¿Somos realmente un Estado de Derecho?
¿Dominus vobiscum? |
Quizás
a algún lector le sorprenda el título del presente post, nos pasamos la vida
escuchando afirmaciones pomposas referidas a la existencia y validez de este
supuesto Estado de Derecho en el que presuntamente vivimos. Todos, sálvese
quien pueda, hacemos referencia al mismo de vez en cuando, pero realmente
¿España es un Estado de Derecho?
Pues
francamente tengo serias dudas, probablemente en ese consenso sobre su
existencia haya mucho más de teoría, que de realidad; mucho más de bálsamo
tranquilizador que de escenario real. Si vivimos en un Estado de Derecho,
tendremos que aceptar que éste se encuentra muy mal de salud y resiste en un
estado casi comatoso, gracias a la respiración asistida, la ventilación mecánica
y la alimentación por vía intravenosa. Quien tenga dudas al respecto que
repase su memoria o busque en las hemerotecas la noticia publicada sobre la
apertura del Año Judicial.
Una
ceremonia solemne celebrada hace apenas unos días, que entre otras finalidades
debiera servir para subrayar la celebérrima independencia de los tres poderes
que conforman necesariamente el estado de Derecho y que este año sirvió para
que el presidente del Tribunal Supremo hiciera dos asertos que son para que
todos nos ruborizáramos y pasáramos directamente de la reflexión a la vía de
los hechos al objeto de solucionar el pavoroso problema que denunciaba Carlos
Dívar.
Señaló
el presidente del TS el disparate que supone que el Tribunal Constitucional
entre a juzgar la bondad o maldad de las sentencias del Supremo más allá del
ámbito que le es propio al TC, que no puede entrar en estudiar las pruebas o
las sentencias del TS desde el punto de vista técnico jurídico y sólo debería entender sobre la constitucionalidad de los elementos jurídicos
utilizados para sentenciar y en la protección de los derechos fundamentales del
justiciable que consagra nuestra Constitución.
Que en
un país europeo, moderno, que fue en tiempos maestra del derecho para medio
mundo, el Tribunal Constitucional y el Supremo anden a la greña a cuenta de las
injerencias que se producen en la esfera de actuación de uno de ellos resulta
muy grave y con ser esta situación insoportable, no fue lo más grave que
denunció el presidente del TS.
Hizo
una afirmación a lo largo de su discurso que pudiera parecer al observador poco
avisado una obviedad y que probablemente escandalizó a los que se niegan a ver
la realidad de las cosas, cegados como están en defender intereses
inconfesables, y conste que si los califico como inconfesables se debe a su
condición de no confesados. Afirmó, advirtió Carlos Dívar que “Las decisiones
del Supremo deben ser respetadas por todos, en particular por las instituciones
públicas”.
Una
afirmación que nos coloca ante una situación que no podemos obviar. En España el
Estado de Derecho, que se fundamenta ineludiblemente en el respeto a la ley y a
las decisiones de sus órganos jurisdiccionales, cuyo paradigma debiera ser el
viejo aforismo jurídico que reza “Dura lex sed lex”, está siendo sustituido,
ante la irreprimible satisfacción de muchos, por otro de nuevo cuño que se apoya en un aforismo distinto: “No es
justo lo que no es de mi gusto” y los que aún creemos en este sistema, vemos
estupefactos e indignados como instituciones y cargos públicos electos se pasan
el contenido de las sentencias por el mismísimo arco del triunfo, me van a
perdonar ustedes la manera de señalar, sin que nada suceda.
Naturalmente
que los bien pensantes, los políticamente correctos, dirán que no es para
tanto, que hay que ver como se ponen estos catastrofistas, que si hablando se
entiende la gente, que esto lo solucionaremos más tarde, que ahora no es el
momento, etc. Pero lo que está claro como el agua es que en España si a un
ciudadano se le ocurre la peregrina idea de no acatar una sentencia, cae sobre
él todo el peso de la ley, mientras si quien advierte que no piensa cumplir el
contenido de la sentencia porque no le gusta y además insulta a los magistrados
que la hayan firmado, es un cargo público del sindicato de los “demócratas
fijos discontinuos” o una Institución, aquí no pasa nada y no pasa nada porque
nuestro sistema jurídico castiga esta conducta con una lenidad tal que resulta
inadmisible.
Es
España desobedecer a los tribunales o atacar la propia existencia del Estado de
Derecho sale prácticamente gratis, si quien lo hace resulta ser una
Institución, autoridad o funcionario público. El “problemilla” se salda con una
multa y una leve inhabilitación. En España las leyes que defendían la
existencia del Estado de Derecho se han cambiado por otras que impiden el fin
para el que supuestamente fueron creadas. Si pasado mañana a D. Artur Más se le
ocurriera anunciar la secesión de Cataluña y organizara un referéndum para ratificarla,
aquí no pasaría nada, porque nuestro Estado de Derecho no tiene armas para
combatir estas cuestiones. Claro que alguno sostendrá que a Más se le
inhabilitaría y que esa es una pena muy grave para un político, yo digo que sí,
que a lo peor se le impondría una multa y pudiera ser inhabilitado entre seis
meses y dos años. Que ya me contarán ustedes si la pena tiene la bastante carga
coactiva como para provocar el efecto disuasorio correspondiente.
Pero
además hay que señalar que todos estamos hartos de ver como se saltan a la
torera las sentencias del Supremo sin que nada suceda; así que habría que
preguntarse de que valdría la sentencia de la presunta inhabilitación de Más o
de cualquier otro que pretenda la secesión de España, pues no serviría para nada. Con archivarla en el armario de “sentencias
incumplidas” asunto solucionado.
No
estoy haciendo teoría, todos sabemos que lo que describo puede suceder
cualquier día de estos; cuando algunos advertíamos de que estábamos entrando en
una deriva que podría llevarnos a la ruptura de España como nación, los que eso
sosteníamos fuimos insultados y convenientemente descalificados. Todos recordaremos
a “ocurrentes” cargos socialistas riéndose y haciendo burla de tal afirmación.
Ahora los que honradamente sean demócratas ya no reirán tanto.
Es
intolerable que el Presidente del Supremo tenga que pedir en un acto solemne
que las instituciones públicas respeten el contenido de las sentencias. Pero lo
grave del asunto no es que tenga que advertirlo ante la contumaz resistencia de
muchos al cumplimiento de las mismas, lo más grave es que debe limitarse a
decirlo, porque nuestro Estado de Derecho no tiene las armas jurídicas
necesarias para imponer la obediencia y el acatamiento cuando éstos no se
producen.
Hemos
pasado del Estado de Derecho al Estado Indefenso y algunos se alegran.
Mientras, los responsables se ponen de perfil o silban quedamente y miran para
otro lado.
El artículo 155 señala: "Si una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España, el Gobierno, previo requerimiento al presidente de la Comunidad Autónoma y, en el caso de no ser atendido, con la aprobación con mayoría absoluta del Senado, podrá adoptar las medidas necesarias para obligar a aquella al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado interés general. Para la ejecución de las medidas previstas en el apartado anterior, el Gobierno podrá dar instrucciones a todas las autoridades de las Comunidades Autónomas".
ResponderEliminarNo es un estado de derecho, ni un pais. España es una farsa.
ResponderEliminarEl PP tiene un largo historial referente a sus polémicas con jueces y magistrados cuando no le dan la razón. Tendríais que callar porque lo que dice Dívar va por ustedes también.
ResponderEliminar¿Y, quiénes son ustedes?, aquí que cada palo aguante su vela. Pero es que además no es cierto que haya que callar. El que presuntamente otros hayan actuado mal, no justifica lo que se denuncia.Hay que defender la independencia y la separación de los tres poderes por encima de cuestiones tácticas o ideológicas, al menos si uno quiere vivir en democracia real. Saludos.
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