Entre lo malo y lo utópico, aspiremos a lo real
Estamos empezando a vivir los ciudadanos en el convencimiento de que ya no nos valen aquellos dichos que en su momento parió la “sabiduría popular” que decían: “Más vale malo conocido que bueno por conocer” o, si lo prefieren, “Virgencita, Virgencita déjame como estoy”. La situación es tan mala, los que debieran manejarla tan alejados de la realidad que vivimos los de infantería, que los ciudadanos empiezan a estar convencidos que esto no puede seguir así.
Empieza a permear a la sociedad el convencimiento de que hay que cambiar muchas cosas en el día a día de este país, que los encargados de administrarlo están mandando alegremente al carajo, mientras nos cuentan historias que ya han perdido todo el brillo que alguna vez tuvieron y con el que nos deslumbraron no hace tampoco tanto. Que las cosas han cambiado mucho y todo el mundo es consciente que no es oro todo lo que reluce y muchísimo menos en el ámbito de la administración pública y ya no digo si nos referimos a las promesas de los políticos.
A cuenta de ese sentimiento colectivo, por ahora la cosa anda todavía en el estadio del sentimiento, nadie ha encontrado el catalizador necesario para que pasemos de la opinión a la acción, del sentimiento al convencimiento. Decía que a cuenta de ese run run, de ese sentimiento, se recibió con una esperanza desmedida, a mi modesto entender, la eclosión de una cosa, un algo, que ha dado en llamarse el movimiento 15 M; un movimiento juvenil en su mayoría, apartidistas se declaraban, que decidió reunirse, que no manifestarse, en las plazas de las ciudades al objeto de, a través del sistema asambleario, poner en marcha una serie de cambios que juzgaban absolutamente necesarios.
Bien, estas cosas se sabe como empiezan y, excepto para los organizadores reales, nadie sabe como acaban. Las asambleas propusieron una serie de cuestiones, unas aceptables para la inmensa mayoría de los ciudadanos y otras, sobre todo en el terreno de lo económico y lo fiscal, que francamente pertenecen al terreno de lo utópico, y si lo de utopía les suena exagerado, absolutamente imposibles de aplicar a nuestra realidad, sin producir un auténtico cataclismo.
A estas cosas de las asambleas, los que tenemos experiencia en ellas, los que nos hemos tragados horas y horas de este mecanismo de debate, allá por los años 60 en la Universidad española, les tenemos más bien poca fe. Sabemos lo que sucede: el buenismo, el voluntarismo si no se adecúan a lo posible, a la realidad, no sirven para nada. Aunque hay que reconocer que el movimiento tuvo una gran acogida en los medios y que tuvo el efecto virtual, eso sí, de animar a mucha gente a la reflexión y el debate.
Después las cosas del 15 M han ido sufriendo una evolución negativa y lo cierto y verdad es que parece que hayan tomado las riendas de su dirección, los elementos más antisistema de ese movimiento. Eso no es bueno, habría que preguntarse si estamos contra el sistema o contra la manera de administrarlo; si aceptamos esta democracia parlamentaria que fija nuestra Constitución, aunque estemos visceralmente en contra de los prevaricadores servidores públicos que supuestamente lo administran en función del bien común.
Todo el mundo firmaría muchísimas cosas de las que se han propuesto, el cambio de la Ley Electoral me parece que es una de ellas, nadie ha hablado de algo muy importante: La Ley de Huelga que está esperando que alguien decida crearla, hay que quitar el poder, del que se han apropiado indebidamente, a los partidos políticos, pero también deben pasar por el mismo trance los sindicatos y de eso no he oído nada.
Creo firmemente que nuestro sistema puede funcionar, es necesario sin embargo mejorar los elementos de control, en lo político y en lo financiero. Debemos crear una sociedad más justa equitativa y democrática, eso es muy cierto; pero si toda la fuerza se nos va por la boca y nos agarramos al globo de lo utópico, lo que hacemos es dar armas a los que pretenden seguir instalados en lo de Virgencita, Virgencita, déjame como estoy.
Nuestro sistema ha sufrido un proceso de degeneración democrática muy profundo, hay que acabar con el inmenso poder de los partidos políticos, de los sindicatos y organizaciones empresariales. Hay que ajustar la libertad con la que actúa la banca y el mundo financiero en nuestro país, hay que generar empleo, pero todo eso hay que hacerlo dentro del sistema.
Como les decía en el título entre lo malo y lo utópico, apostemos firmemente por lo real, por lo posible. Porque lo único que hace falta para ello es tener fe en que la justicia, la equidad y la solidaridad son posibles, si los ciudadanos nos empeñamos en ello. Hay que cambiar a los administradores del sistema y a sus herramientas, podemos si queremos, eso es lo bueno y también lo difícil.
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