando tal
y como el gato escaldado huye del agua fría. Todos ustedes habrán observado el
súbito enamoramiento que se apodera de algunos recién llegados, mientras que
otros por el contrario, a las pocas horas de llegar aquí ya están pensando en
organizar su partida.
Esta es una isla mágica, como
mágicos son sus pobladores. Cuando llegué, empecé a conocer poco a poco la
clase de gente que había poblado Fuerteventura. Personas descendientes de
auténticos expertos en la supervivencia. Hijos de aquellos que soportaron una
pobreza terrible con una dignidad que para sí quisieran muchos.
No voy a hablar de las playas,
las dunas, etc., esa parte del paisaje que hemos segregado para disfrute de los
turistas y de aquellos que han ido adquiriendo sus costumbres. Todavía queda la
Fuerteventura sagrada, misteriosa, de los valles umbríos, los rincones
olvidados, las higueras centenarias, los llanos por donde todavía pueden
algunos ver la luz de Mafasca, la mar del norte, la de sotavento y el alisio.
La Betancuria histórica, con su
catedral y sus ruinas franciscanas. Testigos de razzias y saqueos. Las
leyendas, el puerto de Ajuí, el del Tostón, las brujas que aquí también han
sido. Una Fuerteventura que los de fuera empezamos a amar a través de un
palpito que nos dice desde muy dentro,
que hemos llegado a nuestra tierra si no la prometida, sí la que nos
corresponde.
Una Fuerteventura que han amado
tantos y tantos forasteros, con Unamuno a la cabeza si se quiere, cuyos
escritos sobre la isla debieran ser estudiados obligatoriamente en la educación
secundaria de aquí. O la Fuerteventura de las milicias señoriales, aquellas que
organizaban “entradas” a la Berbería o repelían ataques ingleses.
La de los habitantes
prehispánicos y los normandos que aquí llegaron. O la de los andaluces que
llegaron para poblar las tierras de La Antigua. Una Fuerteventura múltiple,
árida, dura, pero capaz de permitir la vida de sus habitantes, gente de un
carácter admirable, excepcional. Tierra de la perdiz moruna, de la tarabilla, del
guirre, de la cabra, del camello, del bardino y
del perenquén y ahora ... también de la ardilla
Una isla que me recibió, me
examinó y me enamoró.
Me ha dado amor,
trabajo, matrimonio, dos hijos, infinidad de amigos y amigas y la satisfacción
de conocer e inter actuar, durante estos largos treinta y cinco años con sus
gentes.
Celebro hoy ese cumpleaños con
Fuerteventura, mi isla, no de nacimiento pero sí de sentimiento. Nací hace
muchos años en Barcelona, amo la tierra que me vio nacer, pero cuando muera -si
me dejan opinar- que cuando uno casca, su opinión cuenta más bien poco; sí sé
donde quiero que me entierren. En Fuerteventura, para que mis huesos contribuyan
a mantener esa Fuerteventura hecha hueso, que decía el gran Unamuno.
Jamás se sabe cómo van a acabar
las cosas, pero si quiero dejar muy claro, que la vida es más sencilla cuando
el territorio en el que habitas te recibe y te acepta. Y este es el caso. Por
eso he querido expresar, en estas humildes líneas, mi agradecimiento a la Isla
y a sus habitantes, los que lo fueron, los que lo son y los que lo serán.
Muchas gracias, de corazón.
GRACIAS POR QUEDARTE AQUÍ !!! UN BESO
ResponderEliminar¡Enhorabuena por esos cuarenta años de estancia en su paraíso personal! Larga vida y a disfrutar. Un abrazo con mis mejores deseos.
ResponderEliminarCuando un ser humano es grande, es grande y engrandece lo venidero, y siempre bienvenidos los que en canarias pisan suelo, contribuyendo a su cultura y sus anhelos.
ResponderEliminarGracias por comprendernos y a la vez traernos nuevos soplos de aires frescos (ideas, soluciones, futuro.. esperanzas ..) y también si me lo permites, en la contribución a la mejora de la raza majorera. Ojalá existan más personas así.
ResponderEliminarSoy canario y aunque no exactamente de Fuerteventura serví en Valenzuela y leyendo su articulo me ha sacado de una duda que comenta la cual nunca comenté la he llevado dentro.Cuanta razón lleva, al decir que la isla transmite sentimiento.
ResponderEliminarFormidable Miguel, que cumplas otros cuarenta años en esa fantastica tierra,un fuerte abrazo.
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