El alcalde de Celebici la lía (Segunda entrega)
Otra vista del puente |
Ayer nos quedamos en el momento en que
el Capitán Romero recibía las novedades del sargento 1º Ávila.
Nos
acercamos hasta la sección que estaba formada y me interesé por el
estado del armamento que tras las
tareas de mantenimiento y limpieza
estaba listo y sin novedad. Les indiqué a los jefes de pelotón que
ordenaran a la tropa que embarcara en los vehículos y que todo el
mundo estuviera preparado para salir. Cuando todo estuviera dispuesto
les explicaría la misión.
Los legionarios estaban tan
acostumbrados a recibir órdenes por sorpresa que lo de prepararse
para salir con urgencia se producía en perfecto silencio, sin que
nadie tuviera que reclamarlo y con una calma y rapidez que decía
mucho del grado de instrucción de aquellos chavales que habían
sabido hacer frente a situaciones muy difíciles con una naturalidad
extraordinaria. Cuando los cabos 1º Arienza Santos, Guerra y el
Sgto. 1º Ávila volvieron, pedí permiso al capitán y les expliqué
lo que íbamos a hacer en Celebici.
La idea era llegar hasta la aldea y
una vez allí, procuraría colocar mi BMR en el centro de la
carretera sobre el puente supuestamente minado y así obligar al
alcalde a parlamentar precisamente sobre la construcción, lo que a
mi entender nos daría ventaja. Suponía que difícilmente volarían
el puente con el alcalde sobre él y por otra parte se me hacía
cuesta arriba pensar que se atrevieran a activar las cargas y
llevarse por delante a un vehículo de UNPROFOR, que una cosa era
gallear y otra muy distinta pasar de las palabras a los hechos.
Mientras yo me colocaba sobre el puente el resto de la sección
quedaría a la espera y alerta, por si las cosas se torcían y había
que intervenir.
Las tripulaciones deberían estar
listas para desembarcar y desplegar a mi orden y habría que tener en
marcha los ANPRC 77 con los que habríamos de enlazar si había que
echar pie a tierra. Les recordé que tuvieran presente asignar los
C-90, unos lanzagranadas desechables que teníamos en dotación y
recordé una vez más que nadie podía tener el arma con un cartucho
en la recámara en el interior del BMR, salvo el jefe del vehículo.
El flanco derecho del despliegue, de producirse el desembarco,
estaría a cargo de Ávila y Arienza desplegaría por la izquierda de
la carretera y se ocuparía de ese flanco y de la retaguardia. De la
vanguardia se ocuparía la gente de mi BMR.
¿Está todo claro?, pregunté
¿alguien tiene alguna pega?, como no podía ser de otra manera los
tres jefes de pelotón guardaron un riguroso silencio. Debían estar
pensando lo mismo que pensé yo cuando el comandante me hizo la misma
pregunta, pero nadie iba a abrir la boca para hacer pregunta alguna.
Me volví hacia mi capitán para ver si quería añadir algo; seguro
que Romero también tenía muchas cosas que decir, pero el código no escrito
le obligó a decir simplemente – Nada Rives, que tengáis suerte.
Despedí a mis jefes de pelotón que
se dirigieron a los vehículos para poner los motores en marcha
cuando, de golpe, me acordé del intérprete del que me había
olvidado totalmente y que lo que son las cosas de la vida y la
organización, brillaba por su ausencia. Le di un grito a Guerra que
estaba ya en la cabeza de la columna pegadito al cuerpo de guardia y
le pedí que preguntara por nuestro desaparecido amigo. Unos segundos
después vi a los dos encaramarse al BMR.
En primer plano el intérprete de la misión |
Me cuadré y saludé a Romero ― Si
no ordena ninguna cosa mi capitán.
― Nada Miguel ― contestó. Me
devolvió el saludo y bajando la voz me dijo ― ten cuidado.
Sonreí ― Todo el del mundo mi
capitán, en un par de horas nos tiene de vuelta aquí. No vaya usted
a creer que estos bosnios le van a librar de mí. Ahora con su
permiso me retiro.
Di media vuelta y al trote me dirigí
al BMR, vi como Guerra levantaba mi cetme para que supiera que lo
tenía allí. Monté y tras colocarme el casco comprobé las
transmisiones que funcionaron a la perfección, iba a ser un buen
día. Me puse en la escotilla de espaldas a la puerta del
destacamento para poder ver a los vehículos de la sección mientras
se ponían en marcha y por radio ordené de frente en columna de a
uno.
Como no podía ser de otra manera,
Morales hizo gala de su peculiar estilo de conducción, arrancó como
Dios le dio a entender y el brusco salto que dio el BMR hizo que me
golpeara la espalda con el borde de la escotilla, le maldije por
bajinis. Iba a ser un buen día pero no tan bueno como para que
Morales condujera civilizadamente; que se le iba a hacer, uno no
puede tener todo en esta vida y eso es así desde el principio de los
tiempos.
Me agaché para mirar en el interior
del BMR. El intérprete estaba sentado en el lado derecho del
vehículo muy cerca de mí. Por señas le indiqué que nos acompañara
a Guerra y a mí en la escotilla delantera. Tenía que explicarle qué
era lo que nos llevaba hacia el nordeste por la carretera de Konjic.
Le contaría una versión resumida, de la que a mí me habían dado
para que supiera qué era lo que nos esperaba. Tendía a ser muy
parco en la información que transmitía a los intérpretes, por
varias razones, entre ellas la principal era que si les dabas cuerda,
tenías muchas posibilidades de encontrarte inmerso en un “animado”
cambio de impresiones con el truchimán de turno, al que le parecían
manifiestamente mejorables tus decisiones para cumplimentar la misión
y te explicaba cómo habría de hacerse lo que fuera que hubiera que
hacer.
La vida del intérprete, las cosas
como son, era muy dura. Seguro que para las mujeres que había entre
ellos bastante más. Aunque he decir, porque esa fue mi experiencia,
que sorprendía el sereno valor de las intérpretes que contrastaba
con la actitud de algunos de sus compañeros varones. Pero no
conviene generalizar, como en cualquier colectivo, por pequeño que
sea, los había de muchas clases.
Los había valientes, los había que
no lo eran y teníamos también los que ni fú ni fá. A veces te
encontrabas inmerso en una agradable charla con un grupo de Cisnes
Negros, una pandilla de cabrones asesinos o una unidad musulmana
radical, como ustedes prefieran y el pobre tipo que traducía tus
palabras, lo hacía con un acento croata detectable a tres kilómetros
de distancia, lo que resultaba poco adecuado porque los Cisnes
Negros se entretenían en explicarle al intérprete con minuciosa
delectación lo que le iban a hacer en cuanto nos metieran a mano o
consiguieran hacerse con él y así, las cosas como son, se trabaja
bastante mal. Lo mismo sucedía si en lugar de musulmanes te
encontrabas con una alegre pandilla del HOS croata y el intérprete
que te había tocado en suerte era musulmán. Pero no se engañen,
si la cosa estaba mal de verdad daba igual de dónde fuera, si era
del enemigo porque lo era y si era de los suyos por traidor.
Para mí los más difíciles de
sobrellevar eran los que en cuanto el tipo de enfrente se ponía
borde o el ambiente advertía que las cosas venían mal dadas tirando
a peor, en lugar de traducir exactamente lo que tú querías hacerle
llegar al interlocutor de turno, sacaban a relucir sus dotes
diplomáticas y encanto personal para dulcificar lo que sea que tú
dijeras. Para entendernos chaqueteaban cosa mala y por su cuenta y
en lugar de traducir lo que decías, se dedicaban a contemporizar y
suavizar tus afirmaciones. Otros manifestaban que habían sido
contratados como traductores, es decir para traducir documentos
sentados ante un ordenador y no como intérpretes lo que les obligaba
a participar de los riesgos de la misión, claro que habitualmente
sólo se acordaban de su problema contractual cuando los del HVO o
los de la Armija se ponían ternes.
Pero no vayan a llevarse una mala
impresión, la verdad es que subirte a un BMR en una zona de guerra,
desarmado y a verlas venir, es algo que no le debe apetecer a nadie o
casi nadie y si además en Madrid te lo han contado por encima y te
veías sentado en un despacho de un cuartel general con su aire
acondicionado, tu café calentito y tus refrescos fríos y en
lugar de eso te meten en un blindado con un oficial que se dedica a
meterse en todos los follones que encuentra a su paso, habrá que
reconocer que la situación no resulta envidiable.
Mi experiencia me dice que la inmensa
mayoría de ellos cumplieron y nos ayudaron muchísimo, fueron una
herramienta imprescindible en muchas ocasiones y yo les estaré
siempre muy agradecido ¿qué a unos más y a otros menos? Pues para
ser sincero sí, pero vamos a lo que vamos que estamos perdiendo el
hilo.
El intérprete que me había tocado en
suerte, era un varón de mediana edad que creo recordar hablaba el
castellano con un ligero acento francés y decía haber servido en la
Legión Extranjera, la legión francesa para entendernos. Por lo
tanto había que ser muy cuidadoso con él, porque cómo tenía
experiencia militar tendía a explicarte lo que opinaba sobre la
situación y de que manera se deberían hacer las cosas para solucionar el
problema que tocara en suerte. De todas maneras ya habíamos trabajado un par de veces con anterioridad y lo habíamos hecho a satisfacción de ambas
partes. No sabía si era musulmán, serbio o croata, porque prefería
no saberlo, pero me daba la impresión que era musulmán.
Le expliqué lo que íbamos a hacer en la parte que le correspondía. Mientras le contaba la historia del
puente minado, el chico prisionero y el alcalde su expresión se fue
tensando ligeramente y ahí quedó la cosa. Únicamente su paz
interior se debió ver más amenazada, cuando le comenté de pasada
que si daba la orden de abandonar el vehículo ésta le incluía a él
y que de suceder, no se despegara de mí ni un milímetro y que
agachara la cabeza.
Tras explicarle estas cosas que, a la
vista estaba, no le estaban alegrando el día le advertí que tuviera
cuidado en Celebici de hablar por el costado izquierdo del BMR y
desde la escotilla delantera y mirando al frente, para obligar a nuestros interlocutores
a colocarse de manera que el 1º Guerra, que se situaría en la otra
escotilla, los pudiera tener cubiertos con su cetme. Puso cara de
póquer y me dijo que había comprendido todo lo que tenía que
comprender.
Tras dejar al intérprete bastante más
pensativo que antes, le eché una mirada a la carretera. Habíamos
salido ya de Jablanica y la carretera transcurría por una zona
montañosa de una belleza espectacular. Las montañas que nos
rodeaban estaban cubiertas por unos bosques magníficos que iban
raleando y cambiando de vegetación hasta llegar a las altísimas
cumbres en las que se podía ver alguna mancha de la nieve del
invierno. A mi izquierda el Neretva discurría silencioso y potente,
me van a perdonar no sé como explicarlo de otra manera, a los que
somos de secano un río como el Neretva nos impresionaba bastante. En
los pequeños valles transversales que íbamos dejando atrás se
veían reses pastando y entre los árboles algún tejado rojo
señalaba la presencia de viviendas.
En esta zona plagada de pequeñas
aldeas y viviendas aisladas, la guerra se había cebado con sus
habitantes con una brutalidad terrible. Los campesinos serbios,
croatas y musulmanes, que de todas las clases había, fueron
masacrados con delectación. Todos, conforme la suerte de la guerra
cambiaba de bando, fueron sucesivamente víctimas y verdugos y la
limpieza étnica produjo muy poco refugiados o prisioneros. De allí
escaparon los más listos de la clase o los más rápidos. Los demás en su inmensa mayoría fueron asesinados, torturados, sus mujeres violadas ante sus ojos y
eso lo hicieron y sufrieron croatas, musulmanes y serbios, cada uno
por su turno. Por eso en ese paisaje idílico habitaba el odio más
profundo.
Poco a poco llegamos a la zona en el
que el Neretva se ensanchaba en un inmenso embalse, instintivamente
me ajusté el equipo cuando a lo lejos, tras dos curvas percibí las
primeras casas de Celebici...
Mañana en la tercera entrega les
contaré lo que hubo y dejó de haber en el tantas veces nombrado
puente. Tuvo su emoción, les recomiendo que no se lo pierdan.
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