La Armija toma el cuartel Tihomir Misic (Tercera entrega)
Mostar visto desde el monte Hum |
Tras cruzar el check point
enlacé por radio con la compañía Farnesio, para averiguar dónde estaban, para proceder
al relevo que ya era hora. Normalmente éste se hacía en el lugar, que con el
tiempo después de la guerra, se llamó Plaza de España pero en función de la
situación o del criterio del jefe de la unidad saliente, se podía hacer en
cualquier otro lugar. Cuando conseguí el enlace y tuve al otro lado de la
emisora al capitán de la Farnesio me indicó que se encontraba en la estación de
guaguas de la zona musulmana y sorprendentemente me preguntó si quería que me
mandara un guía para llegar hasta ellos.
Le contesté que no necesitaba guía, le agradecí la “cortesía” y cerré la comunicación. Me quedé con la duda
de si el capitán tenía un sentido del humor un tanto peculiar o lo que era
peor, si creía que yo era tonto de remate, pero decidí que me importaban un
bledo cualquiera de las dos posibilidades. Me dispuse a observar atentamente
todo lo que veía y sobre todo, lo que no veía a mi paso. Pocos peatones y menos vehículos era lo
que se observaba en la zona croata de Mostar, no era un día normal, de hecho
percibí dos blindados ligeros con un montaje doble de ametralladoras, apostados
en sendas esquinas del bulevar de circunvalación.
Llegamos al puente de Tito y volví a recordar a la columna, conforme a las estrictas órdenes de mi capitán, que
debíamos cruzar de uno en uno, sin que en ningún momento pudiera haber dos
blindados sobre el tablado del puente Bradley. Una vez en territorio musulmán
torcimos en la calle principal y seguimos hacia el norte y en un par de minutos
estábamos en la estación de autobuses.
El capitán de la Farnesio debía tener una prisa terrible,
porque cuando llegué tenía organizada su columna, con los motores en marcha y
lista para salir. Me presenté, se quejó de lo que habíamos tardado, le expliqué
– aunque me constaba que lo sabía, porque me lo habían dicho por radio desde
Dracevo – que nos habían tenido detenidos en el check point de entrada algo más
de tres horas, pero me dio la impresión de que mi explicación no le convencía
nada, pero desde luego ese no iba a ser mí problema.
Aeropuerto de Fuerteventura, los 1º Guerra y Arienza |
Me comunicó que desde que se hizo cargo del servicio había tenido un día tranquilo y añadió que
durante la mañana la calma había continuado, le comenté lo que había visto en
el check point y no le dio importancia alguna, se despidió de mí, subió a su
vehículo y desapareció de mi vista con una rapidez sorprendente. Si hubiéramos
estado en otro lugar hubiera supuesto que tenía un compromiso ineludible que lo
esperaba y llegaba con retraso.
Una vez a cargo de la misión de interposición y control del
alto el fuego en la ciudad de Mostar, para cubrir mejor toda la zona decidí que
los dos portamorteros y la ambulancia se quedaran en la zona musulmana, ocupando
como base la marquesina de la estación de autobuses y procurando estar a
cubierto del fuego de los francotiradores que estaban apostados en el monte Hum
y resultaban muy peligrosos. Hablé con el sargento Hidalgo para que cuidara
sobre todo de la seguridad y le marqué un horario bastante flexible de
patrullas, que recorrerían el barrio musulmán de norte a sur, le insistí que
tuviera mucho cuidado y colocara sus
blindados lo más al fondo posible de la marquesina, lo que le permitiría estar
a cubierto de las vistas desde la parte croata, estábamos en una zona muy
abierta y desde el monte Hum, que medía unos 450 metros de altura, nos veían
perfectamente.
Yo patrullaría en la zona croata con los dos BMR de línea y
el Mercurio de transmisiones, creía que el despliegue me permitiría llevar a
cabo la misión de una manera más eficaz y después de observar como Hidalgo
colocaba a sus blindados, me dirigí a la parte croata de Mostar, para patrullar
la ciudad. Estaba inquieto, a pesar de que los informes de inteligencia decían
que no se esperaba gran actividad y que el jefe de la Farnesio lo confirmaba,
no podía olvidar lo que había visto en primera fila en el control, así que volví
sobre mis pasos y me coloqué en un cruce que me permitía observar con cierta
discreción la entrada a la ciudad en la que nos habían tenido retenidos.
No pude ver nada que llamara mi atención, pero
a los treinta minutos aproximadamente de estar allí controlando el control, se nos acercó un vehículo del HVO, del que bajaron dos uniformados que
nos pidieron muy amablemente que abandonáramos nuestra posición, por ser un
lugar peligroso en el que no podían garantizar nuestra seguridad. Lo que en
realidad querían decir era que no nos pasáramos de listos y saliéramos de allí zumbando, antes de que algún “incontrolado” nos disparara.
Patrulla barrio musulmán |
Nos preparamos para salir de allí inmediatamente y le di las gracias a la
patrulla de jáveos por su “amable advertencia” y por su preocupación por
nuestra seguridad, frase que en realidad venía a decir, que eran unos perfectos cabrones, que sabía
que me estaban amenazando y que me acordaba de toda su parentela hasta la
quinta generación.
Desde el lado musulmán Hidalgo informaba que todo estaba muy tranquilo pero había poca gente en la calle, ni siquiera había tenido que echar de su
aparcamiento a la chiquillería que siempre se amontonaba alrededor de los
blindados a ver que podían sacar a los legionarios. Demasiada tranquilidad para
su gusto y para el mío pensé yo, pero nada sacábamos con preocuparnos por algo
que no podíamos controlar. Desde Dracevo insistían en que no había indicios de
que se prepara nada de particular, por lo tanto zapatero a tus zapatos.
Sobre las 11,30 horas de acuerdo a las órdenes que me dieron
por radio, llevé desde la parte croata al cuartel general de la Armija a un UNMO, un observador
militar de Naciones Unidas, y allí lo dejamos. Seguimos patrullando hasta que
sobre las 14,00 pasamos a la zona musulmana para comer en la estación de
autobuses.
Comimos y tras un
rato de descanso seguimos patrullando y como en esta vida cada uno carga con su
cruz, se me ordenó por radio, que a las 19,15 horas asistiera con la intérprete
a una reunión en el hospital musulmán en la que se pretendía establecer un protocolo para que los directores de los dos
hospitales, el croata y el musulmán, mantuvieran una entrevista al objeto de
intentar solucionar los terribles problemas sanitarios que sufrían en la zona
musulmana.
No había manera de evitarla. Sentía una gran admiración por
el doctor Milovic, director del hospital musulmán, un médico admirable en
muchísimos aspectos, pero a título personal me tenía hasta las narices. El hombre parecía haberme adoptado y siempre se
empeñaba en que fuera yo al hospital y era tan notorio lo que les cuento, que
cuando excepcionalmente se despistaba y no se había enterado de que yo estaba en
Mostar, no faltaba jamás un alma piadosa que se apresurara a comunicárselo.
Lo de Milovic y su amistad conmigo formaba parte de las
coñitas que alegraban el desierto de diversión que se sufre en una misión de
este tipo y la gente que sabía que soy de mecha corta le encantaba vacilar con el asunto. Así que
ya sabía, que me iba a tocar girar visita a los heridos y ver al niño en peor
estado que tuviera a su cargo Milovic, que le explicaría a “Carmen” lo de que yo era
un gran guerrero que había salvado la vida a un amigo suyo, hazaña que jamás fui capaz de recordar y luego pediría por esa boca que tenía, más propia
de fraile mendicante que de anestesista musulmán.
Patrulla zona croata |
Así que resignadamente, dejé a la sección en la estación de
autobuses y en mi BMR me fui con “Carmen” al hospital musulmán, cuando llegamos
aparcamos en la parte trasera para evitar los impactos de los disparos croatas, que
sentían debilidad por el hospital y sus visitantes. Tras respirar profundamente
- y evitar que “Carmen” se partiera la crisma en las escaleras de la entrada, a
cuenta del tropezón que dio cuando se pisó uno de los cordones de las botas que
como siempre llevaba mal atadas - iba a entrar en el edificio, cuando recordé
algo importante, volví sobre mis pasos y le pedí a Guerra que hiciera el
favor y me alcanzara un paquete de café Tirma y que el Metralla le diera uno de los cartones de
Winston que me guardaba en el habitáculo del tirador de la ametralladora.
Guerra desapareció en el interior del vehículo y casi
instantáneamente asomó con las dos cosas que le había pedido, sonrió ― Dice el
Metralla que está usted listo de tabaco―. Me extrañó, pero si el Metralla decía
eso, tendría razón, de todas maneras me quedaba bastante tabaco hasta mañana. Ya
con los obsequios de rigor entramos en el recinto en el que nos esperaba Milovic,
“Carmen” lo miraba con cierto reparo, ya lo conocía de otras ocasiones y sabía
cómo se las gastaba el doctor, que a la desesperada, no reparaba en utilizar
cualquier método a su alcance para ablandar corazones.
Milovic muy gentilmente nos ofreció una selecta visión de
desgracias producidas por los disparos, la metralla y la enfermedad. Dolor,
miedo y resignación a partes iguales y un silencio estremecedor presidían las salas del hospital. El bosnio era
un cabrón desde mi punto de vista, pero si no fuera por él aquello no
funcionaría como lo estaba haciendo, desde luego en condiciones misérrimas, pero
con una entrega y un sacrificio personal
terrible, abrumador. Aquello era en verdad un espectáculo estremecedor.
Entramos en su particular sala de reuniones, donde le
entregué el café y el tabaco, me miró y me apretó el antebrazo, no dio ni las
gracias, pero ese apretón fue mucho más elocuente que un discurso, de tal manera que por un momento pensé que Milovic era buena gente pero estaba atrapado en su propio
personaje. Nos sentamos y empezamos a trabajar, quiénes más trabajaban
eran Milovic y “Carmen”, los dos fueron poco a poco afinando la idea que tenía
Milovic sobre la reunión con su colega croata, a la que ponía sólo una condición,
que la reunión se llevara a cabo en su hospital, no era por la
desconfianza que sentía hacia las autoridades croatas, que también, pero quería que el
croata viera las condiciones en las que tenían que desenvolverse y ver si su
conciencia profesional le impelía a resolver alguna de las miserias con las
que tenían que convivir.
De vez en cuando, yo preguntaba algo y “Carmen” me aclaraba
alguna duda, Milovic estaba empeñado en convencerme y me soltaba unos discursos interminables, le dije a través de la
intérprete, que a mí me tenía convencido de antemano, que no gastara saliva ni
tiempo conmigo, que era trabajar de balde. Sonrió y siguió tecleando en su destartalada máquina de escribir
Poco a poco fue pasando el tiempo, Milovic generosamente nos ofreció café,
le dije que se lo agradecíamos, para evitar que gastara de lo poco que tenía, pero no podíamos entretenernos porque tenía a la
sección esperándome y por fin salimos de allí. Entre pitos y flautas casi dos
horas, montamos en el blindado y volvimos a la estación de autobuses. Cuando
llegué, vi que la luz del bar, que estaba cerrado a cal y canto por la mañana, estaba
encendida. Me bajé del BMR, esperando que ninguno de mis legionarios hubiera
estado “experimentando” con los candados que tenía la verja del bar y de los que había
comprobado su integridad, nada más terminar con el relevo.
Morales y el A-21 |
Había un grupo al
costado de la puerta y frente a ella habían puesto dos mesas y unas cuantas sillas del bar; el horno que había en el exterior - parecido a los hornos de pan o a los de una
pizzería - estaba encendido. Me paré a ver qué pasaba y vi llegar a Hidalgo a la
carrera, se cuadró y me dio la novedad y ya de paso me explicó que el hijo del
dueño del bar, había venido con dos corderos y que los iba a asar para que
cenáramos todos.
― ¿Dos corderos en Mostar Hidalgo? no me jodas.
― Qué si mi teniente, que los traen de fuera por la montaña,
están estupendos, ya le hemos pagado la carne y todo lo demás. Usted paga la
bebida.
Conocía bien a Hidalgo y me daba más miedo que un nublado ― Como a la mitad de la cena aparezca el dueño del bar, el del
horno o de los corderos con alguna reclamación, te fusilo.
― Sin problema mi teniente, todo es legal.
No terminaba de estar convencido, me volví hacia “Carmen” y le pedí que aclarara quién era el tipo, que hecho un mar de sonrisas, estaba asando el cordero en unas cazuelas de
barro, que tenía en el interior del horno, habló con él y volvió con el
convencimiento que todo estaba en orden.
Así que pensé que si decía que no, la íbamos a liar y por
otra parte el cordero olía maravillosamente bien, arrastrando mis dudas me senté en una de
las sillas y le dije a “Carmen” que advirtiera al dueño de aquello, que sólo
podía servir refrescos, que como le pillara vendiendo alcohol a los legionarios
se iba a ir calentito y sin dinero.
Se me acercó el 1º Guerra, sonreía ― Bueno mi teniente el día ha
empezado muy mal, pero parece que va mejorando.
― Dios te oiga Guerra, pero vamos a montar los turnos para
que los que estén de puesto puedan cenar.
Me alegraba de haberme equivocado, al final los de Kiseljac
iban a tener razón, se oían tiroteos muy poco nutridos y lejanos, seguramente
en la zona del Puente de Aviadores. Si había que cenar, cenaríamos y sacaríamos
la tripa de mal año, aunque por un momento pensé en la que me iba a liar el
capitán cuando se enterara. Pero si París bien valía una misa que dijo no sé
quién, una buena ración de cordero asado bien valía una bronca.
Me las prometía muy felices, pero las cosas se fueron
torciendo poquito a poco, pero eso se lo cuento mañana.
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