Algunas anécdotas bosnias (Segunda entrega)
Las raciones de previsión |
A lo largo de estos relatos creo que ha quedado muy claro
que todos los miembros de la AGT Canarias, desde el coronel Morales hasta el
legionario, paracaidista o soldado más moderno, nos enfrentábamos a una
realidad social extremadamente dolorosa. Todos sabíamos que la población civil
estaba sufriendo de una manera desgarradora las consecuencias de una feroz y sangrienta
guerra civil, en la que los civiles no combatientes se empleaban en función de los intereses
tácticos de los contendientes.
Una cosa es tener el conocimiento de algo y asunto muy distinto es
vivir casi a diario esa realidad en primera fila. Malo es saber que la
población civil sufre acerbamente el hambre más desesperada y otra muy distinta
es ver a los niños, a las mujeres y a los ancianos pidiéndote que les des de
comer. Es por ello que las unidades tácticas, los que teníamos un contacto
diario y muy próximo con esa terrible realidad, vivíamos como propia esa realidad y teniendo ante nosotros el doloroso problema y siendo legionarios lo suyo era buscar alguna solución al mismo.
Me consta que todas las compañías del GT Colón, procuraban atenuar
el terrible problema, no podíamos buscar una solución, ni teníamos los medios a
nuestro alcance, ni era nuestra misión, pero los legionarios de la Cía. Alba, la
Farnesio, la Muñoz Castellanos, la de Apoyo y la Austria se quitaban la comida de la boca
para dársela a los más necesitados. Unos lo hicieron de una manera y otros de
otra, pero todos colaboraron como Dios les dio a entender.
Digo esto porque no quisiera dar a entender o que alguien
pudiera pensar que en mi sección éramos
los únicos que nos preocupábamos del hambre de tanta gente. Pero en estos
relatos aparece mi gente y no otra, porque conozco lo que hicimos. Lo que
hicieron los demás, constándome que lo hicieron, no lo comento simplemente porque no tengo los datos oportunos.
Legionarios de la Alba repartiendo raciones de previsión |
El HVO sabía que toda la ayuda humanitaria la controlaba la
Armija, como por otra parte hacían ellos en las zonas que dominaban. En el
barrio musulmán de Mostar el hombre que no combatía no comía y los responsables
musulmanes primaban a los combatientes sobre el resto de la población civil,
por eso los croatas se negaban en redondo aceptar que entrara ayuda
humanitaria, porque sabían que con eso se reforzaba el esfuerzo combatiente de la
Armija.
Nosotros, como el resto de los legionarios y paracaidistas
que íbamos de misión a Mostar, hacíamos acopio de las raciones de previsión que
nos sobraban. Para entendernos, las raciones de combate del ejército que son
francamente buenas, ya fuera que éstas estuvieran
todavía en la caja sin abrir o fueran
latas sueltas, que entregábamos a quién nos pedía ayuda.
Desde luego el picnic que se nos entregaba cuando salíamos
de misión y que era nuestra comida, lo repartíamos a la chiquillería nada más llegar a la zona, pero sabíamos
que no podíamos hacer gran cosa ante la magnitud de la demanda y la pobreza de
nuestra particular oferta. Pero alguien, un buen día en el que habíamos tenido cierta
“tensión” con el sargento que controlaba las raciones de previsión y que nos
rateaba todo lo que podía, digo que alguien tuvo una idea que poco a poco
cristalizó en un proyecto y se llevó a cabo a entera satisfacción de algunos de
los innumerables hambrientos de Mostar, de los felices donantes y desde luego con la ignorancia más completa de nuestros amigos los logísticos.
Aquel día el sargento comentó que habían comprado unos
candados extraordinariamente buenos en Metkovic me parece que dijo y le habían garantizado que
eran extremadamente fiables, por lo que a
partir de esa fecha los contenedores en los que guardaban “sus cosas” iban a
estar totalmente seguros. Hay que reconocer que los candados, grandes,
voluminosos, con aspecto muy compacto y brillante impresionaban a primera
vista. Pero siempre he dicho que para casi todo en esta vida hay que confiar
en el juicio de los profesionales, así que le eché una mirada al Metralla que
atendía al sargento cómo si le fuera la vida en ello.
El cabo Metralla tenía un
instinto muy afinado, se percataba de
inmediato cuando alguien lo observaba, así que se dio cuenta que lo estaba "ojeando" y cuando estuve seguro que me miraba, alcé las cejas en plan interrogación, el Metralla se encogió levemente de hombros, mientras
sonreía torcidamente.
En ese mismo momento supe que el sargento no tenía ni idea
de candados y que nosotros teníamos la puerta abierta al paraíso logístico.
Terminado el reparto de las cajas que nos correspondían a satisfacción del
suboficial que hizo sus números en una libreta que llevaba, ayudado por una
calculadora científica Casio y que contó
incansablemente, una y otra vez las cajas de raciones de previsión que nos
correspondían según su criterio, notablemente restrictivo tal y como nos
anunció, nos fuimos de allí, mientras uno de los legionarios que más activo se
mostró en lo que se dio en llamar entre los iniciados “La Operación Justicia
Distributiva”, me comunicaba que le habían tangado al sargento cinco cajas
de previsión que contenían 25 cajas cada
una para comida o cena.
Así que en un momento nos habíamos hecho con ciento
veinticinco comidas para la gente del barrio musulmán, que por cierto se
pirraban por las latas de callos con garbanzos de la ración de previsión, que
estaban buenísimas, pero me llamaba la
atención que fueran no sólo aceptadas sino incluso aplaudidas por gente que
tenía teóricamente prohibido consumir carne de cerdo y derivados, aunque supuse que sería como lo de la rakia, se suponía que tenían prohibido por su religión el consumo de
alcohol, pero se ponían hasta las cejas de aquel aguardiente. Digo yo que
tendrían una especie de bula, que en las cosas que tienen que ver con la religión de cada uno, más vales no meterse.
Repartimos las ciento veinticinco comidas, una
actividad muy satisfactoria, pero que nos daba medida de la pequeñez de nuestro
esfuerzo, este extremo como era lógico se comentó entre los miembros de la
sección. El Metralla afirmaba que él era capaz de abrir uno de esos candados sin
problema en menos de tres minutos afirmó que quizás fuera bueno que cada vez
que fuéramos a ir de misión, el día anterior, alguien, al anochecer se diera una vuelta por la zona de
contenedores que igual había suerte y nos encontrábamos unas diez cajas de
veinticinco raciones para llevar a Mostar y a la vuelta observar si alguien se daba cuenta de su desaparición.
Me ausenté por prudencia y me dediqué a hacer una lista de
familias musulmanas, para tener un control y entregar lo más equitativamente posible lo
que seguro se iban a encontrar tirado por ahí el Metralla y sus colegas Y
ciertamente el día de la siguiente misión, encontré en el BMR las diez cajas de
las que habíamos hablado, que se repartieron una por cada familia de las que les tocó el reparto.
Aquello se transformó en una costumbre y extrañamente el
control de las existencias logísticas debía ser menor de lo que cupiera
suponer, porque nadie había abierto la boca para preguntar o quejarse de las
faltas que debieran haber detectado. Así
que una cosa trajo otra y ante una temporada en que las cosas pintaban muy mal
en Mostar, alguien comentó que quizás había llegado la hora de trabajar en
serio y hacernos con cien cajas de una vez, que un colega que tenía en la plana, le había
asegurado que había llegado un cargamento nuevo de raciones y los contenedores
estaban repletos.
Nunca supe los detalles del asunto, pero el día que nos tocó misión en Mostar, cuando intenté subir al BMR casi me rompo la crisma, porque la cámara
estaba totalmente llena de las cajas de veinticinco raciones. Empecé a contar y
alguien me dijo ― No se canse mi teniente son ciento doce cajas, porque el
Metralla se descontó y nos trajimos doce de más. Cuando vi el espectáculo con
los legionarios sobre los bancos sin espacio para moverse un sudor frío me
corrió por la espalda, pero qué diablos, el problema no tenía ya solución y el
único lugar que se me ocurría donde podría hacer desaparecer eficazmente aquel
montón de raciones era el barrio musulmán de Mostar, al que por fortuna me
dirigía, así que me encomendé a los santos de mi devoción y pensé que, de perdidos al río..
Pedí novedades por radio y mandé de frente en columna de a
uno.
Las raciones se repartieron y me preocupé de hacer saber a
los responsables del “golpe de mano", que en adelante apreciaría muchísimo si seguíamos con las diez
cajas de costumbre, que la codicia rompe el saco y así fue. Milagrosamente
jamás oí a nadie comentar que les faltaban raciones, esos son los milagros que
se espera de la logística.
Mañana les hablaré de cosas que tienen que ver por lo visto con la antropología, mañana hablaremos de los modos y maneras de saludar en aquella Bosnia del año 1993
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