Los tres jardineros de Dracevo (Segunda entrega)
Parte de la zona que se ajardinó |
Mientras subía hacia los vehículos donde se encontraba la compañía
dedicada a la limpieza de armamento y mantenimiento de vehículos y
transmisiones, recordé los sucesos que nos habían llevado a la situación que
les estoy relatando. Había entrado de guardia con parte de mi sección y creo
que nos habían agregado el pelotón de MM
de la compañía con el sargento Hidalgo al frente para completar la guardia. No
sé a qué se debía la novedad porque en Bosnia entrábamos normalmente de guardia
con la sección al completo, lo que resultaba muy cómodo y sobre todo eficaz, pero
así fue. Algún motivo habría pero lo cierto es que no lo recuerdo.
A lo largo de los seis meses que estuvimos en Bosnia hicimos
más guardias que el palo de la bandera, personalmente prefería con mucho un día de misión a una guardia. Las
guardias por definición son aburridas, incómodas, fatigosas y monótonas hasta
decir basta y esas características tan
negativas contrastaban poderosamente con
las situaciones emocionantes que nos proponían los días de misión, por muy
tranquilos que resultaran.
Probablemente la droga más poderosa de este mundo sea la
adrenalina, eso dicen los que entienden de drogas, hablo de oídas así que no me
hagan mucho caso, pero hay que reconocer que disfrutábamos de la excitación que
nos proporcionaba y las guardias, normalmente no provocaban situaciones que
la produjeran.
Pero vamos a lo que vamos. El cuerpo de guardia de Drácevo ocupaba parte del barracón
que se encontraba situado perpendicularmente a la pista que llevaba al campamento. Estaba en el cruce de caminos en el que la pista que iba hacia la carretera
se abría en dos brazos, uno que iba en dirección a unas casas situadas al oeste
del cuerpo de guardia y el que rodeaba la instalación por el este y llevaba a
la carretera.
El barracón era una instalación multiusos de forma
rectangular, tendría unos quince metros de largo por ocho de ancho. Lo dividía en
dos partes iguales un pasillo que dejaba a la derecha el cuarto del oficial de guardia
y otro para el resto de la guardia, le seguía el botiquín donde se pasaba
reconocimiento médico a los componentes del GT Colón y se atendía a los civiles
que aparecieran por allí, los baños y terminaba en una sala que ocupaba toda la
amplitud del barracón, en la que estaba instalada la cantina. Ésta era atendida
por dos o tres mozas, exactamente igual que en Jablanica, con la diferencia que
las de Dracevo eran croatas y las otras musulmanas, pero curiosamente actuaban
como si hubieran aprendido su oficio en la misma escuela. Igual resultaba que
existía en Bosnia un centro de formación profesional para camareras de cantinas de
UNPROFOR y nosotros no nos habíamos enterado.
A la izquierda del
pasillo se encontraba el “teleclub” del destacamento, un televisor presidía la
sala de aspecto desolado, en la que se alineaban dos grupos de bancos que dejaban un pasillo entre ellos.
Eran duros, estrechos y bajitos, ya lo he comentado en otra ocasión, eran de
una incomodidad tan espectacular como sólo se puede encontrar en un cuerpo de
guardia. Cuando se habla de algo que es muy duro se califica su dureza de diamantina,
pues para calificar la peor de las incomodidades habría que referirse a banco
de cuerpo de guardia español. Se lo aseguro, si de lo que se trata es de
incomodidad son lo más de lo más.
A la puerta del barracón dos bancos algo más decentes que los del
teleclub y dos morales muy frondosos ofrecían descanso y solaz a los
desgraciados a los que les tocaba hacer guardia. Sostengo que las guardias eran monótonas
y aburridas y esa era nuestra percepción, pero vistas con la perspectiva que da
el tiempo, recuerdo unas cuantas en las que sucedieron cosas que hubieran inducido
a algún oficial de guardia de los que hay en muchos acuartelamientos de España a
cortarse las venas o pedir la baja del ejército.
Bueno pues en esas nos encontrábamos, no serían ni las nueve de la
mañana y todavía estábamos haciéndonos a la idea de que irremisiblemente nos tocaba estar en aquel barracón las próximas veinticuatro horas, a no ser que en Mostar se liara
la mundial y a lo mejor el Mando en su infinita sabiduría, nos
relevaba para que fuéramos para allí tal y como había pasado ya un par de veces.
Ni siquiera estaba lista la cafetera que, como era tradicional en la sección, tenía
que estar al fuego dos segundos después de acabar con el relevo y despedir a la
guardia saliente.
Como digo, nuestro espíritu no estaba aún de guardia cuando
aparecieron dos adolescentes entre los 14
o 15 años, que traían como podían a otro chaval de su misma edad, que lucía una
laceración, entre herida y quemadura, en el centro geométrico de su cuero
cabelludo y que iba desde la frente hasta la zona occipital, al que le
flojeaban las piernas y que no era capaz siquiera de hablar. Lo sentamos en un banco, mientras que de forma sorprendentemente coordinada alguien le daba un
toque al médico y el 1º Guerra llamaba a Mando para que nos mandaran un intérprete con
urgencia.
El médico que salió a los pocos segundos, pidió que acercáramos con cuidado al chaval hasta el botiquín para poderlo reconocer. Dos legionarios lo cogieron, mientras que el 1º Arienza, ayudado por el cabo Dobao impedían que los dos colegas del averiado entraran en el barracón. Los chavales protestaban y nosotros andábamos en lo de polaco, polaco, nema problema (tranquilo, tranquilo, no hay problema) lo que no producía el menor efecto a los chavales, que eran unos críos, pero croatas y ya apuntaban maneras, cuando afortunadamente llegó la intérprete, Adriana - creo recordar - una tía genial, guapa, muy seria y que hacía un trabajo magnífico que se puso a hablar con ellos y en un minuto los tenía comiendo de su mano.
Entró para explicarle al médico que es lo que había sucedido.
Los chavalines – juventud divino tesoro – estaban en el domicilio de uno de ellos y como se
aburrían se pusieron a trastear con el kalashnikov del padre y en ello estaban,
cuando se les escapó accidentalmente un disparo que no le levantó al colega la
tapa de los sesos porque Dios es grande.
Al ratito sacaron entre el médico y Adriana al accidentado, al
que le habían pintado con yodo el rasponazo que le habían hecho sus colegas y que
parecía le hubieran hecho una raya en mitad del coco. El médico dijo
que no tenía conmoción cerebral, simplemente tenía una quemadura, producto del
roce del proyectil y que lo dejáramos un rato a la sombra a ver si se tranquilizaba,
porque todavía no había abierto la boca ni para quejarse.
Adriana trasladó a sus amigos lo que había y cuando iba a
irse, me vino una cuestión a la cabeza para la que necesitaba su colaboración. Llevaba tiempo dando vueltas a un asunto
que me tenía muy mosca, a menos de cien metros del cuerpo de guardia vivía un
miliciano del HVO que durante la semana
se iba a la guerra y los fines de semana volvía a su casa. Era un tipo mal encarado,
vestía siempre de uniforme y nos miraba francamente mal cuando pasaba por
delante del cuerpo de guardia.
Esas cosas no es que importaran demasiado, de hecho no nos
importaban nada, el problema real es que al tío le gustaba muchísimo darle al
jarro y cuando llegaba a su casa, a las tantas de la noche, harto de rakia,
colocado como un piojo, cogía el kalashnikov y celebraba la cogorza disparando
unas cuantas ráfagas al aire, lo que de manera automática ponía en
pie de guerra a la guardia. La noche anterior había montado el numerito, lo
sabía porque me había despertado con los disparos y me juré a mí mismo que le iba a quitar al andoba las ganas de
andar de jarana en las cercanías del cuerpo de guardia.
Así que aproveché la presencia de Adriana que seguro me iba a traducir fielmente lo que le dijera aunque no le hiciera ninguna gracia lo
de ir al domicilio de nuestro amigo y eso que no sabía lo que le iba a decir, pero cedió tras que se lo pidiera un par
de veces y tras coger mi cetme - el atrezzo hay que cuidarlo - nos dirigimos a la
casita. Al llegar le di un par de puñetazos a la puerta para que el amante de
los disparos supiera de antemano que la visita no era amistosa, mientras
la intérprete me miraba moviendo la cabeza para expresar su disgusto. Salió mi amigo, Adriana se apresuró a saludarlo y me miró interrogante.
Le dije ― Adriana dile a ese tipo que como se le ocurra
volver a disparar y tenga la mala suerte de que esté de guardia le
dispararemos. No le vamos a dar el alto, ni mandangas de esas, le dispararemos en el
acto.
Adriana le trasladó el mensaje, el tipo me miró, le sostuve
la mirada y sin abrir la boca dio media vuelta y se metió en su casa. Fue mano
de santo, en dos o tres meses no volvió a disparar jamás a la puerta de su casa.
Después no tuve oportunidad de comprobar la eficacia de la amenaza sobre la
reflexión porque al pobre diablo se lo llevaron puesto en las cercanías de
Mostar y se acabaron para él, los disparos para siempre jamás.
Volví a mi guardia, comprobé que los chavales se habían ido,
Guerra me indicó que el “herido” había salido por su pie y que cuando se fue hablaba
animadamente con sus amigos. Tranquilizado al respecto me dediqué a las tareas
propias de la guardia. Ésta fue pasando lenta y monótonamente, los relevos, las
novedades, las llamadas de Mando, el control de los civiles que pasaban al
botiquín, nada que pueda contarles que tenga el menor interés hasta las seis o
siete de la tarde, hora en que el Mando
decidió a autorizar – lo hacía cuando buenamente podía - visto que los informes
anunciaban calma en la zona, a que la gente libre de servicio se la transportara
a Metkovic, en Croacia, para que se dieran una vuelta, compraran lo que les
hiciera falta, se cortaran el pelo, telefonearan, se pusieran hasta arriba de
alcohol o simplemente cenaran.
Así me lo comunicaron
y tres camiones aparcaron en la pista al costado del cuerpo de guardia, se fueron llenando con rapidez. Los legionarios que se iban a dar el garbeo a
Metkovic y los de la guardia vacilaban y se lanzaban pullas y denuestos, pero
con ánimo jocoso, ni en eso iba a haber la menor variación. Llegada la hora y después de comprobar que la escolta estaba
lista, agrupé a los legías en dos camiones, autoricé la salida y mandé al
tercer camión, cuyo conductor me miraba desolado, a su aparcamiento.
A las tres horas estaban de vuelta, se notaba el efecto
relajante de las copas que habían ingerido porque el jaleo que producían era
bastante más sonoro que a la hora de salida. Bajaron de los camiones y se dirigieron
en grupos hacía sus compañías, dónde pasarían el control nocturno. Llamé a
Mando y comuniqué que había recibido el “sin novedad” de la escolta y los
conductores de los camiones.
Me ocupé de comprobar que la guardia hubiera cenado,
incluidos los que estaban de puesto y salí al exterior del barracón huyendo del
ruido que surgía de la cantina, miré el reloj, faltaban unos minutos para que
tuviera que ordenar el cierre. Un trabajo feo, porque la gente se empeñaba en
alargar el tiempo de permanencia como si el mundo fuera a acabarse esa noche y a veces costaba que salieran.
Comprobé la hora en mi reloj y a desgana fui a cerrar la
cantina, fue de los días fáciles, menos dos de los que habían salido a Metkovic
y que tenían sus facultades mentales algo perjudicadas, los demás salieron
rápidamente. Fui controlando a los dos legionarios a los que les costaba volver al
modo “ chavalote se acabó la fiesta”, hasta la puerta y allí el aire fresco de
la noche los espabiló y comenzaron la subida de la cuesta hacia sus unidades.
Mientras miraba como subían trabajosamente por la pista,
encendí un cigarrillo y de golpe a unos metros de mí vi a tres legionarios de
mi sección que a la carrera se incorporaban a la cuesta pero viniendo de la
ladera que bajaba hasta la carretera, esos habían subido directamente desde la carretera. Tomé nota en mi agenda mental, de
averiguar, cuando saliera de guardia, que pasaba con aquellos tres.
Terminé el cigarrillo y me senté en el banco de la puerta a
charlar con la gente, a los pocos minutos un legionario que teníamos en la
esquina para que nos avisara si bajaba algún
mando, me advirtió que se acercaba el capitán Romero, me acerqué a la
esquina y efectivamente vi a Romero, pero acompañado por un HVO y uno de los
intérpretes.
No me pregunten por qué, pero en cuanto les eché el ojo encima, supe que pintaban bastos.
Pero eso se lo contaré mañana, si les parece bien. No se lo
pierdan porque es muy interesante.
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