La guardia de Jablanica. (Cuarta entrega)
Vista aérea del lugar que ocupaba el destacamento en Jablanica |
Habíamos terminado de comer, recuerdo que sentados en el interior del
cuerpo de guardia estábamos charlando sobre los partidos que iban a
decidir la Liga. Si soy sincero debo confesar que siempre me gustó
picar un poco a Espinosa lo que resultaba relativamente sencillo
porque tenía menos correa que un reloj de pared para según que
temas y uno de esos temas era el Real Madrid.
Así que estábamos tomándonos un
café y como el diablo cuando no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas, le estaba dando la
murga al cabo a
cuenta del equipo merengue y explicándole que
en mi opinión el Madrid estaba listo de papeles y que me jugaba lo
que hiciera falta a que no ganaba la liga, que la liga era culé con total seguridad. Espinosa movía
nerviosamente una de sus piernas y se tocaba la cara mientras me
miraba fijamente. Al final me dijo ¿de verdad mi teniente se
jugaría usted algo? Automáticamente Ávila, que estaba como de costumbre al quite, le interrumpió para decirme:
No se juegue nada mi teniente, que a éstos los van a ayudar los
árbitros como siempre.
La cara de Espinosa comenzó de inmediato a tomar
un tono purpúreo que advertía que la presión estaba pudiendo con
él, así que dejé la cuestión y cambié de tercio porque una cosa
son las bromas y otra muy distinta provocar problemas donde no los
hay. Rápidamente me puse a hablar del descenso en el que estaba
implicado el club de mis amores. Conté lo duro que era ser perico en
la Barcelona de mis tiempos y hacer el bachillerato en una clase en
la que todos eran culés. Que esa fue mi experiencia real y no
se la deseo a nadie; de hecho estoy convencido que un trago tan
amargo y difícil de sobrellevar, merecería ser premiado con la
insignia de platino y brillantes del RCD Español. Los legías se
reían cortesmente de
mis desdichas juveniles pero el cabo seguía serio y concentrado.
Espinosa había aceptado un cigarrillo del Sgto 1º a modo de pipa de la paz pero seguía molesto,
me miró y para que quedaran
las cosas claras rompió su
silencio para decir:
Usted mi teniente es que no me comprende, yo por el Real Madrid mato.
El tono de convencimiento con el que soltó el disparate me
impresionó.
Jablanica hoy |
Me dio por ponerme trascendente, uno
tiene sus debilidades que
espero sepan ustedes perdonar, pero pensé que la
radicalidad y el fanatismo podían terminar en lo de Bosnia, aunque seguramente comenzaban en cuestiones
- que me perdonen los forofos - tan triviales como pueden ser los
colores de un club de fútbol, un fuera de juego mal pitado o un
penalti discutible y discutido que decía uno que yo me sé.
Creo que fue el primero Guerra el
que preguntó si alguien tenía
una radio para traerla al cuerpo de guardia y así poder seguir el
transcurso de la jornada a través de Radio Exterior de España.
Todo el mundo se apuntó a organizar algo parecido
a una merienda y parecía que
íbamos a disfrutar de una jornada como Dios manda. Eso
sí, sin alcohol, que estábamos de guardia y aunque había
legionarios que sostenían que el
calificar de consumo de alcohol
el hecho de
tomarse un par de garimbas, era una exageración manifiestamente
injusta, la cosa quedó en que se aceptaban sólo
bebidas carbónicas y de la pivo, ni los anuncios.
Mi
conductor y Ascanio se ofrecieron voluntarios a organizar el ágape, así que sacamos algo de dinero y
Morales se apresuró a recogerlo entre las puyas y advertencias jocosas de
sus compañeros. El 1º Arienza
mandó
a la gente para que por turnos
fueran a por sus sacos de
dormir y prendas
de abrigo y de paso para que se buscaran la vida con la gente de
cocina a ver si podían hacerse con algo para merendar.
Hice un
aparte con Ávila para pedirle
que controlara que nadie entrara de puesto con un transistor, que no
estábamos para tonterías y la Liga sería muy importante pero no podía permitir gente distraída en los puestos. Sabía que
Ávila, al que la tropa quería y respetaba muchísimo, hablaría con ellos sin
amenazas ni monsergas y que la
cuestión se resolvería con un acuerdo entre caballeros.
¿Sorprendente? puede ser, pero
funcionaba.
Al rato estábamos ya disfrutando de
la colación, de la que se apartó algo para los que
estaban de puesto y que estaban a punto de salir. Espinosa entró
de centinela maldiciendo su mala suerte, no podría seguir por radio el partido de
Tenerife, me apiadé de su cabreo y le di seguridad que lo tendría al tanto de las novedades
más importantes. Efectuado el relevo, los salientes daban buena
cuenta de lo que tenían reservado, mientras la
radio de cuatro bandas con la que sintonizamos a Radio Exterior de
España funcionaba perfectamente. Todo
iba bien y me dispuse a escuchar la radio, por aquello del Español y recé a
los dioses del fútbol para que no permitieran que los pericos
descendieran.
Pero ya hace mucho tiempo que alguien
señaló lo poco que dura la alegría en casa del pobre y los del HVO
se encargaron de hacer bueno el dicho. La verdad es que no sé si nos
veían por un agujerito, sabían lo de la jornada de Liga o simplemente tocaba,
pero fue empezar a escuchar el programa que informaba de los partidos
y que los croatas lanzaran dos granadas contra Jablanica, una de las
cuales sobrepasó por poco nuestro recinto y explotó al otro lado del
Neretva pero a muy poquitos metros del destacamento.
Inmediatamente di las novedades
correspondientes a Mando, aunque sabía que habrían escuchado tanto
las trayectorias de los proyectiles como su explosión. Por la línea
que me unía a los puestos de centinela, les advertí que tuvieran
cuidado, pusieran especial atención y procuraran estar a cubierto.
Mientras
me ocupaba de estas cosas pude escuchar la sirena de la
escuela que avisaba a la
población del
bombardeo a la que enseguida
se unió, para hacer la segunda voz, la nuestra, advirtiendo al
destacamento que había llegado
el momento de ir a los refugios. El comandante Cora me llamó para
decírmelo
y para ordenarme que
le fuera dando las novedades correspondientes.
Cuando llegué a Bosnia me
resultó curioso comprobar como el Mariscal Tito había
preparado a su país para una posible guerra. Tito creía en el
ejército guerrillero, lo que resultaba
lógico teniendo en cuenta su
particular experiencia.
Partiendo de una serie de
grupos guerrilleros
de diferente ideología y religión había conseguido formar un auténtico ejército con el que derrotó a la
Alemania nazi.
Partiendo de esa idea, Tito implementó
depósitos de armas en casi
todos las poblaciones medianamente
importantes con la finalidad de
armar a la población civil ante
una posible invasión; la
consecuencia de esa medida fue que ahora
todo el mundo tenía armas.
Por otra parte en cualquier población se podía encontrar un
hospital de campaña y talleres de construcción y reparación de
armamento. Esas medidas se completaban con las señales de alarma y
de su conocimiento por parte de todos los ciudadanos, pues
todo eso y bastante más se
enseñaba en las escuelas. Precisamente en la de Jablanica
pude ver los distintos carteles que tenían que ver con la defensa ,activa y pasiva, del territorio y sus gentes.
Estábamos en que habían caído
dos granadas sobre Jablanica y estábamos dedicados a tomar las medidas de
precaución que podíamos tomar. En el destacamento todavía había
gente al descubierto cuando llegaron otras dos. Personalmente siempre
he “preferido” que me bombardee la artillería a que lo hagan los
morteros. Esa
preferencia o
inclinación no es un asunto que derive de mi extraño carácter,
pulsión psicológia o perversión sexual, simplemente tiene que ver
con el ángulo de caída de los proyectiles, que hace que sea más
difícil protegerse de los morteros y del ruido que hacen los
proyectiles de artillería
durante su trayectoria que
sirve para que sepas que viene hacia ti
un pepinazo
mientras que con los morteros cuando oyes el leve silbido del
proyectil, éste se encuentra
en caída y no tienes tiempo ni
para
hacer cuerpo a tierra.
Cuentan los que cuentan estas cosas,
que el ruido de la trayectoria de un proyectil de artillería
recuerda al que hace una sábana al rasgarse. Puede valer,
imaginen ustedes un ruido parecido
a ese, muy fuerte, que dura
bastantes segundos y más o menos eso es lo que se escucha. Teníamos
una ventaja, podíamos ver, estaba ya casi totalmente oscuro, digo
que podíamos ver el fogonazo de boca de las piezas que nos hacían
fuego, luego escuchábamos la detonación del disparo y
posteriormente el ruido de la trayectoria. El conocimiento de esos
detalles no nos iban a servir gran cosa
si los del HVO lograban hacer
blanco en el cuerpo de guardia, pero qué quieren que les diga,
cuando vienen mal dadas cualquier detalle positivo consuela lo suyo y
con eso te tienes que dar por satisfecho.
La cosa andaba medianeja, tirando a mal para qué les
voy a decir otra cosa, pero para
complicar más el asunto, que ya se sabe que si una situación puede
empeorar, lo hace de manera indefectible, sonó
el genéfono (una especie de teléfono) y el comandante Cora me preguntó si estaba escuchando
el fútbol. Como no se debe mentir nunca y mucho menos a los
superiores le dije que lo estábamos haciendo a través de Radio
Exterior
de España y
el comandante, que debía ser
del sindicato de Espinosa, me rogó que hiciera el favor de comunicar
las novedades que hubiera en el desarrollo de los partidos, porque la señal de la radio no llegaba a los refugios.
Repentinamente, a pesar de la tensión o sería precisamente por ella, se me vino a la cabeza la figura de mi tocayo, el
genial humorista Miguel Gila; no me pregunten ustedes cuál pudo ser el motivo de
la ocurrencia porque lo ignoro,
pero así fue.
Pero sigamos. Las
piezas que estaban haciendo fuego sobre la población de Jablanica y
de vez en cuando sobre el destacamento, que el cabrón
del jefe artillero croata debía
ser de los que practican aquello de haz bien y no mires a quién,
digo que las piezas que nos
tenían tan ocupados y
preocupados eran la de los
cañones de dos carros de combate – agárrense que vienen curvas –
que los del HVO alquilaban a los serbios para que éstos dispararan a los
musulmanes y ya de paso a los de UNPROFOR, ¿curioso no? Ya
ven ustedes lo que es la vida, ahora cuando lo escribo, lo de acordarme de Gila me parece más natural y
mucho menos sorprendente.
Lentamente los impactos de la
artillería se iban acercando a la zona del destacamento, los
centinelas me comunicaban vía genéfono los que se producían y las zonas de caída.
No es que pensaran que un repentino ataque de una enfermedad
desconocida me hubiera dejado ciego y sordo, lo cierto es que
yo veía y oía más o menos lo mismo que ellos, pero aunque me estuvieran
volviendo loco con tanta llamada les dejaba hacer, porque cuando
pintan bastos y en una tarde de domingo, en lugar de estar viendo en
tu casa el partido de la tele con la parienta y los niños o haciendo lo que hicieran los
domingos, te toca aguantar un bombardeo, prácticamente al
descubierto – que las garitas todavía no se habían terminado de
fortificar – y además estás más
sólo que la una, el instinto te hace buscar contacto humano, entretenerte como sea y hacer
algo más que observar
y esperar, de ahí que las llamadas fueran importantes para los centinelas.
Pues ahí estábamos, caían
las granadas, daba
y recibía novedades. Los
locutores nos entretenían con su animada y alegre facundia y yo retransmitía bastante menos animadamente las novedades futboleras a Cora y compañía; cuando de repente, sin previo aviso, se montó la mundial. Pero no
una mundial de esas de estar por casa, no
señor, una mundial de las de verdad, una mundial apoteósica. Ya les he contado como estaban las cosas, pero aconteció un hecho memorable que removió nuestra
conciencias...
Pero eso se lo cuento mañana, que se
me ha ido larga la tecla y aquí debo terminar. Si les interesa este
relato, no se pierdan la entrega de mañana. Les doy mi palabra que
con ella procuraré terminar
como sea La guardia de
Jablanica, que si larga se me hizo entonces, más larga me está
saliendo ahora.
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