Lo mejor es enemigo de lo bueno. (Entrega final)
El hospital musulmán de Mostar |
La fotografía del hospital musulmán de Mostar que ilustra el presente relato, se la debo a la amabilidad de mi compañero y amigo el Cabo 1º Caballero Legionario Juan Francisco Bordes Benítez, que estuvo en Bosnia con la AGT Canarias. ¡Muchas gracias Bordes!
Nos pusimos en marcha y nos encaminamos hacia el puente de Tito, un puente Bradley que suplía al de obra que había sido volado durante la guerra con los serbios. De hecho los únicos puentes existentes en aquellos momentos en la ciudad eran, el de Tito, una pasarela que utilizaban los musulmanes y el Stari Most, el viejo puente que daba nombre a la ciudad y al que todavía no habían destruido los croatas, que cuando les interesó no vacilaron ni un momento en cargarse una obra de siglos, cuyo significado como símbolo les molestaba. Ya en las afueras de Mostar todavía estaba en servicio el llamado puente de Aviadores que también utilizábamos de vez en cuando.
Nos pusimos en marcha y nos encaminamos hacia el puente de Tito, un puente Bradley que suplía al de obra que había sido volado durante la guerra con los serbios. De hecho los únicos puentes existentes en aquellos momentos en la ciudad eran, el de Tito, una pasarela que utilizaban los musulmanes y el Stari Most, el viejo puente que daba nombre a la ciudad y al que todavía no habían destruido los croatas, que cuando les interesó no vacilaron ni un momento en cargarse una obra de siglos, cuyo significado como símbolo les molestaba. Ya en las afueras de Mostar todavía estaba en servicio el llamado puente de Aviadores que también utilizábamos de vez en cuando.
Pasamos por el puente, con la precaución de que los BMR lo cruzaran de uno en uno. Esa era
una cautela de la que siempre nos advertía el capitán Romero, que nos machacaba
una y otra vez, incansablemente diría yo, con el aviso. Así que, al menos en la Cía.
Austria, todo el mundo sabía que debíamos
cruzar el puente de uno en uno e incluso la tropa recibía con cierto pitorreo
el mensaje que en un día normalito podía repetirse, como poco, seis o siete
veces.
Entramos en territorio musulmán y al llegar a la calle
principal del barrio, torcimos a la izquierda para ir hasta el hospital. Todo
parecía ir bien, pero no podíamos confiarnos. Los del HVO sabían casi
inmediatamente si había vehículos de UNPROFOR en el hospital y si estaban de
malhumor largaban tres o cuatro salvas de mortero, con
el fin de que supiéramos que nos tenían localizados, advertirnos que no les
gustaba nada la visita y ya de paso sugerirnos sutilmente que ahuecáramos el
ala a la mayor brevedad. El flujo de información entre las dos zonas era tan
fluido y rápido, en uno y otro sentido, que realmente daba miedo.
Por eso no me hacía ninguna gracia ir al hospital, eran
muchas ganas de jugar con la suerte, tampoco vayan a pensar que aquello era como jugar a la ruleta rusa, pero ya se sabe que tanto va el cántaro
a la fuente que al final… y al final estaba mi gente. Cierto es que aparcábamos
a cubierto de las armas de tiro tenso, pero si hablamos de fuego de morteros
es distinto. Porque por mucho que nos situáramos pegados a la fachada
trasera del hospital para que la edificación nos cubriera, si por casualidad
los del HVO lograban colocar un par de granadas en el patio trasero del
hospital, tal y como había sucedido alguna vez, la cosa no iba a tener ninguna
gracia y ya para que les cuento si conseguían un impacto directo sobre algún
vehículo.
Puente de Tito |
Así que me prometí hacer una visita rápida a Milovic, se
pusiera como se pusiera y me contara lo que me contara, para no dejar a mi
gente a merced de los tiradores de los morteros del HVO, que
afortunadamente no debían ser demasiado buenos teniendo en cuenta los pocos
blancos que conseguían.Pero la fortuna
es cambiante y no merecía la pena correr riesgos innecesarios, personalmente
creía que con que afrontáramos los necesarios, teníamos más que suficiente.
Por radio le recordé a Ávila, las medidas de precaución, que
en eso todos éramos hasta pesados. Me pasaba a mí con el capitán Romero, a los jefes de pelotón conmigo y a los legías con los tirillas y el sargento
1º. Todos temíamos que se produjera una imprudencia y a consecuencia de ella tuviéramos alguna baja. No hay nada que te de seguridad absoluta en zona de
guerra, pero al final uno se inclina a pensar que por dar la paliza, aunque uno resulte muy pesado, que no quede.
Le dije a Guerra lo mismo que me había escuchado decirle a
Ávila por radio y le advertí que ante cualquier novedad me avisara
inmediatamente. Bajé del vehículo y “Carmen” utilizó la portezuela que se abría
cuando no se quería bajar el portón trasero. Cuando consiguió salir, recuperar
el equilibrio y colocarse el casco en el lugar que se supone debe ocupar,
entramos en el hospital.
Allí mismo estaba Milovic que se apresuró a saludarnos, le
presenté a “Carmen” y enseguida puso en marcha su reconocida capacidad de seducción y mientras charlaba y sonreía
arrancó hacía el sótano que era la planta donde habitualmente nos recibía. Como me temía “Carmen” recibió el tratamiento completo, primero la seducción y
luego el horror ante el espectáculo dantesco que tuvimos que ver sin ninguna prisa.
Entramos en el cuarto en el que Milovic recibía, allí
tenía el café que se apresuró a servir mientras nos pedía que tomáramos asiento.
Sorbí de la taza, el café era bueno, estaba caliente y extremadamente dulce,
tal y como les gustaba a ellos, me lo bebí de un sorbo y le pedí a “Carmen” que
le trasladara a Milovic que el capitán Romero pasaría sobre las 20,00 horas
para recoger las bombonas de oxígeno que tuviera vacías. Lo hizo y se
enzarzaron en un largo cambio de impresiones que no podía tener que ver con las
dichosas botellas. “Carmen” hacía demasiadas preguntas que el otro contestaba
muy apasionadamente. Cuando acabaron, le ofrecí un cigarrillo al médico y un
paquete de café. Sonrió agradecido, dio las gracias y guardó silencio mientras observaba fijamente a la intérprete.
“Carmen” me miró y empezó a contarme que el Dr. Milovic
tenía una gran opinión sobre mí y que era por eso que se atrevía a pedirme un
favor que me agradecería mientras viviera. Mentalmente me persigné, no sabía si
Milovic era musulmán practicante o no, pero me pareció que persignarme en aquel
hospital no iba a ser un gesto demasiado bien comprendido.
― ¿Qué quiere que haga?
― El doctor dice que no se lo pediría si no fuera porque
están viviendo una situación desesperada. Están sin anestesia y tiene que
operar con urgencia a dos niños
― “Carmen” ahórreme lo de los niños, que el doctor ya lo
tiene muy usado conmigo y no cuela. ¿Qué es lo que quiere exactamente Milovic?
― Pues que nos acerquemos al hospital croata y allí una
doctora amiga suya, nos prestará una botella de peróxido nitroso, la cogemos y
se la traemos hasta aquí.
Barrio musulmán |
― Claro y yo soy el arzobispo de la Seo de Urgel ― La
traductora no entendió lo del arzobispado pero me dio igual ― “Carmen” lo que
nos está pidiendo el doctor es que vayamos hasta el hospital croata y nos
traigamos por la cara una botella de anestesia y eso es un asunto que puede
tener consecuencias muy graves.
La intérprete me miró y muy seria dijo ― Pues sí, así es.
La verdad es que me desarmó, si llega a intentar dorarme la
píldora, ipso facto hubiera dicho que no y habríamos salido de allí haciendo fu
como los gatos, pero me reconoció de frente la barbaridad que me proponía y me
descolocó. Miré a Milovic y pude ver en su cara la angustia por la que estaba
pasando, sabía que utilizaba sus trucos especiales para ablandarnos, pero me
daba la impresión que realmente estaba desesperado.
Personalmente suponía, no quería profundizar demasiado en el
asunto, que iba a pecar militarmente si me metía en ese asunto, pero mi otro yo, me dijo que tampoco era
tan distinto lo de la anestesia y lo que la AGT había autorizado con las
bombonas de oxígeno que recogería Romero en el hospital, así que si era pecado,
que lo era, sería de los leves, incluso si lo pensaba bien, solamente una pequeña falta administrativa.
Resoplé, no sabía cómo pero me había decidido a hacerlo. La anestesia no iba a suponer una mejora en la
capacidad militar de los musulmanes y si el doctor en lugar de ser
musulmán, fuera croata y la situación fuera justo la contraria, seguro que ayudaría
a los croatas, Desde mi punto de vista eso demostraba mi neutralidad. Le pregunté si la doctora era de confianza y
“”Carmen” me confirmó que era musulmana y que estaba como muchos de sus
compañeros retenida por los croatas, que andaban muy escasos de
médicos.
― ¿“Carmen” usted sabe dónde encontrar a la doctora?
― Sí, la encontraremos en la segunda planta del hospital.
― ¿Cómo es de grande la botella de la anestesia?
― Me ha dicho el doctor que medirá sobre 1,40 metros.
― Pues dígale a Milovic que vamos para allí y que si todo
sale bien en media hora estaremos de vuelta con la anestesia.
Salimos. Mientras subía por las escaleras pensé en que como
nos trincaran los croatas, lo íbamos a pasar mal, a la intérprete le iba a
costar el trabajo y a mí, seguro que me mandaban para España y me iban a empapelar bien ampapelado. Así estaban las cosas pero si había decidido jugar,
jugaría, al fin y al cabo lo tenía claro; si en La Legión decides, en uso de tu
libertad individual saltarte las normas, si te pillan, pagas y aquí se acabó el
problema.
Montamos en el BMR y nos pusimos en marcha, por la línea
interna le pregunté a Morales si sabía dónde estaba el hospital croata, no lo
sabía, pero cuando le expliqué que estaba al lado de una pizzería frente a la
que estacionábamos con frecuencia, supo a qué edificio me refería. Mientras
íbamos hacia allí, le expliqué a “Carmen” lo que íbamos a hacer. Entraríamos
los dos y subiríamos a la segunda planta procurando dar las menores
explicaciones posibles y sin dar demasiado el cante, cuando nos encontráramos
con la doctora, recogeríamos la botella y saldríamos por dónde habíamos venido,
sin prisa, pero sin detenernos para nada. En estas cosas, lo mejor es entrar y
salir lo más rápidamente posible, pero con naturalidad, sin llamar demasiado la atención.
La intérprete me miraba y al final se arrancó ― Estoy muy
contenta de que haya aceptado, soy croata, pero estos del HVO son unos hijos de
puta.
Me eché a reír ― apoyo la moción ― le dije.
Callé porque
estábamos llegando. Aparcamos en la acera casi en la misma esquina de la calle
por la que se accedía a la entrada del hospital. Maldije entre dientes cuando
vi a tres soldados del HVO que estaban frente a la entrada, supuse que en funciones de
vigilancia. Me bajé del BMR, abrimos la portezuela trasera y le dije a Guerra
que cuando saliera del hospital, vendría con una botella de anestesia y que la
cargaríamos por allí rápidamente y en silencio.
Zona croata |
El hospital tenía una de sus fachadas que daban a la avenida
en la que estábamos aparcados, pero la entrada estaba en la calle que se abría
perpendicularmente a la travesía en la que nos encontrábamos. La entrada daba a
un jardín y girando a la izquierda había una especie de túnel en mitad del
edificio con una puerta en cada uno de sus lados. Entramos en el túnel y por la
puerta a nuestra derecha accedimos al hospital,
sin detenernos subimos andando a la segunda planta. Fue llegar al rellano
y nos topamos casi de bruces con una mujer morena, guapa, de unos cuarenta años
que evidentemente nos estaba esperando y saludó en croata. Miré a “Carmen” que
habló unos segundos con ella y me confirmó que era la doctora, cambiaron unas
frases y la doctora abrió la puerta de un cuarto de limpieza en el que
destacaba la presencia de una botella metálica de las grandes, la miré y
asintió.
La cogí, pesaba bastante, me despedí y bajé por la escalera
mientras oía a “Carmen” que me seguía, salí por el túnel y me dirigí a la
calle, pasé justamente al lado de los HVOS a los que saludé con el dobar dan reglamentario y continué con
cara de no haber roto un plato. Los tipos contestaron al saludo y oí que
hablaban excitadamente entre ellos. Sin siquiera comprobar si la traductora me
seguía me acerqué al BMR y me dirigí a su parte trasera, la puerta estaba
abierta y en cuanto coloqué el extremo de la botella en el interior, ésta
desapareció a toda velocidad.
Más tranquilo, miré y vi a “Carmen” que estaba a mi lado, le
pregunté si había oído que decían los del HVO y me contestó que discutían sobre
si cuando habíamos entrado llevábamos una botella o no. Miré discretamente y me
dieron la impresión de que habían perdido el interés por nosotros
― Venga “Carmen” suba que nos vamos.
La intérprete me miró ― Es que quería decirle una cosa
importante, la doctora me ha dicho que tiene dos botellas de oxígeno medicinal
para mandárselas a Milovic.
― Bajo ningún concepto “Carmen”, vinimos a por la anestesia
y eso es lo que nos vamos a llevar.
― Pero ella me ha insistido mucho, en un momento subimos y
las traemos. Está bueno lo de la anestesia pero será mejor si le llevamos también el oxígeno
Y en ese momento, todavía no sé bien porqué, cometí un error
extraño y descomunal. Me había pasado la vida predicando que lo mejor era
enemigo de lo bueno y pensé, bueno no sé exactamente lo que pensé, quizás no quise pasar por timorato y tragué. Todavía es hoy y sigo arrepintiéndome; le di una voz a
Ávila para que nos acompañara y volvimos al hospital, subimos a la segunda
planta, cogimos los tubos de oxígeno, las dos mujeres se besaron y bajamos,
pero esta vez en cuanto salimos por la puerta que iba a la calle, los del HVO
nos estaban esperando y nos pararon.
Empezaron a preguntar quien me había dado los tubos y con qué permiso contaba. Quise salir por la tangente y
expliqué que el doctor Zuric – un médico croata que trabajaba en el otro
hospital de Mostar - me había dicho que
viniera aquí y que me darían los tubos, los había pedido y me los habían dado, aunque no conocía el nombre del médico que me los había entregado. No me dejaron ni terminar, se pusieron
violentos y cargaron contra la intérprete, le pregunté qué le estaban diciendo.
― Que hasta que no devolvamos el tubo que hemos sacado, se
quedan conmigo.
No quedaba gran cosa que hacer, yo seguía haciendo el papel
de idiota entre indignado y confuso, pero le di una voz a Guerra para que
trajera el tubo de anestesia y se la entregamos al HVO. Siguió la discusión pero en otro tono. Les dije que nos íbamos a ir y pedí perdón por la confusión y conseguí que permitieran que “Carmen” se
pusiera a mi lado, la tensión fue amainando, ni siquiera sé
cómo acabó la bronca, pero sí cuando. Se acabó cuando vimos los del HVO y nosotros, acercarse a la puerta la doctora que nos había dado la anestesia.
Nunca olvidaré la visión de la figura de la doctora musulmana, que lentamente, en silencio, salía del hospital entre dos HVOS, que la conducían calle arriba al lugar del
que jamás volvió.
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