El alcalde de Celebici la lía (Primera entrega)
El puente del relato |
No
puedo fijar el día porque debo reconocer que para esto de las fechas y para bastantes cosas más, soy un desastre
completo; pero puedo asegurarles que corría el verano de 1993 y como ya saben
ustedes, los de la Cía. Austria de la AGT Canarias estábamos desde el mes de
abril en Bosnia dedicados a practicar un oficio que no le deseo a nadie. Éramos
temporalmente, gracias sean dadas a Dios por ello, cascos azules de la ONU. Uno
de los menesteres menos brillantes de los que conozco a los que se puede dedicar
un soldado y créanme si les digo que conozco unos cuantos.
Lo
de ser soldadito de UNPROFOR es más complicado de lo que a primera vista parece
y en realidad tiene más trampas que una película de chinos. Resulta un oficio
difícil, incómodo y peligroso. ¿Qué así es el oficio de las armas? Pues sí,
pero con matices. Por lo que pude ver en Bosnia, lo de ponerte el casco azul te
convertía automáticamente en una suerte de muñequito sobre el que era lícito
practicar el innoble deporte del tiro al UNPROFOR. Y digo innoble porque la
inmensa pléyade de hijos de mala madre que se entretenían en tirotearnos,
bombardearnos, apedrearnos, colocar minas a nuestro paso o cualquier otra cosa
que su fértil ingenio les aconsejara, sabían perfectamente que teníamos las
manos atadas, por lo que no íbamos a tomar medida alguna para repeler la
agresión y naturalmente, así cualquiera.
Las
normas por las que debíamos regirnos si se producía un enfrentamiento armado te
ataban de tal manera las manos que resultaba prácticamente imposible siquiera devolver el fuego. Desde
el aspecto de la práctica militar esta cuestión resulta un hándicap considerable para el que
lo recibe pero y es todavía mucho peor si consideramos la “paz espiritual” del
tiroteado. No pueden ustedes ni
imaginarse lo que consuela liarse a tiros cuando recibes fuego, aunque sólo sea
por hacer ruido y estar entretenido en algo.
Pero
hay que decir que ese oficio tan poco brillante militarmente hablando, da unas satisfacciones morales muy
importantes que cuando haces balance superan en mucho los aspectos negativos. A
decir verdad, tanto mi gente como yo mismo, estábamos muy orgullosos de la tarea
que llevábamos a cabo que tantas vidas salvó y tantas desgracias alivió,
que una cosa no quita la otra. Un cirujano puede pensar que el quirófano en el
que opera es un habitáculo inmundo, que no tiene las herramientas necesarias
para llevar a cabo su labor, que la asepsia brilla por su ausencia o que la
enfermera se comporta como una auxiliar de carnicería y a la vez, estar
orgulloso de su profesión y muy satisfecho de las vidas que ha salvado.
Pero
dejémonos de disquisiciones y vamos a lo que vamos. Sobre las 10 de la mañana
de ese ignoto día fui convocado al Puesto de Mando en el que, en presencia del
Capitán Romero, se me explicó la situación. Al parecer el alcalde de Celebici,
una población del distrito del Konjic por la que atravesaba la carretera que
iba hasta Sarajevo, había recibido una muy mala noticia, su hijo que era combatiente musulmán
había caído prisionero de los croatas.
Una maqueta del campo de prisioneros en Celebici |
Como por lo visto no recibía demasiado
apoyo de la Armija, cuyos mandos no le tenían simpatía alguna a los jefecillos locales que actuaban a su
aire, como auténticos señores de la guerra y no reconocían la autoridad militar
del ejército regular musulmán, había decidido tirar por la calle de en medio y
aprovechar su posición “geoestratégica”. Así que incontinenti hizo saber a las
autoridades de UN que había minado el puente por el que discurría la ruta
humanitaria a Sarajevo situado dentro del casco urbano de su población y que por allí no pasaba un vehículo de
UNPROFOR o de ACNUR hasta que los de UN le devolvieran a su hijo o le
anunciaran que se habían hecho con él.
Lamenté
la situación del padre y sobre todo la del hijo. El alcalde actuaba a la desesperada
porque de sobras tenía que saber, igual
que lo sabía yo, que como el chaval hubiera caído en manos de croatas de la
zona no había remedio, lo habrían hecho picadillo en menos tiempo que se
persigna un cura loco; que en la zona de Celebici y Konjic habían pasado
muchísimas cosas, casi ninguna buena y el odio entre los distintos bandos
contendientes era de un nivel desmesurado.
El
mando, que debía estar convencido que los de la
Cía. Austria teníamos poderes taumatúrgicos, había decidido que una sección se desplazara a Celebici con
un intérprete y convenciera al alcalde para que desminara el puente y dejara el
paso libre tal y como disponían los acuerdos internacionales que amparaban la
actuación de UN en Bosnia.
Me
contaron lo que les cuento e inmediatamente como siempre, me preguntaron si
tenía alguna duda que quisiera expresar o alguna pregunta que hacer y cómo resultaba que sin esforzarme, casi a bote pronto, se me
ocurrían más de veinte cuestiones y me daba corte exponerlas, respondí de acuerdo
al código no escrito que regula las relaciones entre superiores y subordinados
en el ejército, que no tenía ninguna pregunta que hacer y lo tenía todo
meridianamente claro. Me encomendé interiormente a San Millán Astray y me
despedí reglamentariamente, que lo de las buenas maneras está muy bien visto y
se aprecia muchísimo entre la gente que se sienta en los despachos de Mando.
Cuando
salía acompañado por el capitán Romero, nos alcanzó el capitán Pita que se dedicaba a tareas varias en la
PLMM del destacamento, unas públicas y otras reservadas, que me indicó que el
intérprete estaría esperándome en el cuerpo de guardia. Al fondo escuché a Cora
que me animaba a apresurarme y no perder el tiempo, miré de reojo a Romero, le
cedí el paso y salimos.
Mientras
apresuradamente nos dirigíamos al lugar donde se encontraba la sección, ocupada
en el mantenimiento del armamento, Romero
me preguntó si lo tenía todo claro.
―
Cristalino mi capitán, le mentí con convencimiento. No tenía nada claro, pero
me imaginaba que así estábamos todos.
―
Recojo al intérprete, nos vamos hasta Celebici, hablo con el alcalde y le
convenzo para que quite los explosivos del puente y ya está. Sencillo y claro ―
sonreí ― como a mí me gustan las misiones―.
―
Por cierto mi capitan ― continué ― supongo que estamos hablando del puente que salva el barranco que divide la zona
central del casco urbano de Celebici ¿verdad?
Romero
me miraba preocupado ― Sí Miguel, ese es el puente ¿pero sabes lo que le vas a
decir al alcalde?
―Pues
ahora mismo mi capitán no tengo ni idea, pero por el camino algo se me ocurrirá.
Vi en los ojos de Romero que no participaba de mi optimismo. Quise
tranquilizarlo aunque viéndolo desde la presente perspectiva, creo que terminé
de ponerle los pelos de punta.
Le
dije en tono serio, que tampoco estaba la cosa para muchas alegrías. ― No se preocupe mi capitán, porque si alguien en algún lugar, supiera lo
que hay que decirle al cabrón ese, nos lo habrían comunicado por escrito, con
el sello de confidencial y urgente y aunque pensáramos que lo que allí se decía
era un error, nos hubieran obligado
a utilizar el argumento parido en
Kiseljak o donde quiera se haya decidido esta misión.
―
Así que no se preocupe, en el fondo nadie sabe lo que hay que decirle al
alcalde o tienen tan poca fe en lo que vamos a hacer que no se han puesto a
pensarlo siquiera. Nosotros a lo nuestro. Ya sabe, vamos y lo arreglamos, que
para eso nos pagan.
Debería
explicarles un par de asuntos que creo pueden contextualizar lo que estaba
sucediendo y me parece que este es el momento. Dos problemas afectaban
principalmente a mi capitán, por una parte el protagonismo de los tenientes en
Bosnia, pues la mayoría de las misiones las llevaban a cabo unidades tipo
sección y lo que se cocía en la zona de Celebici, lugar en el que, como antes
les decía, habían ocurrido cosas espantosas y el odio entre los distintos
grupos era espeluznante.
MI
capitán sufría en primer lugar porque estaba loco por subirse a su BMR y
ponerse al mando de la misión. Romero tenía en ese momento la misma cara que se
me puso a mí, cuando en nuestro primer día en Bosnia vi como él y los de la 1ª
sección salían de Dracevo caminito de Mostar mientras yo me quedaba con cara de
primo en el destacamento. De todos es sabido que nunca llueve a gusto de todos
y ahora al que le iba a tocar quedarse mirando como la columna se perdía en el
horizonte era a mi capitán, que así es la la vida y eso no tiene remedio.
Eso
en primer lugar, en segundo lugar mi capitán era de la escala superior y en esa
escala siempre se ha considerado a los tenientes como elementos disolventes y
peligrosos a los que deben vigilar muy
de cerca sus capitanes. Elementos poco de fiar, no por falta preparación, valor o amor al
oficio sino por sobra de bisoñez.
Hay
pensamientos tradicionales muy difíciles de erradicar. Ya conté anteriormente
que injustamente se tendía a considerar a los rancheros una suerte de subespecie legionaria. La opinión de los jefes sobre los
tenientes, salvando las naturales distancias, no era mucho mejor. Quizás lo que
mejor aclara este asunto es una frase que alguien, seguramente un profundo pensador, soltó un día y tuvo un éxito apoteósico. Decía
así: ”Los tenientes son como los chinos, no cometen más que
desatinos”. La primera vez que escuché el aserto me pareció falto de contenido e
injusto y eso que no era teniente, imaginen lo que pensaba de la gracieta
llevando mis dos estrellas de seis puntas en el pecho.
Así
que si sumamos las ganas que tenía mi capitán de darse un garbeo hasta Celebici
y desfacer el entuerto personalmente, el peso de la tradición recibida que condenaba al
empleo de teniente a sufrir la desconfianza automática de sus superiores y ya por
finalizar la pobre opinión, que a buen seguro, le merecían mis dotes diplomáticas,
pueden ustedes deducir sin temor a equivocarse que Romero estaba extremadamente preocupado y no sabía cómo disimularlo.
Porque
siendo como era extremadamente educado y exquisito en el trato con sus
subordinados, no quería bajo ningún concepto herir mis sentimientos con sus
dudas y no sabía bien como aconsejarme sin que pareciera que se metía en
camisas de once varas o lo que es peor, donde no le llamaban. Que no era el
caso, porque desde mi punto de vista mi capitán hacía bien preocupándose por su gente y me
enorgullecía su delicadeza.
Así
que aproveche el camino para asegurarle que iría con mucho cuidado y que no
debía preocuparse demasiado. Lo que estaba haciendo el alcalde era una
acción muy grave para los musulmanes que estaban combatiendo en Sarajevo y si
las cosas se ponían tiesas, pero tiesas de verdad y no nos hacía caso, ipso facto se iban a ir para allá
media docena de los comandos que para estos casos tenía el general del IV
Cuerpo de Ejército de la Armija y en menos tiempo que tarda el muecín en
recitar el adán, se iban a pasar por la piedra al alcalde y a todo aquel que
respirara a destiempo o lo pareciera.
En
mi opinión, le dije a Romero, el alcalde no iba a ofrecer demasiada resistencia
y si la cosa se ponía mal, que lo arreglaran entre ellos. Que al fin y a la
postre la carretera era suya, el alcalde, ídem del lienzo y lo mismo sucedía con
los que combatían en Sarajevo y necesitaban desesperadamente la ayuda que les
negaba el empeño del alcalde.
Romero
me miró de hito en hito y me pareció adivinar una lucecita de esperanza en el
fondo de su mirada. Oí el taconazo de Ávila que a la carrera se había acercado
para dar la novedad. Romero se detuvo para recibirla en posición de firmes, me
cuadré al costado de mi capitán. Oí como Ávila decía...
Pero
eso será mañana, día en que seguiremos con el relato de lo de Celebici que tuvo
su aquel, se lo puedo asegurar. Ahora cuando lo recuerdo me hace hasta gracia.
Entonces, si soy sincero, menos.
Comentarios
Publicar un comentario