El
teniente Castro se echó a reír cuando escuchó la frase que solté
con tono grandilocuente. No iba a ser el general el único en
utilizar frases peliculeras, lo de parar una guerra me sonaba a
película y quedaba bien.
Comencé
a subir las escaleras. Mientras lo hacía me di cuenta que la
preocupación me estaba pesando demasiado, a fuer de sincero debo
reconocer que estaba francamente “acongojado”. Me parecía que éramos una herramienta demasiado pequeña como para
cumplimentar la misión. Respiré hondo y tragué saliva intentando
que el nudo que tenía en la boca del estómago desapareciera. Pero
afortunadamente, por sorpresa, mi servicio de atención sicológica
personal, esa voz que todos hemos oído más de una vez, me habló
lenta y claramente.
Me
dijo: Miguel si cada vez que tus legionarios se enfrentan a una
dificultad y parecen vacilar, tú les dices eso de “que si este
asunto fuera fácil no habrían mandado a legionarios a solucionarlo”
y el método funciona, aplícate el cuento, levanta el ánimo y
recuerda que tienes un montón de almas a tu cargo, así que de
frente con la legionaria y salga el sol por Antequera.
Sería una chorrada pero me
sentí mucho mejor. Habíamos llegado
al vestíbulo y pensé que era
el momento de meterle las cabras en el corral a los dos oficiales
que nos iban a acompañar. Me
detuve y le pedí a Castro que explicara a los bosnios como
íbamos a manejarnos en relación con su presencia.
Obedecerían las órdenes que recibieran; evitarían cualquier tipo
de discusión o enfrentamiento entre ellos; sucediera lo que
sucediera no podrían empuñar un arma, deberían tener claro que
dispararíamos a matar al que desobedeciera esta orden. No
podrían abandonar el BMR sin mi permiso y evitarían, en la medida
de lo posible, que los vieran sus respectivos adversarios.
Castro
me tradujo y no les gustó ni
un ápice lo que escucharon, intentaron discutir la jugada pero
callaron al escuchar que los jefazos subían. Me miraron con mala
leche, pero trincaron el pico. Salí a la calle y llamé a los jefes
de vehículos, les expliqué lo que íbamos a hacer, les
di la charla que correspondía y los mandé con su gente para que
pusieran los motores en marcha. Retuve al 1º Guerra y le dije: Ojo
con esos dos mendas, no hay que fiarse ni un pelo de ellos, sobre todo
vigila al del HVO que me da muy mala espina,
quiero que los tengas permanentemente
controlados, si echan mano de
la pipa te los llevas por delante, pero cuida de no desgraciar
al teniente Castro que es joven y le queda mucha vida por delante.
Subimos
al BMR por el portón trasero y la tripulación ocupó sus
posiciones. Escuché al Cabo Metralla que andaba trasteando con la
munición de la ametralladora. Enlacé por radio con la columna en
demanda de novedades, todos estaban listos. Suspiré profundamente,
me encomendé a la Providencia y ordené que nos pusiéramos en
marcha.
A
mi espalda Castro me iba señalando el camino, nos acercábamos a una
zona en la que se oían muchos disparos, asomamos a una plaza en la
que la sección de Recena estaba desplegada, lo llamé por radio. Mi
compañero estaba profundamente cabreado, les habían disparado y si abría las escotillas lo volvían a hacer, pero
le habían ordenado permanecer en ese lugar porque la plaza dominaba un
acceso importante al barrio musulmán y me dijo que aguantaría allí
hasta que le ordenaran lo contrario. Le desee suerte y corté la
comunicación.
Nos
dirigíamos hacia un puente Bradley, me acordé de una de las muchas
recomendaciones que me había hecho mi capitán y ordené que lo
cruzáramos de uno en uno, a mi espalda pude ver como el HVO
desaparecía totalmente en el interior del vehículo. Cruzamos el
puente y giramos a la derecha para dirigirnos al puesto de mando de
la Armija. En la calle se veía
mucha gente armada y su actitud no era nada amistosa. Pedí a Castro
que el oficial de la Armija hiciera un esfuerzo por que se le viera y
el tipo que, apenas asomaba los ojos por la escotilla, se puso de mala gana de
pie con cara de cordero degollado.
Llegamos
al PC musulmán y nos detuvimos. La gente nos gritaba, agitaban sus
armas y
unos cuantos hijos de puta se dedicaron a disparar al aire. El
clima era de locura contenida, me preguntaba cuanto
tardaría aquella gente, que
parecía actuar sin que nadie los dirigiera, en
decidir pasar de la actitud
amenazante a la violencia. Para
mi consuelo, por la puerta principal del acuartelamiento aparecieron
tres individuos que se acercaron al BMR.
Charlaron
brevemente con nuestro acompañante y volvieron por donde había
venido, Castro dijo que habíamos terminado allí y aliviado ordené
que siguiéramos de frente para alejarnos de aquellos locos. Nos cruzamos con unos
coches civiles que transportaban heridos a toda velocidad,
marchábamos lentamente y de golpe pude ver la gasolinera en la que hacía unas horas había estado esperando a mi capitán.
Castro
me dijo que nos detuviéramos a la altura de la gasolinera y allí el
oficial musulmán mantuvo una excitada charla con el que por lo visto era el
jefe de la gente que por allí andaba desplegada y que protegían,
entre otros objetivos, el acceso al puente.
Giramos
y volvimos por donde habíamos venido, pero al llegar a la
bifurcación en lugar de volver a entrar en el barrio musulmán
cogimos una desviación que era la carretera que llevaba a Sarajevo
circunvalando Mostar. Íbamos a volver a la zona croata a través de
un puente que estaba situado más al norte.
Si
digo verdad, guardo un recuerdo muy confuso de aquella noche. No
conocía la ciudad, la oscuridad era casi completa, los disparos y
explosiones no ayudaban en nada a mi concentración.
Teníamos
problemas cuando nos topábamos con grupos pequeños de
combatientes porque tal era la confusión que no se sabía, hasta estar muy cerca de ellos, a que bando pertenecían. Mis dos bravos acompañantes
habían decidido que era mucho más cómodo y sobre todo más seguro
viajar en el interior del blindado y nos costaba Dios y ayuda
convencerles para que se asomaran cuando hacían falta porque se arriesgaban a que les dispararan si topaban con la gente equivocada.
Personalmente había tomado una decisión no muy inteligente y desde luego nada
prudente. En la plaza donde estaba Recena alguien había disparado
una ráfaga de AK muy cerca de mi BMR. Me sobresalté y practiqué
una “inmersión” urgente en el interior del blindado. No me
pregunten por qué, pero me sentí avergonzado y decidí que ningún
hijo de puta iba a conseguir que me metiera dentro, así que
circulaba de pie y con medio cuerpo fuera de la escotilla.
Resultaba
extraño llegar a un cruce de una avenida y toparte con unos tíos
que estaban allí disparando su MG y pedirles cortesmente que dejaran de disparar
para que pudiéramos cruzar, lo hice unas cuantas veces y cuando
podía distinguir las escarapelas, sacaba de su refugio al
acompañante correspondiente para que les anunciara la buena nueva.
Se había ordenado por la autoridad competente, un alto el fuego.
Estuvimos
patrullando unas tres horas, hasta que en uno de los altos que
hacíamos para descansar en el cuartel general de la Armija, alguien
decidió que ya no nos hacía falta el concurso de los dos oficiales
y se largaron sin siquiera despedirse. Era cierto que el fuego había disminuido notablemente, pero había que seguir patrullando, aunque ahora sin guías.
Al
principio procuré circular por terreno conocido, pero poco a poco me
fui animando y cuando me quise dar cuenta me había perdido. No tenía ni idea de dónde estaba, las miradas
circunspectas del Cabo 1º Guerra que ya ocupaba su lugar en la escotilla a mi lado,
no me ayudaban nada. Para que se hagan una idea del tamaño de mi
despiste, debo confesar que fui incapaz durante cuarenta minutos
largos de localizar ¡el río Neretva! que cruza la ciudad de norte a sur.
Toda
una experiencia. A lo largo de la noche nos pasó casi de todo, nos dispararon, nos amenazaron, nos insultaron. Aunque modestamente debo confesar que nosotros también aportamos nuestro particular peligro a las circunstancias. De
hecho subiendo hacia el estadio del Velez
Mostar, una zona arbolada en la que los croatas tenían un hospital,
el BMR de transmisiones no se llevó puesto de milagro a un hijo de
mala madre que estaba medio oculto con un RPG, lo cuento, porque todo
no va a ser meterme con mi conductor, el pobre Morales que estaba
desesperado con mis órdenes sobre la marcha que a veces era dubitativas y alguna vez contradictorias.
Pero
dijo alguien, supongo que sería Pero Grullo, que todo lo que
empieza acaba y poco a poco llegó el amanecer y con él se nos
ordenó volver al cuartel general de la Armija. Cansados, aliviados y muy satisfechos hicimos alto y tras dar las novedades reglamentarias,
ordené que la gente comiera, descansara, y sobre todo, que no se
desperdigara; el ambiente había cambiado, los de la Armija resultaban casi amistosos y yo conocía a mi gente.
Me
senté en uno de los escalones de acceso al acuartelamiento y me fumé
tranquilamente un cigarrillo, nuestra acción y la fatiga de los
combatientes, había conseguido que no se oyera siquiera un disparo. Pensé que era un milagro, pero un milagro de los de verdad que cuatro “mataos” y un general “raro”
hubiéramos conseguido parar el conflicto. Cuando se hiciera de día,
volveríamos a patrullar por la ciudad, pero simplemente para que los
ciudadanos de Mostar nos vieran. Lo haríamos hasta que nos
relevara la caballería que estaba en el CG de la AGT y cuando eso
ocurriera bajaríamos a Dracevo.
Estábamos
reventados, había sido mucha la tensión y llevábamos muchas horas sin descansar como Dios manda y además estábamos pagando el bajón de la adrenalina,
pero la cosa había salido bien. Un armija interrumpió mis
pensamientos para ofrecerme un café, un detalle que decía bien a las claras cómo
habían cambiado las cosas.
Llegó
la caballería, se hizo cargo de aquello a su manera y a nosotros nos
tocaba irnos ya a nuestro destacamento, Pellman nos despidió
ceremoniosamente, nos felicitó y estrechó la mano a
los oficiales. Las cosas debían ir muy bien, porque percibí un
atisbo de sonrisa en el rostro impenetrable del capitán que le
acompañaba.
Luego
las cosas se complicaron y a media tarde la Cía Austria al completo
fue reclamada para subir urgentemente a Mostar, donde se había
vuelto a liar la de Dios es Cristo. Tristemente eso sucedió y nos tocó
vivir otra noche toledana en la que acontecieron sucesos difíciles y
oscuros que le costaron el puesto al tal Pellman.
Pero eso es harina de
otro costal y no sé yo si tendrá cabida en otro relato. Así que hasta otra y muchas gracias por el favor de su lectura.
Magníficos relatos, Miguel. Me he leído las cinco entregas del tirón y me he quedado con ganas de leer más. Espero las siguientes entregas. Un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias Ernesto, me encanta tu generoso comentario, ahí estoy dándole vueltas al próximo relato, tengo doce in mente y todavía no he decidido por cual me voy a decidir. Los voy a ir publicando sin orden cronológico. A ver si escribiéndolos con tiempo, consigo un texto más completo. Lo de escribir deprisa y corriendo cada entrega para publicarlo al día siguiente es un coñazo. Un abrazo muy fuerte.
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