Premios Goya
Nunca se sabe cuándo o dónde va a saltar la liebre, ayer durante la entrega de los Premios Goya, que celebraban su XXV edición, saltó y lo hizo a través de un magnífico discurso del presidente saliente de la academia del cine español. Un discurso de poco más de seis minutos, en los que Alex de la Iglesia dio una auténtica lección de amor por la libertad, puso en valor el papel social de nuestro cine y sentó las bases de una nueva visión para gestionar el mercado cinematográfico.
Desde siempre los creadores han sido gente sospechosa para el Poder (con mayúscula, si señor). Los creadores siempre se han caracterizado por ser individualistas, seres libres, incluso libérrimos y poco dados a ser gregarios; por tanto gente molesta y peligrosa. Ganado duro y rebelde, poco amante de riendas y bocados. En ese sentido, también desde siempre, el poder ha intentado silenciar su voz, unas veces persiguiéndolos a muerte y otras comprando con el oro de todos, su voluntad.
Pero los que tienen inscrito en su alma o en su ADN, como ustedes prefieran, el gen creador, tienden a rebelarse, cuando desde el poder político se intentan manejar sus asuntos. Esto, y no otra cosa, es lo que sucedió ayer, durante la entrega de los Premios Goya. La rebelión pública de un ser libre, ante la imposición de burócratas y políticos.
La Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, me pareció en su momento una idea acertada, una eficaz herramienta de promoción de lo que la gente ha dado en llamar la industria del cine. Luego, poco a poco, comenzó a deslizarse por una rampa, perfectamente engrasada con el dinero público de las subvenciones y me recordaba, lejanamente, a aquellas academias soviéticas de literatos, poetas, pintores o cineastas que respondían al mandato estalinista, con el mismo reflejo condicionado que los celebérrimos perros de Pavlov. En definitiva me parecían, y perdonen por la manera de señalar, una pandilla de amiguetes conchabados con el poder político para llevárselo crudo, que la cosa está muy mala.
Pero miren por dónde, ayer Alex de la Iglesia, escenificó –es un hombre de cine- su desacuerdo con la subvencionada “cultureta” ministerial. Lo hizo a través de un discurso coherente, pleno de amor por su oficio y que abre una puerta a aquellos que se atrevan a crear en soledad, sin la muleta de las “ayudas oficiales” que como es lógico, castran y condicionan. De TVE señalar que volvió a las andadas y camufló el abucheo que el público dedicó a la ministra Sinde; volvemos de cabeza a la censura y aquí nadie va a decir nada.
Pero centrémonos en el discurso, cuyo contenido no tiene desperdicio, Alex de la Iglesia tocó temas de absoluto sentido común, que extrañarían a muchos de los asistentes, por olvidados. Mensajes tan revolucionarios, para algunos de los presentes, como “si queremos que nos respeten, debemos respetar” o “tenemos derechos, pero también obligaciones” debieron remover los centros espirituales de algunos representantes del poder político, presentes en la sala, que tras la experiencia, probablemente tuvieran que apurar un par de tazas de tila.
Ironías aparte, Alex de la Iglesia estuvo espléndido, recordó la creación de los Premios Goya y afirmó que: “Estamos aquí porque hoy hace veinticinco años, doce profesionales de nuestro cine en medio de una crisis tan importante como esta decidieron caminar juntos, pese a sus diferencias”. Y reclamó el derecho a disentir cuando afirmaba que “pudiera parecer que llegamos a este día separados, con puntos de vista diferentes en temas fundamentales. Es el resultado de la lucha de cada uno, por sus convicciones” para seguir, afirmando que “todos estamos en lo mismo, en la defensa del cine, juntos en la diferencia y aún en la divergencia”.
Y afirmaba que Internet no es el futuro, es el presente, una herramienta que ya es parte de nuestra vida. Los internautas son gente, personas, nuestro público. La gente no va al cine porque está delante de las pantallas de sus ordenadores. Pero manifestó que no hay que tener miedo a Internet, de hecho añadió: Internet es la salvación de nuestro cine.
Hay que cambiar de modelo porque las reglas del juego han cambiado, crisis es cambio y cambio supone acción, afirmaba en otro momento de su intervención y recomendaba cambiar el paradigma porque “sólo ganaremos al futuro, si somos nosotros los que cambiamos, formando un nuevo modelo de mercado que tenga en cuenta a todos los implicados”
Un discurso que, por una parte, fue un cántico a la libertad creadora, al derecho a disentir, un aviso a los navegantes que, apoyados en la comodidad de la subvención, no quieren explorar otros modelos. Un reconocimiento del fantástico papel que juegan los creadores, unos privilegiados por su condición, pero que están en deuda con la sociedad, con el público, porque como dijo, una película no es nada hasta que alguien se sienta a verla.
Todo un ejemplo de coherencia, sentido común, amor por el oficio, respeto al público y a los internautas, un llamamiento al trabajo en común, pese a las diferencias y el reconocimiento de la deuda moral, que tienen los creadores con el público. Un discurso en positivo, ni una crítica, muy bueno, realmente bueno. Tan bueno que las ideas que sustenta, obligaban a convertirlo en Presidente saliente, y suerte tuvo de poder pronunciarlo en público. La ministra Sinde hizo todo lo que pudo, que afortunadamente no fue suficiente, para que dimitiera Alex de la Iglesia antes de la gala. Falló la mordaza, se escuchó su voz y expresó sus pensamientos ¿habrá valido para algo?
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