La Armija toma el cuartel Tihomir Misic (Segunda entrega)
Morales y el cabo Espinosa a la sombra del A-21 |
Dejamos atrás el casco urbano de Medjugorje y tomamos una
carretera secundaria que nos llevaría hasta Mostar, circulábamos por una meseta
y al final de ella bajaríamos por un corto
tramo de carretera con curvas muy pronunciadas al valle del Neretva y a la
propia Mostar. Teníamos que entrar por un check point, en el que los jáveos que
lo ocupaban eran extremadamente desagradables. El control estaba muy cerca de
un cementerio católico – en Mostar había cementerios católicos, musulmanes,
ortodoxos y la guerra había conseguido que los hubiera mixtos - y relativamente
próximo a las ruinas de la catedral católica de Mostar, a la que los serbios en
su momento le dieron un meneo importante.
El control estaba situado en la mitad de una curva que
giraba a la derecha casi noventa grados, le advertí a Morales que no parara al
final de la recta que precedía a la curva, porque había bastante pendiente y
los cabrones aquellos tenían la manía de colocarte minas contracarro delante de
las ruedas. Se me ponían los pelos de punta al pensar que me lo hicieran a mí –
ya se lo habían hecho al capitán Romero una noche la mar de entretenida - y que
Morales tuviera que echar marcha atrás sin que el BMR se le fuera ni un
centímetro hacia delante para evitar pisar las puñeteras minas y que saltáramos por los aires.
Esperaba que los augures de Inteligencia de Kiseljac
estuvieran en lo cierto y no habiendo pegas en el horizonte, pasáramos sin
demasiados problemas. Me bebí uno de los zumos requisados por mi gente en el Cuartel General, que tenía un sabor demasiado dulce y extraño para mi paladar, pero
como no había otros, había que tragártelos y dar las gracias por tenerlos. Miré
a mi derecha y vi la pista que bajaba
hasta unas instalaciones en las que fabricaban piezas para helicópteros antes de
la guerra y que ahora usaban los del HVO como campo de detención de
prisioneros.
Advertí a la columna de la cercanía del control y le pedí a
Morales que fuera aminorando la marcha, giramos a la izquierda en una curva en
la que tuve la oportunidad de hablar con el pobre teniente Castellanos el 11 de
mayo, día en el que lo mataron. Él entraba en dirección a Mostar con su columna
y yo salía con la mía, le advertí que la cosa estaba mal y me contestó ― Tranquilo,
no tengo problemas, llevamos medicinas y
equipo médico a los dos hospitales, al croata y al musulmán — Se equivocó, a
las pocas horas los croatas le metieron un morterazo que acabó con su vida.
Cementerio musulmán de Mostar |
Bueno, pues estábamos en la recta y ya podía ver a los
jáveos del control. Dijeran lo que dijeran los de Kiseljac parecía que había
mucha tensión por allí, ordené a la columna que mantuvieran las distancias de
seguridad y que estuvieran muy atentos. Entramos en la curva muy despacio y
allí estaban tres tipos haciéndome señales para que me detuviera, esperé un par
de segundos y cuando el BMR se encontraba en mitad de la curva le ordené a
Morales hacer alto. Con su acostumbrada técnica en lugar de dejar el BMR cerca de la cuneta, lo dejó en
diagonal, lo que era perfecto para mis planes.
Llegaron los del HVO exigiendo que aparcáramos el BMR de
manera que no interrumpiéramos el tráfico. Con mi mejor sonrisa les dije a
través de “Carmen” que como iba a ser sólo un momento no había problema, así que mi BMR y el Mercurio que estaba también aparcado de aquella manera -
seguramente su conductor habría ido a la misma academia de conducción que
Morales - no se movían un milímetro, que se dieran prisa y no habría problemas.
Me miraron con mala cara y se dirigieron a un tipo que debía
ser el jefe del control, que ya estaba pegando gritos y gesticulando con
maneras descompuestas. Miré a “Carmen” que se encogió de hombros, de lo que
deduje que el tiparraco aquel debía estar opinando sobre las disolutas
costumbres sexuales de nuestras madres y la falta de hombría de nuestros padres
en particular y de los españoles en
general.
Les voy a contar una cuestión, que me parece importante para que comprendan mejor muchas de las cosas que les he contado. En aquella Bosnia de
nuestros pecados y sobre todo de los de sus habitantes, los contendientes,
gente muy poco disciplinada de natural y nacidos la mayoría a la vida militar
por la vía de las milicias, estaban acostumbrados a hacer lo que les venía en gana.
No podías adivinar jamás por donde te iban a salir; por el contrario ellos nos
conocían perfectamente y podían prever lo que íbamos a hacer. Militares de
ejércitos tradicionales, teníamos unos protocolos que se cumplían a través de
unos procedimientos semejantes para todos y eso les daba una ventaja
considerable, sabían prácticamente al milímetro como íbamos a reaccionar ante
cualquier eventualidad.
Particularmente el primer día de mi llegada a Bosnia, cuando
vi que lo que me habían enseñado como infalible no servía para nada, decidí
que en adelante iba a actuar como me dijera mi instinto y ya después de tener
cierta experiencia en un escenario como ese, lo mejor era hacer lo posible y lo
imposible por descolocar a nuestros adversarios, hacer cosas distintas al resto
de mis compañeros que me permitieran jugar un poco con ellos.
El A 21 en Mostar |
Por eso me bajaba del BMR para charlar con cualquier grupo
de vociferantes, contaba unas milongas que daban miedo y que se tragaban sin
pestañear o les dejaba mi pistola a una pandilla de asesinos para que la
admiraran. De ahí que detuviera el BMR como lo detuve. Estábamos parados de tal
manera que dejábamos libre solo una parte pequeña de la calzada y consecuentemente
sólo se podía circular en una dirección y además los vehículos grandes que
intentaran salir de Mostar, tendrían que maniobrar en la curva.
Por eso estábamos allí y por eso les había dicho ya a los
jáveos, que los blindados no se movían ni un milímetro. Desde luego se estaba
montando una cola de preocupar entre los que querían entrar y los que
pretendían salir de Mostar, de tal manera que tuvieron que poner gente para
controlar el tráfico, para que de manera alternativa pudieran circular, cuantos
más problemas les creáramos con nuestra presencia, más prisa se darían en
dejarnos pasar. El jefe del control vino
con la exigencia de inspeccionar el interior de los blindados, a lo que me
negué, no se abrían las puertas de los blindados bajo ningún concepto, porque
esas eran mis órdenes y así figuraba firmado por las autoridades bosnias en los
acuerdos internacionales. Libre circulación en territorio bosnio para UNPROFOR
y libres de inspección alguna.
El tipo se puso como una moto y yo dejé de hablar con él, es
decir le pedí a “Carmen” que dejara de discutir con él. Simplemente le tenía que decir que yo tenía tiempo hasta el mes de octubre y mientras tanto no me
movería de allí y si el tráfico era un problema, no lo era para mí, era un
problema a resolver por él, que tomara las medidas oportunas que yo me iba a
tomar un café. Desde luego si las miradas mataran el tipo me habría dejado seco
cuando escuchó a “Carmen” traducirles mis palabras.
Puestos a montar el numerito y aprovechando que mientras en
el exterior del blindado todo eran broncas y gritos, Morales que tenía tendencia a ir a lo suyo y
pasar de todo lo demás, había puesto el hornillo de gas en marcha y la cafetera
al fuego, en cuanto me sirvieron una taza, me bajé del blindado y con una
novela que llevaba en la mochila de combate, me senté en el bordillo de la
carretera frente al costado del BMR y me puse a tomar un café con total naturalidad,
mientras leía tranquilamente. Todo el mundo continuó en los vehículos con
atención especial a que no se les acercara nadie, de acuerdo a lo que había
ordenado por radio justo antes de llegar
al check point. En la escotilla de mi blindado estaban “Carmen” y el Cabo 1º
Guerra tomándose su café.
Pero aquello no era un capricho del jefe del check point, respondía a una tensión cuya causa desconocía.
Mientras representábamos la idílica escena, con su café, su libros y sus
cigarrillos, pasaron a mi vera cinco
autobuses cargados de prisioneros que salían de Mostar, algunos de los cuales
llevaban las muñecas atadas con alambres. Mal asunto porque cuando te maniatan
con alambres, el tiro en la nuca está muy, pero que muy próximo, allí había
gente a la que llevaban al matadero.
Los comuniqué por radio al GT. Habían sacado de Mostar a
cerca de 300 prisioneros varones y el ambiente era muy parecido al de las
grandes ocasiones, para rematar la fiesta, entraron en Mostar dos autobuses con
gente perteneciente a una unidad de operaciones especiales que normalmente
estaba acuartelada en Capljina, describí su escudo, con una hoja verde de
higuera o de parra y señalé que esa unidad era la que había tomado el Cuartel
general de la Armija en el centro de Mostar. Tras dar las noticias, pedí otro
café y tras recogerlo me senté y continué con mi lectura, los tipos aquellos tenían
que tener la impresión de que a nosotros
nos importaba un bledo estar detenidos allí, porque si lo pensaban bien,
tampoco es que tuviéramos muchas cosas que hacer.
En esas estaba, cuando oí un frenazo muy próximo. Un vehículo
de color negro, no me acuerdo de la marca, pero sería un Mercedes seguramente
se había detenido a menos de medio metro
de mi pierna derecha. Del vehículo bajó un militar uniformado y recién peinado,
parecía que se acabara de duchar, de lo que deduje que venía de Citluk, tenía
facha de mandar mucho y en cuanto se me acercó, comenzó a chillar desaforadamente.
Estuve tentado de levantarme, pero lo pensé mejor y
dirigiéndome a “Carmen” que se había pasado a la escotilla trasera para estar
más cerca, sin mirar siquiera al HVO le pregunté ― ¿Qué dice?
“Carmen” hizo un gesto con su mano que tuvo un efecto
mágico, consiguió que se callara el militar croata ― Dice que es el ministro de
Defensa croata y que debemos dejar que nos inspeccionen y para ello debemos abrir
las puertas de los blindados cuanto antes, para que la circulación se
normalice.
― Dile que no, que no hay inspección que valga, que él sabe
que los tratados internacionales me dan la razón a mí y que si tiene problemas
con la circulación, que de orden de dejarnos pasar y muerto el perro se acabó
la rabia.
“Carmen” tradujo y el tío se puso a gritar, bueno me gritaba
a mí, estaba de pie justo a mi lado y al estar
yo sentado en el bordillo, gritaba sobre mi cabeza. Yo ni lo miraba,
estaba decidido a conseguir que un responsable del HVO sufriera un
ataque cardíaco en un check point a cuenta de la resistencia pasiva de un
oficial español de UNPROFOR.
Para que se callara le pregunté a “Carmen” otra vez ― ¿Qué
dice?―. “Carmen” volvió a levantar su mano y con su gesto consiguió que el
ministro de Defensa se callara.
Cementerio mixto en un parque público de Mostar |
― Dice que como militar deberías saber que en Bosnia
mandan ellos y que no hay órdenes superiores ― se volvió al HVO y le preguntó
algo que inmediatamente fue contestado por nuestro amigo ― que no hay órdenes
superiores ni tratados internacionales que valgan, que aquí manda él y nosotros
debemos obedecer y si no nos gusta que nos vayamos a España.
― Dile que yo estaba muy bien en mi país, que nada se me
había perdido en Bosnia, pero que cuando los serbios se los iban a comer con
papas y les entró el pánico, ellos fueron a Ginebra y pidieron árnica a la ONU
y por eso estoy yo aquí aguantando impertinencias en lugar de estar en mi casa
con mi familia.
“Carmen” me miró dubitativa
y como le mantuve la mirada, tradujo y tradujo fielmente, porque el tipo
se cogió un empute del quince y le oí cómo se iba dándole gritos a la gente del
check point. Habían cometido dos errores y el ministro se había dado cuenta, en primer lugar nos habían permitido
bloquear la carretera, estábamos viendo las “evacuaciones de personal
civil” que es como venderían el traslado de los pobres prisioneros maniatados y
además podíamos ver como entraban tropas
croatas en Mostar.
En cuanto desapareció entre un chirrido espectacular de
neumáticos, me puse en pie. Antes de media hora, si el ministro tenía muchas
ganas de no perder la cara y antes si eso le daba igual, nos iban a permitir el
paso, monté en el BMR, guardé el libro y justo a los diez minutos, se acercó el
responsable del control y nos dijo que iban a inspeccionar los vehículos desde
el exterior, a través de las ventanillas a lo que accedí y en un pis pas
estábamos en marcha mientras anunciábamos la novedad a Mando y a la compañía
Farnesio que estarían hasta el gorro de esperarnos, porque entre pitos, flautas,
Medjugorje y jáveos eran las 10,30 horas
de la mañana, cuando entramos por fin en Mostar.
No iba tranquilo, la cosa pintaba muy mal, los de
Inteligencia de Kiseljac se habían columpiado y ahora todo el mundo estaría
preocupado. Yo decidí tranquilizarme,
montaría mi dispositivo y llevaría a cabo la misión que me habían encomendado y
cuando llegaran las dificultades pues ya veríamos, que de menos nos hizo el
Señor.
Pero eso se lo cuento mañana, si a ustedes no les importa
que el relato va para largo.
Mi querido y admirado Capitán, no puedo por menos que darle las gracias, por tan valiosa aportación para el deleite de quienes sintiendo a La Legión tan propia, vivimos sus relatos como si fuéramos uno mas en cada una de las misiones. En esos momentos en los que la añoranza de seguir vistiendo nuestro glorioso uniforme se hace tan evidente, leer uno de sus relatos le devuelve a uno, aunque solo sea mientras dura la lectura, a nuestros mejores momentos.
ResponderEliminarGracias mi Capitán y por favor, no pare usted de rememorar y plasmarlos por escrito, para que sigamos disfrutando.
Con su permiso, un abrazo legionario.
Francisco Padilla
Muchas gracias Padilla, en primer lugar te agradezco tu amable comentario, creo que nace más del cariño que de la valía real de lo que escribo, pero me resulta muy agradable leerlo. Y darte las gracias por el interés que muestras por la serie. Un abrazo legionario amigó mío.
ResponderEliminarEstos relatos son dignos de leer y releer. Un placer y una vez mas, muchas gracias
ResponderEliminarBuenas noches, gracias a usted, con lectores así, merece la pena escribir, en ese sentido hago lo que puedo y me alegra saber que le gusta lo que escribo. Repito, muchas gracias.
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