El alcalde de Celebici la lía (Cuarta entrega)
Alrededores de Celebici |
Ahí estábamos, bajo un sol de justicia con el BMR “aparcado” sobre un puente en el que los
musulmanes de la aldea habían colocado unas cargas para volarlo, si su jefe así
decidía hacerlo. Estábamos esperando al alcalde al que habían ido a buscar por segunda vez. Me volví para mirar hacia el BMR de Ávila y vi cómo Usero
relevaba en la escotilla trasera al tirador selecto del pelotón . Me pareció
bien, Usero era de fiar, un tío grandón, tranquilo, serio, leal y trabajador,
de Barcelona creo recordar, muy cumplidor y que además tenía una puntería más
que decente. En la 5ª Cía., que era la compañía que estaba a mi mando en la VII
Bandera y de la que provenían los cabos y legionarios de mi sección, Usero estaba
destinado en la Sección de Reconocimiento y se llevaba francamente bien con
Ávila que era su jefe en el Pelotón de Exploradores.
Me di cuenta que
debía haber tenido presente ese detalle, llevábamos ya un par de horas a pie
firme y Ascanio, Guerra y el intérprete se merecían un descanso. Se lo dije a
Guerra que de inmediato pegó dos voces dirigidas al interior del BMR y
relevó al tirador de la escotilla
trasera en un santiamén. Con más calma le indiqué al intérprete que se sentara
en el interior del vehículo, descansara y comiera algo, si lo necesitaba ya
lo llamaría. Me dio las gracias y desapareció ipso facto; se había portado bien y había llevado a cabo la traducción muy eficazmente, lo que era de
agradecer.
Guerra apareció a mi lado en la escotilla, traía una botella
de agua fresca y me ofreció un pudingo, una especie de yogur, se lo agradecí
porque tenía hambre. ― ¿Has comido? ― le pregunté.
― Sí mi teniente, los legías se han traído un montón de
cosas del desayuno, el paisano ese de la legión francesa se está comiendo ya su
segundo bocata y está encantado de la vida. Todo va bien.
Me miró mientras yo le daba un trago larguísimo a la botella
de agua que todavía estaba fresca, a continuación saqué la cuchara del cubierto
de campaña y me dispuse a atacar al pudingo que, lo recuerdo perfectamente era
de frutas del bosque. Lo sé porque no me gustaba, tenía un sabor particular que
me desagradaba, pero no dejé ni para las hormigas.
Oí a Guerra que me decía ― ¿Cómo ve las cosas mi teniente? ― No sé qué decirte Guerra, si viene el alcalde será una
cosa y si se empeña en tenernos aquí hasta la noche puede ser otra, pero yo
creo que les vamos a meter las cabras en el corral, estos bosnios no saben con
quien se están jugando los cuartos. Me parece que si las cosas salen como
pienso, los vamos a llevar al jardín ―. Me agaché y dejé el envase del pudingo
en una bolsa de basura que llevábamos en cada vehículo para no dejar restos
atrás y chupé cuidadosamente la cuchara para limpiarla.
― Pero independientemente de lo que crea ― continué ― ahora
mismo hay que tener mucho cuidado y evitar que la gente se relaje, que se ponen
a comer y eso les da una falsa sensación de seguridad. La gente sin darse
cuenta baja la guardia y eso no es bueno, que ya sabes que lo que no pasa en un año pasa en un segundo y esta especie de
calma me tiene mosca.
Llamé por radio a la sección para advertir de ese extremo. Miré
a mí alrededor, en la otra entrada del puente pude ver al grupo de milicianos,
estaban sentados y no daban la impresión de estar preparando nada que nos
pudiera preocupar. Se acercaba la hora de comer, así que los civiles que
todavía se estaban gozando el espectáculo, se irían pronto a su casa suponiendo
que tuvieran algo que llevarse a la boca, que esa era otra. Los tres milicianos
bosnios que estaban a cargo de la carretera cuando llegamos, habían
desaparecido. Sólo quedaba el vaquero de las narices que agotado, afónico y
sudoroso, se había sentado en el bordillo de la carretera y nos miraba con cara de mala leche, mientras
se abanicaba con su sombrero vaquero.
Por mi retaguardia y del lado izquierdo de mi BMR vi llegar
a un grupito de gente, venían nuestros viejos conocidos los tres milicianos del
puente, el musulmán joven con el que ya había hablado y un tipo de estatura
mediana, fuerte, barrigón, de unos 60 años, pelo blanco bien peinado y un
bigote sorprendentemente negro, supongo que a juego con el color de su alma y que forzosamente, tenía que ser el
alcalde que nos llevaba por la calle de la amargura desde antes de que
saliéramos de Jablanica. A la cintura llevaba una Makarov de 9 mm o su copia
yugoslava, pero esa era la única arma que yo alcanzaba a ver.
Se acercó por el lado del intérprete carraspeó y saludó. Le
contesté al saludo y antes de poder decir algo, el alcalde soltó una parrafada
en tono de enfado. ― Dice que debemos salir del puente inmediatamente, que con
nuestra presencia aquí estamos desobedeciendo a las autoridades de la zona ― me
soltó nuestro intérprete. Yo no prestaba mucha atención a lo que me decía
porque mientras me traducía la perorata del musulmán, su ayudante se había acercado hasta él y le había dado un dispositivo pirotécnico que a mí
me pareció un M-60 americano que servía para encender la mecha que saliendo de
la mano del alcalde se perdía por la barandilla del puente.
Bueno ya sabíamos todos a que jugábamos, el tipo tenía en la
mano un encendedor pirotécnico con el que simplemente liberando una anilla
provocaría la iniciación de la mecha. No era una buena noticia, pero podía ser
peor si el iniciador fuera de los eléctricos, que de usarse provocaría la
explosión de las cargas de manera prácticamente instantánea; con el que tenía
en la mano, si prendía la mecha tardaría casi cuatro minutos en
provocar la explosión. Claro que, que a lo peor el iniciador que tenía el
alcalde en la mano era un bluf y fuera de nuestra vista había un tipo con un iniciador
eléctrico listo para volarnos a todos sin previo aviso.
Sobre el iniciador no podía hacer nada y a pesar de que si
lo que pretendía era asustarnos, al menos en mi caso lo había conseguido, no tenía otra salida que afectar tranquilidad
y dedicarme a convencer al alcalde para que levantara el minado del puente y
permitiera el paso a los vehículos. Estaba claro que pretendía atemorizarnos,
en su mentalidad de combatiente irregular debía pensar si lograba atemorizarnos nos
retiraríamos. No sabía que aunque estuviéramos asustados no nos íbamos
a ir de allí. Por mucho miedo que nos diera la posibilidad de la voladura del
puente, íbamos a permanecer en él hasta recibir
orden en contrario.
Prisioneros |
Mientras eso pasaba, Morales por la línea interna me avisó que los milicianos estaban retirando a los civiles del puente y eso era una muy mala señal. Estaba claro que entendían que la cosa podía degenerar en tiroteo y no querían que su gente saliera herida, la verdades que se nos estaba amontonando el trabajo. Avisé por radio a la sección de la circunstancia, me volví hacia Guerra y tiré de él, para que se me acercara y ni el intérprete pudiera escuchar lo que le dijera. Me incliné y al oído le dije ― Guerra si esto se lía, en cuanto suene el primer disparo te ventilas al alcalde y al tipo ese de las gafitas, esos que no se escapen bajo ningún concepto.
Guerra me miró, mientras una sonrisa beatífica iluminaba su
rostro ― ¿De verdad mi teniente?―, me preguntó con la cara de un hombre que con
sorpresa ve como se hacen realidad sus sueños más queridos.
― De verdad Guerra.
― Eso está hecho mi teniente―. Me desentendí del asunto,
sabía que si se complicaban las cosas el alcalde y su ayudante se iban a quedar
para siempre en ese maldito puente.
Me volví hacia el intérprete y le expliqué que necesitaba
que me tradujera de la manera más precisa. Mientras, oía al segundo del alcalde que estaba
dándonos la bronca. Tenía unas ganas locas de echar un trago de agua y fumar un
cigarrillo, pero estaba claro que no podía hacerlo.
Le expliqué al alcalde que no veía lo que estaba sucediendo
de un modo correcto. Yo estaba allí para ayudarlo a deshacer el jaleo que había
organizado. Le expliqué que los mandos de UNPROFOR conocían su trabajo como
combatiente y sabían que era un hombre
valeroso y por lo tanto respetaban ese valor, por eso estaba yo allí y
no habían puesto todavía el asunto en manos de la Armija.
Al oír nombrar a la Armija el alcalde no puedo reprimir una
mueca de desagrado, así que la cosa iba por buen camino. Continué pidiéndole
que reflexionara sobre las consecuencias de su acción. UNPROFOR lo conocía y
sabía de su importancia en la zona como jefe militar y sus mandos estaban
dispuestos a hacer lo que pudieran por su hijo, pero debía entender que no se
puede negociar con quién te pide un favor mientras te apunta a la cabeza con una pistola.
Insistió en que hasta que no tuviera noticias sobre su hijo
la carretera seguiría cerrada. Le contesté que eso le iba a resultar imposible,
porque la Armija estaba muy molesta con la medida adoptada ya que con su
decisión impedía la llegada de alimentos y el resto de la ayuda humanitaria a
Sarajevo. Nosotros habíamos venido a hablar, pero igual los del IV Cuerpo de
Ejército se acercaban hasta Celebici, hablaban menos y hacían más.
El alcalde y su segundo se miraron, parecía que el camino a
seguir era amenazarle con la Armija, insistí en el tema; para rematar hablando
de su hijo, un combatiente musulmán que estaba dispuesto a dejar la vida por la
causa de los musulmanes de Bosnia, que seguro no estaría de acuerdo en que su
padre perjudicara las expectativas de los combatientes en
Sarajevo.
Parecía algo inquieto y encomendándome a todos los santos,
gasté el último cartucho que tenía en mente. Le dije que yo era, padre y
creyente, que como padre entendía lo doloroso de su
situación, pero creía y suponía que él también, que todos estábamos
en manos de Dios. Lo de su hijo estaba exclusivamente en las manos de Dios.
El tono de la discusión cambió, le aseguré que UNPROFOR
haría lo que estuviera en sus manos para buscar a su hijo, pero únicamente
accedería a hacerlo con el puente abierto. Todavía se negaba, pero estaba
regateando. Una hora después accedió a levantar el bloqueo de la carretera,
pero se negaba a retirar los explosivos del puente, le volví a amenazar con la
Armija y por fin cedió y aseguró que retiraría los explosivos.
Hablé con el Mercurio – el vehículo de Transmisiones que nos
aseguraba el enlace con Jablanica - para que transmitiera esa noticia al
destacamento y que les advirtiera que me quedaba para comprobar in situ, que
efectivamente se retiraban las cargas del puente. Al poco rato se me ordenó
replegarme de manera inmediata a Jablanica. Le dije al alcalde que como gesto
de buena voluntad UNPROFOR me ordenaba retirarme, le di las gracias por su comprensión y le
deseé toda la suerte del mundo con lo de su hijo. Me aseguró que iban a
comenzar el desminado y en un par de horas la carretera estaría libre.
Personalmente no entendía nada, pero desde luego si se me
ordenaba volver a Jablanica no me iba a poner a discutir. Advertí a la sección que volvíamos al
destacamento y me encomendé fervorosamente a todos los santos, porque ahora había que ver cómo
Morales le daba la media vuelta al BMR sin que cayéramos del puente.
Me despedí del alcalde y mientras Morales nos ponía los
pelos de punta con sus maniobras pude ver al cabrón vestido de vaquero que nos
miraba con la misma expresión que tendría un buitre al que por sorpresa le
arrebatan el apetitoso cadáver de una cabra.
Nunca supe a qué se debió la orden de retirarnos de la zona,
pero el asunto se resolvió bien. La carretera permaneció abierta, la ayuda
humanitaria circuló libremente por ella y al poco tiempo al alcalde, que ya
sabía que a su hijo se lo habían cargado los croatas, lo engañaron o le obligaron para que fuera a Konjic para hablar de asunto militares con la Armija y jamás se volvió a
saber de él, ni de su escolta.
Aliviados - aunque hablo sólo por mí - volvimos al
destacamento. Cuando llegamos allí, di las novedades correspondientes y escribí
el obligado informe post misión. No preguntaron nada ni mostraron demasiado interés en conocer detalles sobre la misión y desde luego, no me dijeron ni que bonitos ojos
tienes.
Pero el capitán Romero nos estaba esperando y se había preocupado que
nos guardaran la comida. Eso sí era una buena noticia porque en Jablanica, tal
y como ya he contado, se comía muy bien.
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