La Armija toma el cuartel Tihomir Misic (Final)
Bombardeo musulmán, impacto en la zona croata |
A las siete de la mañana decidí que era un buen momento para
intentar cruzar al lado croata. En el barrio musulmán ya nos habían confirmado
que durante la noche habían tomado por sorpresa el acuartelamiento Tihomir
Misic y habían llevado a cabo una "limpieza" muy importante entre los
combatientes del HVO. Habían sufrido bajas muy sensibles, decían, porque ellos
no podían permitirse perder más gente, eran menos que los croatas y por lo
tanto cada baja que sufrían les perjudicaba mucho más.
En ese sentido recordé las palabras del comandante Humo,
jefe de la brigada 41, que un día, hacía bien poco, me dijo. ― Si esta guerra
dura mucho tiempo, la vamos a perder. A cada día que pasa perdemos a los
mejores. Los mejores soldados y lo más valientes son los que primero mueren y
nosotros no nos podemos permitir una derrota, los croatas si pierden la guerra
pueden contar con Croacia, nosotros no
tenemos país al que acudir, si no vencemos, estamos condenados a morir.
Por lo que pude averiguar, a pesar de atacar por sorpresa la
resistencia había resultado muy dura y allí se combatió literalmente a muerte,
con las consecuencias fáciles de suponer. A las bajas del asalto había que
sumar las que produjo el bombardeo croata
entre los armijas, pero también entre la población civil. Tampoco perdí
mucho tiempo en el CG de la 41ª brigada, me limité a “escuchar” a través de
“Carmen” lo que decían y pedí que se me garantizara la libre salida de mi
unidad de la zona musulmana. Los mandos de la Armija, estaban locos por
perderme de vista, no era día para visitas y de inmediato me aseguraron que no
habría problema alguno. Así que me despedí y me dispuse a cruzar el Neretva.
Los apartamentos al lado de la marquesina después del chocolate |
Subí al blindado y nos pusimos en marcha, en la calle
principal del barrio musulmán se percibía mucha excitación.
Contrariamente a lo que había sucedido el día anterior, se veía bastante gente que iba y venía por la calle a pesar que desde la zona croata se seguía disparando aunque fuera de manera intermitente. Seguimos la calle hasta que alcanzamos la carretera que nos permitiría alcanzar el Puente de Aviadores, los musulmanes no nos pusieron obstáculo alguno para salir tal y como me habían asegurado, me detuve en en control y les advertí que en unos minutos me seguirían tres blindados que pertenecían de mi unidad.
Contrariamente a lo que había sucedido el día anterior, se veía bastante gente que iba y venía por la calle a pesar que desde la zona croata se seguía disparando aunque fuera de manera intermitente. Seguimos la calle hasta que alcanzamos la carretera que nos permitiría alcanzar el Puente de Aviadores, los musulmanes no nos pusieron obstáculo alguno para salir tal y como me habían asegurado, me detuve en en control y les advertí que en unos minutos me seguirían tres blindados que pertenecían de mi unidad.
Estaba tenso, aunque medianamente satisfecho, bueno para ser
sincero más que satisfecho, estaba aliviado. La noche había sido muy dura y lo cierto
es que la decisión de quedarme en la marquesina no sabía si había sido un
acierto o un error. Es muy fácil no detectar los errores cometidos en la toma de decisiones que por pura suerte salen bien, aunque sean las equivocadas. No
quería darle demasiadas vueltas al asunto, porque todavía no había terminado
con la misión y desde Dracevo se me había advertido que el relevo estaba muy
difícil, pero sentía esa inquietud, me daba la impresión que había puesto en
peligro la integridad física de mí gente, aunque seguía pensando que de moverme
podría haber sido peor. De lo que estaba seguro es que la Providencia nos había
echado una mano importantísima.
Llegamos al Puente de Aviadores y en el check point croata
el ambiente era de furia contenida, me preguntaron de dónde venía, les dije la
verdad porque estaba convencido que la sabían y nos dedicaron algunas lindezas
cuando les dije que veníamos de la zona musulmana. “Improvisé” una
explicación que les pudiera satisfacer y
les expliqué que me había sorprendido el bombardeo en el barrio musulmán y por eso no me pude mover
en toda la noche y que ahora que podía, quería pasar a la zona croata en la que
me encontraba más seguro y a gusto.
Tragaron, nos explicaron que la Armija había atacado un
cuartel, con la connivencia de algunos musulmanes que pertenecían a la unidad
que estaba acuartelada allí y que habían pasado a cuchillo a mucha gente, puse cara
de sorpresa y les dije que llevaba prisa y me dijeron que pasara. Viendo que
las cosas pintaban bien, le pedí a “Carmen” que les explicara que estábamos
esperando a tres vehículos que se iban a incorporar de inmediato porque uno de
ellos había tenido dificultad en el arranque y que los esperaba allí, si no
tenían inconveniente. Me dijeron que no había problema.
Cartel de propaganda de la Armija |
Llamé a Hidalgo para que se viniera con sus tres blindados a
toda prisa y al poco rato, el tiempo en que tardaron los croatas en terminarse
mis últimos cigarrillos, lo vi asomar por la carretera, me despedí de los
jáveos y cruzamos todos el puente. Doblamos a la derecha y lo más rápidamente
posible cogimos el bulevar, para dirigirnos al centro de Mostar, aquella zona
estaba muy cerca del monte Hum y no quería que ahora fueran los musulmanes los
que nos dispararan.
Me dirigí a una avenida muy ancha flanqueada por torres de
viviendas y zonas ajardinadas, estaba situada en el centro y lejos de
cualquier instalación militar, lo que me hacía considerar que estábamos en zona
segura. Sin embargó desplegué la sección de manera que la zona y sus accesos
quedaran controlados. Si ya estaba nervioso, ahora estaba desesperado. En el
Puente de Aviadores los jáveos habían acabado con mi tabaco y tenía unas ganas
de fumar que iban a acabar conmigo.
Mientras los legionarios que no estaban de puesto aprovechaban para
echar una cabezada, que buena falta les hacía,
me dediqué a pasear por la acera de la avenida intentando olvidarme del
tabaco.
En una de esas idas y venidas pude ver al cabo Metralla que
me observaba muy sonriente desde la escotilla delantera de mí vehículo. ― Qué
mi teniente ¿sin tabaco, no?
Le maldije el alma, él sabía perfectamente que estaba sin
tabaco, porque me había oído renegar cuando se acabaron mi último paquete de Winston
en el check point y en el hospital musulmán me había advertido que no me
quedaban reservas. ― Coño Metralla, ya sabes que sí.
El cabo se echó a reír estrepitosamente y me mostró dos cartones
de Winston ― Mire lo que he encontrado detrás de mí saco de dormir, yo creía
que no le quedaba tabaco, pero aquí
tiene dos cartones. Sentí un alivio que sólo pueden comprender aquellos que
sean o hayan sido fumadores empedernidos, como era mi caso. Ya me daba igual el
follón que habíamos pasado, el relevo y lo que pudiera suceder, tenía tabaco.
El cabo 1º Guerra me advirtió ― Por ahí ― señalaba la
avenida a mi espalda ― viene uno de esos blindados de la policía bosnia.―
Efectivamente un blindado ligero de cuatro ruedas pero con un montaje de dos ametralladoras, estaba
aparcando tras una esquina. Estaba claro que procuraba estar a cubierto de las
vistas de la zona musulmana y buscaba la enfilada, aprovechando que la calle
estaba bien orientada.
Tareas de municionamiento |
A los cinco minutos abrieron fuego como posesos sobre la
zona norte del barrio musulmán, lo hacían de tal manera que me daba la
impresión que iban a fundir los cañones de las armas. Prácticamente de manera
simultánea los morteros croatas del monte Hum comenzaron a disparar sobre la
misma zona. No me gustaba la compañía ni como evolucionaba la situación, aunque
creía que el bombardeo era una represalia y no parecía que se estuviera apoyando
con su fuego un contraataque de la infantería croata, pero así y todo decidí irme a
unos quinientos metros de allí. Volví a montar el despliegue y se me acercaron
algunos ciudadanos para preguntarme que es lo que había sucedido. Les dije que
no sabía nada y me contaron la misma versión que me habían comentado en el
check point, lo del degüello de los combatientes del HVO los tenía
absolutamente crispados.
Seguíamos sin tener noticias del relevo, así que me dispuse
a esperar lo que hiciera falta, contando con dos
cartones de Winston, tenía muy pocos problemas. Serían sobre las diez de la
mañana cuando Hidalgo me advirtió que teníamos compañía, que dos autobuses habían
aparcado frente a él a unos cincuenta metros y de ellos habían desembarcado
unos cien jáveos armados, que habían desplegado y estaban en formación abierta, aunque no hacían nada, más allá de observarnos en silencio.
Salí al centro de la avenida y pude ver a cuatro uniformados
que se acercaban y que al llegar a la
altura del portamorteros se detuvieron, me acerqué hasta allí con “Carmen”, que
nos hizo esperar un rato hasta que encontró su casco. El que mandaba el grupo
era un tipo correcto, bajito pero con muy mala leche, se identificó como el jefe de la
Policía Militar de todo (sic) Bosnia y adjunto al ministro de Defensa y me comunicó que se me ordenaba abandonar de inmediato Mostar.
Tenía un problema, bueno más de uno pero en aquel momento no tenía tiempo para hacer un inventario de ellos, en primer lugar cuando mi colega de la policía
militar – yo mandaba una sección de PM en Fuerteventura – me soltó lo de
“adjunto al ministro de Defensa” no es que quisiera darse importancia, lo que
me estaba diciendo era: “Mira cabrón, tú eres el listo que nos montaste el
follón ayer por la mañana en el control de entrada, así que vete con cuidado
porque estoy loco por meterte mano.
Transporte de combatientes |
Maldije la especie de imán que tenía para atraer jefazos, me venían como las moscas a la miel o las avispas bosnias a la Pepsi
Cola. Estaba loco por tener una charla con un simple cabo furriel o un jefe de
pelotón, pero no había manera, cuando no era un general, era el puñetero
ministro de defensa y ahora que la cosa iba de veras y por lo visto pintaban bastos, me mandaban a un tío que
iba a entrar por derecho sin despeinarse, lo tenía claro.
Sonreí amablemente, porque aunque me estuviera acordando de
su quinto padre, la cosa iba de urbanidad tensa y mala leche contenida, por lo tanto había que corresponder, le solté el cilindro de siempre, es decir, que me daba por
enterado, que no tenía inconveniente en abandonar Mostar, pero como él y yo
sabíamos, por esas cosas del querer y de la vida militar, necesitaba la orden
expresa de mis superiores para abandonar la ciudad.
El tipo aguanto impasible el cilindro, aunque en cuanto
comenzó a traducirlo “Carmen”, enarcó las cejas y me quedó más que claro, cristalino, que alguno de los míos ya le había soltado el mismo rollete. Me
dijo que estaba de acuerdo en que pidiera permiso, pero que tuviera bien
presente que a él, que también era militar y cumplía órdenes como yo, le habían mandado sacarme de Mostar por las buenas o por las malas y como me enrollara
lo más mínimo, pondría en marcha a su gente de manera automático, sin previo aviso.
Volví a sonreirle con la misma sonrisa que uno dedica a un
hermano que hace tiempo no ve y sin dejar de hacerlo, le coloqué la primera
milonga. Afirmé que tenía problemas de enlace radio con Dracevo, intentó
interrumpirme pero no le dejé, le hice un gesto con la mano y continué, le expliqué que
eso no era un problema insalvable,
porque desplegaría la antena del Hispasat y contactaría con Dracevo.
El tipo me miró, se lo estuvo pensando un ratito y mientras
miraba su reloj de pulsera, dijo ― Diez minutos.
― Lo intentaré pero…― me interrumpió ― Diez minutos.
El problema residía en que yo no quería hablar por radio
porque sabía que estaban a la escucha de nuestras frecuencias tanto los croatas como los musulmanes y en previsión de tener que dar explicaciones que no quería que
escucharan oídos ajenos al GT Colón, prefería enlazar con el HISPASAT que no se
podía intervenir. Les di toda la prisa del mundo a los del Mercurio, que me
dijeron que sacarían la antena en plan chapuza porque así ganaríamos tiempo y que al ver mí cara, me aseguraron que no debía preocuparme, que el
invento funcionaba.
Estuvimos un ratito esperando, de golpe apareció uno de los
paracaidistas que me alcanzó el micro teléfono, en voz baja me informó que estaba al aparato el comandante Cora
Bardeci.
Hablé con el comandante, le expliqué lo que había, me
escuchó y me hizo un par de preguntas lógicas y rápidas, escuchó atentamente y
me dijo, espera. Fue oír lo de espera y se me cayó el mundo encima, el jefe de
los PM, estaba al frente de su gente y me observaba atentamente, empezaba a
pensar que se iba a liar, cuando asomó el de transmisiones y volvió a
alcanzarme el micro teléfono.
Según contaban estuvieron en el asalto al Tihomir Misic |
― Rives, soy Cora, estás autorizado a abandonar la zona, se ha
llegado a un acuerdo por el que el adjunto al ministro de Defensa te escoltará
hasta la salida. Avisa cuando estés fuera.
Respiré tan profundamente que me sorprendió mi propia
capacidad pulmonar, me acerqué hasta mi amigo el croata y le conté la orden que
había recibido.
Sonrió con cierta retranca, debía estar pensando que esta vez me había
librado por los pelos, pero que ya me pillaría en mejor ocasión y me preguntó cuál era mi vehículo. Me informó que debía
estar preparado para salir en cuanto él se pusiera al frente de la columna. Así
lo hicimos, dos vehículos del HVO nos precedieron y salimos por la carretera
que llevaba a Citluk, es decir, lo hicimos por el mismo lugar que entramos, pero en
el control, salvo algún que otro insulto, no se nos puso pega alguna.
Salimos de Mostar y a unos tres kilómetros los jáveos se
hicieron a un lado y nos hicieron señales para que siguiéramos, comuniqué por radio a Dracevo que estábamos fuera de Mostar, sin novedad. Ahora me tocaba
llevar a “Carmen” a Medjugorje dónde me iban a asar a preguntas, no era plato
de gusto, pero entraba en el sueldo.
Bien está lo que bien
acaba, pensé, mientras me daba cuenta que estaba muerto de hambre. No sabía
en esos momentos, que las autoridades croatas iban a negar la entrada en
Mostar a UNPROFOR durante más un mes.
Tuvimos el triste privilegio de ser los que cerramos un ciclo.
Comentarios
Publicar un comentario