Cuarta entrega. Mostar 20 de abril de 1993
El Alfa 21 y su tripulación. Sobre la cabina del conductor, el legionario Morales |
… Mientras el capitán se dirigía a su BMR, me di la vuelta
y le grité a Ávila que la gente embarcara y pusieran los motores en marcha.
Instantáneamente escuché el rugido del motor de mi BMR, sonreí, como siempre el
1º Guerra había estado atento a la jugada; subí al blindado y luché con el
casco de transmisiones hasta ponérmelo, miré
a la columna y pregunté a los Alfa si había novedad; todos los vehículos
tenían el motor en marcha y estaban listos para partir, les ordené seguirme y que mantuvieran la distancia entre vehículos.
Por
la línea interna ordené a Morales que siguiera al BMR del capitán, que se había
puesto en marcha y avanzaba en nuestra dirección. Al pasar a mi altura vi al
Capitán Romero hacerme gestos para que
lo siguiera, Morales movió el BMR y en el giro no se llevó por delante
a tres musulmanes que estaban cuerpo a tierra en el costado de la carretera,
porque Dios es grande. A pesar de los
auriculares oí los gritos de los de la Armija que debían estar acordándose de
nuestra parentela hasta la quinta generación como poco. Le grité a Morales que estuviera más atento y me aseguré que el resto de BMR,s me siguieran.
A
bastante distancia pude ver al vehículo del capitán que giraba a su derecha,
maldije entre dientes la prisa que siempre llevan los jefes y cuando iba a
utilizar la radio para pedirle que aminorara la marcha me percaté que el
blindado aminoraba la velocidad. Cuando llegué a la desviación, lo
entendí, estábamos ante un puente que cruzaba el Neretva y en su acceso los croatas tenían instalada
una cosa entre barricada y barrera que permitía
solo el paso de un vehículo, Romero estaba casi detenido esperándonos.
Desde
ambos lados del río se tiroteaban con un fuego no demasiado intenso de
fusilería y alguna ráfaga de fusil ametrallador. A pesar de que había visto al
pasar que los musulmanes, tenían RPG,s y ametralladoras, no las
estaban usando y el fuego casi cesó cuando comenzamos a cruzar los soldaditos
de UNPROFOR. Me pareció una buena señal, aunque a la vista de la nochecita que
pasamos después, tengo que reconocer que como profeta no me hubiera ganado la
vida.
El Cabo 1º Arienza comprobando los efectos de la metralla en su BMR |
Me
aseguré que el BMR del 1º Arienza que
cerraba la columna hubiera pasado el puente y se lo comuniqué al capitán, tuve
alguna dificultad porque Recena y su particular facundia radiofónica tenía la
frecuencia ocupada, parecía que estaba recibiendo fuego y lo comunicaba
extensa y detalladamente. Mientras tomaba nota de lo difícil que resulta mantener la
disciplina en las transmisiones, me di cuenta de la terrible oscuridad que nos
rodeaba, nunca había estado en una
ciudad en la que no lucía una sola luz y el resultado era impresionante.
Nos
alejamos del puente por una vía paralela al río, desde la parte alta de Mostar
y el monte Hum podía ver como los proyectiles trazadores buscaban sus blancos en el otro lado del río. Llegamos a
una avenida bastante ancha flanqueada por arbolado, la radio crepitó y
Romero dio orden de hacer alto y que
permaneciéramos muy alertas.
A
pesar de la casi total oscuridad divisé
al frente un coche pequeño de color blanco, que parecía un 127 o su
copia bosnia. Se encontraba detenido en mitad de la calzada en el mismo sentido
que llevábamos nosotros. El capitán informó que había un hombre en el interior
del vehículo, que él iba a adelantar al
coche para cubrirlo por el frente, yo debería cubrir con dos blindados los
costados del coche y comprobar si el ocupante estaba vivo.
Ordené a Ávila que se acercara hasta el 127 por su
derecha y que detuviera el BMR de manera que
lo protegiera y me dispuse a hacer lo mismo por el costado izquierdo. El
sargento 1º que debía estar en modo “optimista antropológico” me preguntó si la
maniobra era parte de un supuesto o era un caso real. No me dio tiempo a
contestarle, de ello se encargó el hijo de mala madre del tirador de una MG que
nos lanzó una larga ráfaga de advertencia por encima de nuestras cabezas, así
que nada hubo que aclarar.
Me
acerqué despacio, por aquello de que Morales no se llevara puesto el coche, le
mandé hacer alto y por mucho empeño que puse no pude ver nada, el capitán había
ordenado que no abandonáramos los vehículos así que encendí una linterna aunque
no me hacía maldita la gracia, pero ya se sabe que cuando toca, toca y que
además Dios protege a los tontos y por lo tanto no debía preocuparme demasiado.
Por desgracia lo mismo le pasaba al ocupante del coche al que alguien le había
quitado todas las preocupaciones reventándole literalmente la cabeza de un
disparo. Iluminé el interior por si veía algún arma, no vi nada, excepto una
mancha casi negra que ocupaba toda la pechera del pobre desgraciado al que al
parecer le habían metido unos cuantos tiros por el cristal delantero.
El letrero advierte: ¡Cuidado francotirador! |
Se
lo comuniqué al capitán y como nada podíamos hacer por él se puso en marcha y
sin tener ningún tropiezo reseñable más allá de
algún que otro mosqueo a cuenta de disparos que se producían a nuestro paso,
aunque todavía no habíamos recibido ningún impacto en los blindados, circulando por unas calles invadidas de una oscuridad casi absoluta nos plantamos ante un edifico
de al menos siete plantas en el que la Armija tenía su cuartel general en la
zona croata de Mostar. Montamos el cirio correspondiente, entre que llegamos,
colocamos los vehículos en una posición adecuada y montamos un servicio de
seguridad medio decente.
El
capitán me indicó que teníamos que asistir una reunión importante, le pedí me concediera un
minuto y reuní a los jefes de pelotón, les ordené que procuraran que la gente
durmiera por turnos, que orinaran, comieran algo, llenaran las cantimploras y
que no se confiaran bajo ningún concepto. Pregunté por los legionarios y me
dijeron que estaban perfectos y con ganas de intervenir. Miré a la puerta y
allí estaba el capitán Romero, esperándome pacientemente.
Le dejé el cetme a
Guerra y mientras se desataba un feroz tiroteo que venía de la parte del río,
más al norte del puente que habíamos cruzado, subí los escalones de dos en dos.
Con el capitán se encontraba el teniente Castro de mi Tercio, un tipo simpático
y alegre, que dominaba el inglés y a cuenta de eso terminó de oficial de enlace en la misión y allí estaba llevando a cabo su labor.
Los
de la Armija que estaban de guardia nos miraron atentos, desde luego no había
simpatía alguna en sus rostros. Seguí a mi capitán que entró en un pasillo que
terminaba en una escalera que bajaba a un sótano que estaba perfectamente
iluminado. En él estaba el general sueco, no recuerdo bien su nombre, me parece
que era Pellman, acompañado por un capitán que llevaba un ordenador portátil y
un sargento que supongo que a falta de otra cosa que hacer se ocupaba de ponerle y quitarle el chaquetón al general.
El Cabo 1º Guerra y un servidor tomando un café. |
Estaban
de pie esperándonos. En la habitación se encontraban, separados por una gran mesa de
reuniones, dos militares, uno del HVO y otro con la escarapela de la
Armija, que por su aspecto tenían que estar en la parte alta del escalafón, dos
acompañantes con aspecto de escoltas
flanqueaban a cada uno. No llevaban armas largas, sí lucían pistolas al
cinto y pude ver que uno de los croatas tenía un bulto en el bolsillo lateral
del pantalón, que me hubiera jugado la vida a que era una granada de mano y
seguro que no la hubiera perdido.
Pellman
se acercó a la mesa que ocupaba casi toda la sala y nos señaló el lugar que
debíamos ocupar. Estaba serio, pero parecía sereno. Con pocas palabras,
secamente, situó a su izquierda al musulmán y a la derecha al croata, ambos
tomaron asiento acompañados de sus respectivas escoltas. A continuación,
separado de los del HVO por una silla vacía hizo sentar al capitán Romero y a
Castro y a mí nos señaló los asientos que estaban frente a nuestro capitán.
Castro me susurró que los jefazos bosnios eran los generales al mando de las
fuerzas del HVO y la Armija que hasta
hacía unas horas eran aliadas y ahora andaban a tiros por toda la ciudad. El
capitán tras colocar el portátil sobre la mesa se hizo con una silla y se sentó
detrás del general ligeramente a su izquierda. El sargento continuó de pie
cuidando el chaquetón del general.
Éste
en inglés presentó a los asistentes,
terminada la presentación se sentó y comenzó un discurso que poco a poco fue
subiendo de tono y degeneró en bronca monumental, subrayada por una serie de
puñetazos sobre la mesa. A estas alturas, ya saben los que siguen esta serie,
que yo de inglés ando mal, tirando a peor, pero Castro, que en eso andaba
sobrado, me iba comentando el discurso entre asombrado y preocupado, porque el
sueco que debía tener una buena dosis de sangre vikinga, pero de vikingo
sanguinario y bronqueras, estaba desatado y hasta yo, que no comprendo gran
cosa de inglés, me sobresalté cuando escuché con claridad como insultaba a los
generales.
El
general les ordenaba que pararan los enfrentamientos y los amenazaba como si
estuviera sentado en el PC de UNPROFOR y no en un sótano controlado por la
Armija. El capitán Romero asistía impávido al broncón como si estuviera en una
educada reunión internacional aunque lo del general era de una imprudencia y
falta de tacto difícilmente soportable.
Cuando
al sueco se le fue terminando el fuelle les tocó el turno a los naturales del
país los dos generales protestaron y
discutieron acaloradamente mientras se acusaban mutuamente de haber iniciado el jaleo. Resultaba
evidente que se conocían muy bien y tenías muchas cuentas pendientes que ajustar.
Al
final se pusieron de acuerdo y comenzaron a discutir más calmados aunque con
algún arrebato puntual del vikingo, al que todavía le quedaban ganas de
abroncar a los contendientes. Por fin decidieron que mi sección saliera a
patrullar, acompañado de un oficial del HVO, otro de la Armija y el teniente
Castro que me haría de intérprete, con la tarea de convencer a los
contendientes para que iniciaran un alto el fuego y se retiraran a sus
acuartelamientos. Así me lo comunicó mi capitán, a mí se me vino medio mundo encima pero dije
lo que tocaba, es decir eso tan socorrido de: A la orden, pero que
procurara que el croata de la granada de mano no viniera a la agradable
excursión que se planeaba o al menos que dejara el artefacto a su compañero.
Me
levanté, Pellman me hizo un gesto con la mano y me largó un discurso sobre la
gran responsabilidad que tenía y la confianza que depositaba en mis
subordinados y en mi persona. Personalmente no estaba para discursos y no me
hacía ni puñetera falta que me recordara la responsabilidad que tenía. El sueco
me dio una orden que me dejó turulato, me dijo que si recibía fuego que
contestara con toda la potencia de fuego de mi unidad y que le llevara las
bajas hasta él. La orden del sueco contravenía todas y cada una de las reglas
de enfrentamiento que habíamos recibido. Miré discretamente a mi capitán, que
con un levísimo encogimiento de hombros me dijo muchas cosas, eso sí, sin abrir
la boca.
Pellman,
que parecía haber recuperado la paz interior se incorporó, me dio la mano,
sonrió y me dijo con sonrisa de conejo, poniendo énfasis en la frase: Tengan mucho cuidado ahí fuera,
lo que me transportó a la serie de Canción triste de Hill Street. No sabía de
qué iba, pero era raro de cojones, eso tenía que ser o es que los generales suecos eran muy
distintos a los que yo conocía hasta la fecha.
Me
volví hacia “mis invitados” a los que no veía muy animados ante la tarea que
nos esperaba, el croata parecía algo mustio a cuenta de la pérdida de su granada de mano. Sonreí a Castro y le dije, vámonos colega tenemos una guerra que parar...
Pero eso queda para la quinta entrega de este
relato que no hay manera de que termine. Tengo puesta mi esperanza en ese dicho
que asegura que no hay quinto malo. Aunque eso lo veremos mañana, si ustedes siguen ahí.
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