Agrupación Táctica "Espere" (Tercera entrega)
La escarapela del HOS |
Vi venir hacia mi BMR al grupo que había salido de la casa, pensé
que debía ser gente poco instruida porque no desplegaron, se limitaron a
acercarse en manada hasta donde nos encontrábamos gritando y para no faltar a la ancestral costumbre bosnia,
encañonándonos con sus armas. Parecía que al mando de aquellos vociferantes soldados del HVO estaba
un joven que lucía en el brazo izquierdo, una de esas sujeciones externas que inmovilizan normalmente los
casos de fracturas abiertas y que permiten curar la herida resultante, lo que
no permiten las inmovilizaciones llevadas a cabo con escayola. Eran bastante
frecuentes en Bosnia y normalmente tenían que ver con heridas y fracturas
producidas por metralla.
Cómo no serían más de siete u ocho, si no contaba al que
estaba todavía entre mi BMR y la barrera de circunstancias que ocupaba la
carretera y que aún no se había recuperado de la experiencia que había vivido
cuando pensó que un BMR se lo iba a llevar puesto, decidí bajarme del vehículo
para hablar con ellos.
Esa era una medida que ponía al cabo 1º Guerra al borde de un ataque de apoplejía. Aducía que cuando ponía
pie a tierra no estaba atento a dejarle libre la línea de tiro y así no me
podía cubrir. Como Guerra era un hombre extremadamente sensible, pero de genio vivo
y sin pelos en la lengua sobre todo cuando le subían las revoluciones, jamás me atreví a decirle que yo no le había pedido
nunca que me cubriera y que, quizás por
eso, no anduviera yo lo atento que debería estar al rollo de la línea de tiro.
Total que preparándome para la bronca que me iba a meter el
bueno del cabo 1º en cuanto terminara con mi particular conferencia con los HVO
del control, bajé del BMR no sin antes dejar el cetme en el interior del
vehículo. Lo de echar pie a tierra me pareció buena idea, porque mi experiencia
me decía que a los bosnios les sorprendía, no diré que gratamente, pero les
sorprendía el hecho de que abandonaras la protección del blindado para hablar
cara a cara con ellos y en estos asuntos de los check points y todo lo demás,
el juego consistía en descolocar al contrario.
Así que me bajé y pareció que había acertado, porque aquella
gente aflojó el volumen de sus gritos y me miraron entre extrañados y cabreados.
No se equivoquen, quiero decir que hubo alguno que se sorprendió y a otros les cabreó muchísimo que bajara. Me acerqué al del brazo roto y le ofrecí la mano con poco éxito,
porque me la dejó tendida y hube de recogerla. Tenía ganas de fumar pero como
después de que aquel cabrón me dejara con la mano en el aire no le iba a
ofrecer tabaco, pensé que a lo peor no
era una buena idea fumarme un cigarrillo, ante gente que seguro era fumadora -
a mí me pareció que en Bosnia fumaba todo el mundo desde los bebés de nueve
meses hasta las abuelas de 101 años - y que no debían tener un mal cigarrillo
que llevarse a la boca.
El sargento Hidalgo el día que salíamos de Dracevo para volver a España |
Así que le deseé buenas noches y le dije que íbamos a
Mostar, total a estas alturas y en aquel lugar no se me ocurría que pudiera ir a otro sitio, así que
la discreción era a todas luces innecesaria. El tipo me dijo, en croata, pero
lo entendí perfectamente, eso tan socorrido de verdes las habéis segado y por
aquí no pasa un soldadito de UNPROFOR así se caiga el mundo. Insistí cortésmente,
qué remedio me quedaba y el tipo me exigió que diera media vuelta y me volviera
por dónde había venido.
El tipo del brazo roto era una especie de híbrido entre el
empollón de la clase y el matón del cole, quiero decir que tenía cara de
empollón, pero de un empollón con mala leche y muy capaz de meterte un cargador
en el pecho por un quítame allá un check point. Hablaba un inglés bastante fluido o
a mí me lo parecía y que yo entendía regular, lo que significaba que no
tenía demasiado acento británico, pero mientras intentaba poner en marcha mis
neuronas para explicarle, en el inglés que desgraciadamente no hablo, que no se
preocupara que yo me iba en cuanto me autorizaran mis jefes a hacerlo; de
repente se me encendió la bombilla y me acordé que el Sgto. Hidalgo, el sargento que mandaba los morteros
medios de la compañía, hablaba inglés con soltura y vi el cielo abierto.
Alcé la vista y pude
ver a Hidalgo en la escotilla de su BMR, siguiendo muy interesado el partido
que jugábamos el del HVO y yo, que para ser sincero, iba perdiendo un servidor por goleada. Hidalgo era un sargento de la
escala básica, que se había integrado bastante bien entre los legionarios, era
un tipo ocurrente y simpático y a mí siempre me había funcionado muy bien, así
que le hice un gesto para que se acercara hasta nosotros y disfrutara, como yo
lo estaba haciendo, de la alegre reunión que estábamos celebrando. Iba a bajar
con el cetme y le grité que lo dejara en el BMR, que mal está que en una de
estas te metan dos tiros, pero si además te quitan el fusil la cosa cambia a
peor y ya se sabe que en este mundo traidor más vale prevenir que curar.
Llegó Hidalgo y le dije que el tipo del brazo a la
remanguillé hablaba inglés, que le
dijera que estuviera tranquilo que nos íbamos a ir, pero que tendríamos que
comunicarlo al mando y recibir la autorización correspondiente, que éramos
soldados y eso de pedir permiso para
casi todo nos entraba en el sueldo, como debía comprender él, si era soldado.
El tipo estuvo callado unos momentos, como si estuviera
reflexionando, de repente nos volvió la espalda y comenzó a hablar animadamente
con dos de sus compañeros, me llamó la atención el que uno de ellos golpeaba
repetidas veces con el dedo índice la esfera de su reloj, supuse y me equivoqué,
que se refería al tiempo que tardarían en darnos el permiso que necesitábamos
para abandonar la zona.
Mientras miraba a mis estimados amigos del control, que
desgraciadamente me encañonaban de
manera unánime, que hay que ver que manía tienen con eso, por la carretera vi
como llegaban hasta nosotros dos autobuses. Se detuvieron y empezó a bajar
gente armada de ellos, calculé que podían estar entre los sesenta y noventa
hombres los que habían transportado hasta nuestra pequeña reunión y entre ellos
pude ver muchísimos uniformes negros, lo que me dijo que iba a tener el
privilegio que me dieran la noche los del HVO y los del HOS al alimón, que no
es cosa fácil de conseguir y mucho menos de sobrellevar.
Los "alegres" muchachos del HOS |
Me acordé de los progenitores de los del check point hasta
su sexta generación, los muy cabrones habían llamado a Citluk, que estaba muy cerca,
demasiado cerca me parecía a mí en ese momento y allí, algún venado, que estaría harto de rakia, nos había
mandado una compañía de gente bastante violenta para enseñarnos modales a los
del casco azul.
El problema se estaba poniendo de regular a malo, le pedí a Guerra que me alcanzara mi casco de
transmisiones y a través de él contacté con el Mercurio para que transmitieran
a Mando que sobre sesenta hombres armados, habían llegado hasta el check point
y que tenían prisa porque nos fuéramos de allí. Mientras yo hablaba con el
Mercurio Hidalgo le explicaba al tipo, que hasta el momento era el que llevaba
la voz cantante, lo que yo había dicho por radio.
No sé si fue que se sintieron más seguros con los refuerzos
que habían llegado o simplemente
quisieron demostrar lo machos que eran a los combatientes del HOS, pero
los tipos del control que hasta el momento habían estado en su papel,
vociferantes, violentos, pero en los límites de lo normal, de golpe entraron
en trance y empezaron a empujarnos hacia el BMR, mientras eran jaleados por los
recién llegados que estaban disfrutando del espectáculo.
Interpuse mi hombro entre el jefe del control y mi sargento e intenté hacerme con un espacio
para poder reaccionar si llegaba el caso. No les gustó nada lo que intenté y
cuando me quise dar cuenta uno de aquellos cabrones me había metido la bocacha
de su fusil en el cuello y con ella me
empujaba para que me subiera al BMR.
Hablé por la radio como pude y volví a explicar nuestra
situación. Para que tuvieran toda la información les expliqué lo de la bocacha
y advertí que nos decían que o nos íbamos inmediatamente o nos mataban. Al otro
lado de la conexión una voz tranquila, si bien impersonal me dijo: Espere.
Se me subió un calor por el pecho y volví a insistir que no
podía esperar, que nos dijeran que teníamos que hacer. La voz con un tono casi comprensivo,
repitió imperturbable: Espere.
Siempre he sostenido y lo hago porque estoy convencido que
es verdad, que Dios protege a los tontos y en ese momento en que desesperado y
bastante acongojado estaba sopesando cual sería la reacción del cabrón que me
empujaba, si me quitaba la bocacha de la
garganta, cuando en plena crisis, se me vino una idea a la cabeza que a falta de otra, decidí
emplear.
― Hidalgo dile a ese cabrón ― me refería al manco temporal ―
si tienen café.
― No me joda mi teniente ― fue la respuesta de Hidalgo. No
resultó demasiado reglamentaria, si hay que decir verdad, pero comprensible si
nos ponemos en situación.
― Hidalgo ― le insistí, a cada segundo que pasaba me gustaba
más la idea ― Tú pregúntale si tienen café.
Un combatiente finés del HOS en Mostar |
Hidalgo aspiró profundamente, mientras seguro que pensaba
qué pecado habría cometido para merecer verse en una situación tan complicada y
con un teniente que tenía que haberse vuelto loco, pero la disciplina marca
mucho más de lo que los paisanos piensan y mirando al jefe del control, le
preguntó si tenían café.
Me acuerdo perfectamente que el del brazo roto, cuando
escuchó a Hidalgo, hizo un gesto con el brazo sano, que consiguió que se
redujera la presión sobre nosotros y me miró fijamente a la cara. Estoy
convencido que pensaba lo mismo que Hidalgo: Este tipo no ha soportado la
presión y ha perdido la chaveta o lo que sea que pierdan los bosnios en esas
ocasiones.
Sin embargo se dirigió a Hidalgo y le preguntó que café para
cuantos. Para demostrar que uno en su modestia también entendía algo de inglés,
le contesté directamente que para dos y señalé a Hidalgo y a mí mismo. El
croata me miró pensativo, yo lo miré a él, nos miramos de frente y no hubo
nada. Mientras se acomodaba el brazo herido, me miraba pensativo. Se volvió y
habló con los dos individuos con los que antes había hablado, supuse que
deberían ser sus directores espirituales, quizás por eso llevaban los dos al
cuello un rosario de buenas dimensiones.
Terminaron la charla y uno de ellos se acercó al grupo del
HOS que estaba esperando. Vi con una alegría inefable, que los de negro se
dirigían a los autobuses. Noté algo raro y me di cuenta que ya no tenía la bocacha del
fusil en mi cuello y en cambio el manco de Krusevo con su mano sana estaba
dándome tirones del chaleco antifragmentos con la intención de llamar mi
atención.
Me miró y con una sonrisa algo sardónica me invitó a pasar
a la casa. Le dije a Guerra que comunicara a Ávila que quedaba al mando y que
cualquier mensaje que llegara, me lo pasaran que yo iba a parlamentar con los
del control, en la casa frente a la que estábamos detenidos. Guerra me sermoneó,
se ofreció a ir él o mandar a alguien de confianza conmigo en plan escolta, a
lo que me negué.
Me volví, mientras oía musitar a Guerra, usted sabrá lo que
hace, que lo que realmente significaba era que el 1º pensaba justamente
lo contrario, él estaba convencido que yo no sabía lo que hacía.
Cruce la carretera en dirección al manco que me estaba esperando,
no pude por menos de pensar que igual no salíamos de la casa si la cosa se
complicaba, pero borré ese pensamiento de mi cabeza, no estaba dispuesto a
amargarme la vida. Me sentía bien, habíamos sorteado con bien una situación
extremadamente peligrosa y ahora me iban a dar café, que tras el día que
llevábamos nos hacía más falta que el aire que respirábamos, aunque lo cierto es que me lo iba a beber con el berzas de la bocacha. Me encogí de hombros y pensé que tampoco se podía
pedir más.
Y ya dejo para mañana lo del general croata que vino de
Citluk y muchas cosas más, que lo de entrar en Mostar, siguió estando muy
difícil.
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