La guardia de Jablanica. (Segunda Parte)
La entrada al destacamento de Jablanica |
Ayer se me olvidó y esta mañana me sucedió lo mismo,
pero me he acordado y de este momento no pasa:
Tengo que agradecer la valiosísima colaboración de mi buen amigo el Cabo 1º CL. Juan Francisco Bordes Benítez, que estuvo allí y se comió muchas de las cosas que cuento y que me manda algunas de las fotografías que ilustran estos relatos. Al césar lo que es del césar y a Bordes lo que es de Bordes. Muchas gracias amigo mío.
Decía ayer que el amanecer del día 20 de junio de 1993 nos pillaba a los de la segunda sección de la Cía Austria preparándonos para entrar de guardia en el destacamento de Jablanica. Entraba la sección al completo de sus efectivos, un procedimiento que proporcionaba una buena dosis de eficacia al servicio. Todos sabíamos lo que teníamos que hacer, lo hacíamos muy frecuentemente - hicimos guardias hasta decir basta - y lo hacíamos siempre los mismos. En mi caso, contaba con tres jefes de pelotón de una calidad excepcional y los cabos y legionarios provenían de la 5ª compañía, que era la unidad que yo mandaba en Puerto Rosario, así que me consideraba y lo era, un privilegiado.
En cuanto el vehículo, que desde el
hotel traía el desayuno, entró por la puerta del destacamento, mi
gente se apresuró a ir al comedor con la idea de desayunar con
tranquilidad, antes de que llegara la hora de proceder al relevo.
Decía en la primera entrega que en Jablanica se comía muy bien y el
desayuno no era una excepción. Literalmente sobraba comida y si soy
sincero, lo de comer tan bien en un lugar en el que sus ciudadanos,
mujeres, niños, ancianos y varones pasaban literalmente hambre, crea
un problema de conciencia que resultaba extremadamente incómodo.
De hecho, desde que llegamos al
destacamento todos los de la sección guardábamos parte del desayuno
y al terminar, mi gente se acercaban a la alambrada y repartían los
pasteles, bocadillos, embutido, zumos y “pudingos” - una especie
de yogur – a los niños que se colocaban allí con la puntualidad
que sólo da el hambre. Poco a poco cada uno de los legionarios,
cabos, jefes de pelotón y el propio teniente fuimos adoptamos por uno de
esos chavales que se nos repartieron en virtud de un mecanismo
desconocido, al menos para nosotros y cada día reservábamos de lo nuestro y de lo que nos dejaba guindar Cornelli, que sabía mirar para
otro lado cuando convenía y se lo dábamos al niño o niña
correspondiente.
A los niños les había bastado los
seis meses de permanencia de la AGT Málaga, para expresarse en un
castellano sorprendente. Si me permiten el oxímoron, chapurreaban
nuestro idioma con una perfección sorprendente, por poner alguna
pega a esa perfección, quizás habría que señalar un vocabulario
demasiado “cuartelero”, pero era una maravilla como hablaban nuestro idioma.
Partía el alma ver a
aquellas criaturas alegres, amables, sonrientes a pesar de lo que
estaban pasando. Eran un ejemplo maravilloso de adaptación a la
situación y de una asombrosa capacidad de normalizar situaciones tan
difíciles, como las que estaban sufriendo.
Conste que los niños cuidaban de
obsequiar a sus patrocinados. En mi caso, la niña de unos 10 años
que decidió adoptarme, me trajo unos peucos en miniatura, de esos
que se cuelgan en el retrovisor del coche, tejidos en lana de color
rosa, con las iniciales UN en azul celeste y en la patente del
tobillo tres franjas en rojo y gualda como detalle de aprecio a mi
nacionalidad. Los conservo todavía y los he tenido en mis manos
mientras escribía esto.
Además de los peucos, la niña me
regaló una pulsera con los colores de la bandera española en la que
se podía leer “kapetan”, es decir capitán. No vayan a creer que
la niña no entendía de empleos militares, resulta que en
Bosnia lo de ser teniente – porucnik – tiene que ser una birria
monumental, lo descubrí sorprendido cuando todo el mundo, tanto en
Mostar, en Jablanica o donde fuera, me llamaba kapetan y cuando
yo corregía el tratamiento, todos decían, algunos con la sonrisita
típica de estar en el ajo: “Ne, ne, kapetan, kapetan... Al final
decidí que en el ejército bosnio la carrera militar debía empezar
por el grado de kapetan y lo de teniente lo dejaban para gente de
mal vivir y deje de corregir a los que así me llamaban. Me encantó la pulsera y la
guardé, aunque la guardé tan bien que no la he vuelto a encontrar y
todavía me pesa su pérdida.
Terminamos con el desayuno y
repartimos lo que había que repartir en la alambrada, me acerqué
hasta el sargento 1º Ávila y le ordené que apresurara a la gente y
que se prepararan para formar y pasar revista. Así lo hizo Ávila y
al poco tiempo la sección estaba formada en las cercanías del
puesto de mando. Recibí novedades y pasé revista. Mi gente lucía
perfecta así que tras consultar el reloj y ver que estábamos en
hora, me dirigí al Puesto de Mando, donde di las novedades
correspondientes al capitán de servicio, el comandante Cora no
estaba por allí y solicité el permiso para llevar a cabo el relevo.
Relevamos y nos hicimos cargo de la
guardia. Tras despedir a la saliente nos preparamos para pasar la
guardia de la mejor manera posible. El cuerpo de guardia lo componían
cuatro paredes de sacos terreros, una mesa larga ocupaba casi la
mitad del habitáculo, dos o tres sillas de jardín algo maltrechas
en la parte más cercana al hueco que hacía las funciones de puerta, dos bancos de madera de una dureza e incomodidad como sólo se
pueden encontrar en un cuerpo de guardia, añadan ustedes la
instalación telefónica que me permitía ponerme en contacto con las
garitas y el puesto de mando y dos carpetas con documentación y ya
estaba completo el inventario del más que austero equipamiento.
Una vez finalizado el relevo de los puestos, colocamos los BMR,s, en la proximidad de los puestos que tenían ese apoyo señalado en el plan de seguridad del destacamento y mandamos traer el hornillo con el que hacíamos café.
Una vez finalizado el relevo de los puestos, colocamos los BMR,s, en la proximidad de los puestos que tenían ese apoyo señalado en el plan de seguridad del destacamento y mandamos traer el hornillo con el que hacíamos café.
Una de las principales funciones de la
guardia, además de dar seguridad al destacamento, era controlar el
flujo de visitantes que querían entrar en el mismo. Para ello
se les pedía la documentación que se llevaba a Mando, donde algunas
se fotocopiaban, mientras que a los visitantes se les colocaba, a que esperaran el permiso correspondiente, en una zona pegada a la
alambrada que permitía fotografiarlos discretamente desde la
edificación de Mando, si los responsables de Inteligencia lo
consideraban oportuno.
El Neretva visto desde las cercanías de Vrdi |
Teníamos un centinela en la puerta
principal que estaba cerrada por la típica barrera oscilante, una de
cuyas misiones era advertir de la presencia de algún visitante y
evitar, en la medida de lo posible, que los chavales se acercaran
demasiado a la puerta y que ésta permaneciera “libre y despejada”.
Un cabo sentado en un taburete en el exterior del cuerpo de guardia,
controlaba esa barrera, aunque en ocasiones la labor la llevaba a
cabo alguno de los cabos 1º o el propio suboficial.
La mañana iba transcurriendo sin
novedad, no había visitantes y las horas iban
transcurriendo plácidamente. Harto de tomar café, fumar y de machacarme los
glúteos con el banco, salí a estirar las piernas por las cercanías
del cuerpo de guardia.
Frente a la barrera, una señora y un
anciano me miraban fijamente, me acerqué hasta el centinela y le
pregunté que hacía esa gente allí. El legionario Ascanio, que era
un tío currante, cumplidor y además sobrino mío, puso cara de
apuro, encogió los hombros, hizo una mueca y con la barbilla señaló
al lugar en el que se encontraba el cabo “Metralla” que teóricamente debía ocuparse del control de los visitantes.
Me volví. El cabo, al que conocíamos
como el “Metralla” era un firma de cuidado, de hecho su mote real
era “el Metralleta” y lo traía con él cuando se vino a La
Legión, se lo ganó en el barrio de San Cosme, en Barcelona, sabría
él por qué. Conmigo tenía poco margen y procuraba cumplir a
tope; en su tiempo lo pillé en dos renuncios consecutivos, tuvimos una charla constructiva,
llegamos a un acuerdo y desde entonces procuraba comportarse conmigo como si de un santo se tratara, en justo pago a mi bondadosa comprensión.
Aunque resulte difícil de creer, el
cabo se encontraba disfrutando de su game boy, una maldición bíblica
para la concentración de los legionarios, que habían descubierto en
Bosnia a la maquinita y al encanto sublime del Tetris, lo que
ocasionó que prácticamente todos los legionarios, algún sargento
de la básica y tenientes de infantería jovencitos se compraran la
puñetera máquina y en cuanto te descuidabas se olvidaban del mundo
y se concentraban en el juego de las narices.
Maldiciendo por lo bajo, me excusé
con la pareja que esperaba y llamé al Metralla, el cabo absorto en
la partida levantó una mano pidiéndome paciencia y continuó a lo
suyo. Me sorprendió tanto que me apoyé en los sacos terreros
mientras boqueaba. No me lo podía creer, que en La Legión un cabo
le pidiera que esperara a un teniente era algo impensable, pero que
el Metralla me lo hiciera a mí, era absolutamente imposible. Aunque
por muy imposible que fuera, me lo acababa de hacer.
Le di un bocinazo al Metralleta que
esta vez dio el salto que yo esperaba la primera vez y a la carrera
se acercó a la barrera, mientras que al llegar a mi altura, mientras me saludaba musitó lo que supuse sería una excusa. Ya en dos o tres
ocasiones el uso indebido de la dichosa maquinita había ocasionado
alguna disfunción, que diría un moderno, entre los usuarios del
cacharrito y un servidor. Llevaba tiempo buscando la manera de que
los legionarios utilizaran la dichosa máquina sólo en sus horas
libres y de pronto me llegó la inspiración, lo tuve meridianamente
claro, sabía ya cómo darles un escarmiento definitivo. Sólo
conocía a alguien que tuviera una afición mayor por la game boy que
los legionarios y esos eran los niños de Jablanica que literalmente
babeaban a la vista de una de esa máquinas del diablo.
Así que decidí llevar a cabo una
acción que combinaba la solución a mi problema con el cabreo de
los legionarios a los que ya había “advertido” seriamente y la
alegría de los niños.
Me acerqué hasta el cuerpo de
guardia, eran las 10,30 horas de la mañana y le dije al sargento 1º:
Paco a las 11,00 quiero todas las game boys de los legionarios y
cabos de la sección, en la mesa del cuerpo de guardia y ojo que ésta
es una orden de las del rollo ese de “sin excusa ni pretexto”,
así que el que tenga la desgracia de que la máquina no tenga pilas
que se vaya preparando, porque no cuela. Ávila me miró entre
pensativo y resignado, se levantó, saludó y fue a cumplimentar la
orden.
Me acerqué a la barrera que el
Metralla había abierto para que pasara la pareja y salí a la calle.
En la acera de enfrente cuatro chavales me miraban, les hice una
señal para que se acercaran y hablé unos momentos con ellos, los
chavales rieron felices y se desperdigaron.
Volví al interior del
destacamento mientras Ascanio y el Metralla me miraban fijamente con
aspecto preocupado. Me crucé con ellos, me saludaron, les contesté
al saludo sin siquiera mirarlos y me acerqué al cuerpo de guardia
para ponerme un café. Pensaba que me lo había ganado, encendí un
cigarrillo y me dispuse a esperar acontecimientos, mientras sonreía
y el 1º Arienza me observaba con expresión inescrutable.
En pocos minutos comenzaron a aparecer game boy sobre la mesa del Cuerpo de Guardia, el infeliz propietario
pedía permiso para entrar, dejaba sobre la mesa el cacharro y se
despedía muy reglamentariamente; resultaba claro que se había corrido
la voz de que estaba de mala leche, así que no hubo ningún intento
de hablar conmigo. Cuando ya había aproximadamente veinte máquinas
sobre la mesa le pedí a Arienza que formara la guardia. En cinco
segundos la cosa estaba hecha y Arienza me daba la novedad
correspondiente, le dije que estuvieran a discreción pero sin fumar
ni hablar, los dejé unos minutos para que se cocieran en su propio
jugo y salí a darles la charla.
Les expliqué cual era el problema, no
era una manía mía. El asunto del tetris y las game boy distraía
de tal modo a los legionarios que en ocasiones la puñetera máquina
podía poner en peligro al jugador, al propio grupo y lo que es peor
al cumplimiento de alguna misión. Puse como ejemplo al Metralla
que estaba tan absorto jugando, que había pasado del centinela y
para rematar había ignorado mis órdenes. Eso tenía que terminar y
ya lo había advertido con antelación, más de dos y más de tres veces. Vista la reincidencia, ahora pondrían “voluntariamente” las máquinas a disposición de
los chavales que ya se agrupaban en las cercanías de la puerta y que
entrarían por turno para jugar al tetris hasta la una de la tarde.
Advertí que era un aviso, pero que
era el último aviso. El siguiente problema con las máquinas y el
tetris, le costaría al pringado el abandono de la misión, lo
mandaría a España en el primer avión y su jefe directo me tendría
que dar las explicaciones pertinentes y naturalmente añadí que si
alguno tenía algún problema o quería opinar algo sobre su voluntario sacrificio, podían discutirlo con el Metralla que era el padre de la criatura. Sabía
que le iban a maldecir los huesos, pero algo tenía que pagar mi
colega de San Cosme.
Ordené que los niños se pusieran en
fila y que fuera el propio Metralla, ayudado por el cabo Cayetano, un canarión que conducía el BMR de Ávila, los que se encargaran de controlar
los turnos. Al principio mi gente estaba un poco mosca, me constaba
que en el destacamento, a veces había problemas para encontrar
las pilas y eso les preocupaba; pero poco a poco la alegría de los
chavales fue impregnando el desolado Cuerpo de Guardia. No sé quién
fue, pero alguien se ocupó y al rato había agua, zumos y pastelillos para los
chavales, que entusiasmados le daban a las teclas con una
concentración digna de mejor causa.
Fueron cambiando los turnos, las
sonrisas infantiles resplandecían y sin darme cuenta llegaron las
13,00 horas y con la hora la finalización del juego y la retirada
de máquinas y jugadores. Miré hacia la salida y tuve la
satisfacción de ver, mientras salía el último chiquillo dándonos
las gracias, como una sonrisa iluminaba la fea cara del Metralla...
Mañana sigue la Guardia de Jablanica. Advierto a los lectores madridistas que estén atentos, el equipo de sus amores va a tener un papel muy importante en el desarrollo de la guardia y consecuentemente en el del relato. Si les quedan ganas, mañana la tercera entrega del relato.
Cuanta buena gente. Algunos de ellos famosos en Almeria
ResponderEliminarBuenas noches, muy cierto muy buena gente. Gracias por el comentario.
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