Desde luego no van descalzos.
Anda el personal entre revuelto y escandalizado ante el
descubrimiento de la cuantía de los patrimonios de los políticos que rigen
nuestros destinos y que acaban de hacerse públicos. No hay emisora de radio o
televisión que no haya aprovechado la oportunidad para llevar a cabo esas
encuestas de urgencias, en las que le meten la alcachofa al primer ciudadano
que encuentran para que diga lo que opina sobre el tema del día, de la semana o
del siglo.
Y tengo que decir que al menos los que he visto en la tele,
he escuchado en la radio y la inmensa mayoría de los que opinan en las redes
sociales, han entrado al trapo de la noticia, diciendo – como es costumbre en
este país – no lo que realmente piensan,
sino por el contrario lo que creen que deben decir. Así que probos
ciudadanos y ciudadanas se han apresurado a expresar su sorpresa por la
importancia de las cifras y su rechazo, porque claro “con la crisis que
sufrimos parece mentira que tengan lo que tienen” y ”hay que dar ejemplo,
faltaría más”
Me voy a meter en un charco, pero no me importa, no puedo
entender esta reacción por distintas
razones. En primer lugar y pese a lo que vende la izquierda, el ser rico no es
malo per se; el que alguien tenga dinero no le convierte en un explotador
responsable del hambre en el mundo o en un especulador sediento de la sangre de
los obreros y necesitados. En segundo lugar todo el mundo en este país, salvo
cuatro y el cabo, estábamos de acuerdo y así se expresaba de manera unánime,
que los componentes de la casta política se dedicaban a cultivar diligentemente
sus intereses y los de sus amigos mientras que a los ciudadanos nos iban
peinando.
Por lo tanto partiendo del general consenso sobre la
presunta falta de honestidad de los políticos de cualquier color político, el
acuerdo unánime sobre la virtud de sus señoras madres y las correspondientes
tragaderas de sus presuntos progenitores, no sé a qué viene la sorpresa, el
pasmo, el escándalo. Si como parece el “pueblo soberano” sabía con quien se
jugaba los cuartos y sólo ejercía su
derecho al pataleo y a la crítica en la barra del bar o en Twitter y Facebook
¿a qué viene ahora el guirigay, la controversia, la conmoción?
Si realmente quisiéramos conocer la verdad y opinar con
fundamento habrá que convenir que nos resulta imposible opinar con criterio,
porque para resolver este problema nos faltan datos, sólo se nos ha permitido
ver una parte del conjunto. Se nos dice cuánto, pero no cómo ni cuándo. Me explico, para estudiar el
asunto con la seriedad que amerita un tema que afecta a la honorabilidad de
personas, que por muy políticos que sean, habrá que concedérsela, debería
figurar en esa declaración, cuál era el patrimonio del político en el inicio de
su actividad pública y cuál ha sido su evolución a lo largo de los años,
además de relacionar que cargos se han ostentado y en qué fechas.
Entonces podríamos saber quiénes se han enriquecido de una
manera “normal” y quién forzosamente debe ser dueño de una varita mágica,
porque sólo con un sueldo de 3.500 euros se ha hecho con un patrimonio espectacular.
Porque la pregunta es ¿nos parece mal que sean ricos? Bueno al
margen de la natural envidia, creo que no, si lo son es porque nosotros se lo
hemos permitido. Desde siempre he escuchado a los ciudadanos quejarse de los
esplendorosos sueldos de los políticos y del poco empeño que ponían en ganarlo,
mientras que por el contrario los padres de la patria afirmaban precisamente lo
contrario. Por tanto parece que no puede haber sorpresa, pero es que además
estamos en el debate que menos interesa de verdad al ciudadano.
No son los sueldos que perciben, y que pagamos con nuestros
impuestos, lo que les permite tener los patrimonios que hoy disfrutan, el
secreto está en la posibilidad que tienen de mantener actividades económicas
paralelas a su actividad como cargos
públicos. Ese sí es un asunto vidrioso que deberíamos remediar, en vez de estar
ocupados en la estéril tarea del escándalo, el pataleo y el morbo de saber cuál
es el que más tiene.
Lo que deberíamos exigir es que mientras un individuo decida
libérrimamente dedicarse al servicio público, le esté prohibido llevar a cabo
actividades económicas que le produzcan beneficios económicos. Lo que no puede
ser es que la inmensa mayoría de nuestros diputados tengan concedida la
compatibilidad, lo que les permite trabajar en la empresa privada o en sus
asuntos particulares. Y a lo mejor son contratados en empresas y bufetes por su
valía profesional, pero también pudiera ser que a lo peor lo son, precisamente
por el cargo público que ostentan.
Eso es lo que debe preocuparnos, la manga ancha que se ha
tenido para con nuestra particular casta política a la que le hemos permitido
organizar el asunto en su beneficio sin que los ciudadanos hayamos abierto la
boca. Hay que establecer la incompatibilidad absoluta para ejercer cargo
público y a la vez llevar a cabo
cualquier tipo de actividad remunerada. Sumen a la incompatibilidad, la desaparición
de los privilegios anejos a sus cargos y seguro estaríamos hablando de otros
patrimonios.
Claro que en la noticia ha habido cosas que me han llamado
la atención y que no me resisto a comentarles. Por ejemplo la especial
relevancia que se le ha dado al patrimonio de Rajoy, que en su juventud se
tragó la durísima preparación que le permitió aprobar la oposición a
Registrador de la Propiedad, lo que justifica en principio su patrimonio,
mientras que por el contrario alguno con un patrimonio más “modesto” no tiene actividad alguna declarada, lo que
obliga a suponer que vive de su sueldo y ciertamente llama la atención la
cuantía de ese patrimonio ahorrado euro a euro de un sueldo generoso, pero no
tanto.
Eso sí, este asunto me ha devuelto la fe en el capitalismo, el ejemplo del camarada Llamazares que a pesar
de su comunismo militante ha invertido sus más de 300.000 euros de patrimonio
en fondos de inversión supone un bálsamo para los que defendemos la libertad de
mercado. Llamazares invierte su dinero en esos fondos especulativos que modifican la
conducta de los mercados en su particular beneficio y que nos tienen amargados
con lo de la prima de riesgo, etc... Que un marxista convencido invierta su
patrimonio en una actividad de ahorro, pero ahorro especulativo, me convence
una vez más, que una cosa es la que dicen y otra lo que hacen.
Y si no me quieren creer, observen la particular conducta de
Pérez Rubalcaba, que hace unos meses recomendaba a los ciudadanos consumir, al
objeto de animar la economía y sin embargo él con un millón de euros de
patrimonio anda por la vida con el célebre Skoda rojo con más de once años de
sacrificados servicios a su espalda.
Así que ya saben no deben preocuparse de cuánto tienen, sino
cómo y cuándo lo han ganado. Eso por una parte, por la otra exijan que el que
se dedique a la política lo haga con dedicación exclusiva, probablemente si así
fuera tendrían menos de la mitad del patrimonio que ahora disfrutan.
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Interesante artículo Miguel. Enhorabuena
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