La liamos en el Alexis Ham Bridge (Final)
El puente |
Mientras cruzaba el puente empecé a pensar en cómo iba a
solucionar el problema al que estaba seguro nos íbamos a enfrentar. En primer lugar ordené ampliar la distancia de
seguridad entre los vehículos, al objeto de ocupar el máximo espacio posible en
aquella carretera y ofrecer un blanco más disperso. Por radio le dije a Ávila
que a ser posible se quedara en la entrada del puente y que desde allí controlara la boca del
túnel que desde esa posición podría ver perfectamente. Así, si ocurría
cualquier cosa, podía hacer fuego
sobre las armas instaladas en la entrada de ese túnel.
Si sucedía algo, mientras Ávila se quedaba en la carretera,
los dos primeros blindados, el Mercurio y los dos coches cruzaríamos el control a la fuerza y con las ametralladoras de 12,70 mm nos
encargaríamos de la gente que estaba en la ribera opuesta y el túnel situado a
nuestra retaguardia, mientras que Ávila cubría el túnel que teníamos al
frente y la vía férrea. Les pedí a los jefes de pelotón que localizaran blancos
para las ametralladoras en las zonas que les correspondían y advertí al cabo “Metralla” que debería estar atento a la
boca del túnel situada a nuestra retaguardia.
El problema estaba sobre nuestras cabezas porque en la
trinchera cavada en la ladera para instalar la vía férrea había gente armada,
que si se complicaban las cosas de verdad, nos iban a dar muchos problemas y
solo Ávila podía hacerles algún daño. Tras hacer lo poco que se me ocurrió hacer, atendí al Nissan del comandante que se había detenido ante la caseta del
control y desde el interior del vehículo éste parlamentaba con un tipo con un
sombrero de paja de segador, una camisa a cuadros rojos y negros, chaleco y
pantalón mimetizado, armado con el correspondiente AK.
El del sombrero se giró hacia la caseta y de ella salieron
ocho o nueve individuos que rodearon al Nissan. Alcé la vista y en la trinchera
del ferrocarril, una fila de armijas nos observaban desde arriba, pude ver a un
par de ellos que tenían ante sí sobre el parapeto, granadas de mano. Una
situación perfecta, que seguramente empeoraría.
Miré a Guerra, que ya había alertado a toda la tripulación ―
Guerra controla al comandante que parece que esos hijos de puta se lo van a
comer. Ordené a Morales que avanzara unos cinco metros, para dejar un espacio entre mi blindado y el jeep del coronel croata para el Nissan del comandante, que venía
escopeteado marcha atrás. Su conductor era un listillo pero conducía francamente bien y
sabía lo que se hacía, entró como un tiro detrás de mí BMR.
Los de la Armija parecían dispuestos a venir a por los
coches y se estaban acercando, pero les dimos el alto y se detuvieron. El comandante se bajó del
Nissan, se acercó al BMR y muy excitado me dijo ― Ya sabrás que el
responsable… ― le interrumpí antes de que completara la frase ― Tranquilo mi comandante, ya sé que el
responsable de la seguridad soy yo. ―
Los armijas que estaban en mitad de la carretera cerca de la caseta del control, discutían entre ellos muy excitados. Le pregunté al
comandante que era lo que había sucedido y éste me explicó que los del check
point no nos dejaban pasar y exigían que les entregáramos al coronel croata,
los autobuses y a los conductores. Si no se los dábamos por las buenas, los cogerían ellos por las malas, le advirtieron que era mejor que obedeciéramos porque nos
tenían rodeados y cuanto antes se los entregáramos, antes íbamos a volver a
Mostar.
Ya había tenido una bronca con el comandante y ahora me iba
a tocar tener otra con el 1º Guerra
― Guerra voy a bajar a hablar con esos tíos.
― Usted está loco mi teniente, esa gente está muy cabreada y
seguro que están hasta el culo de rakia o algo peor.
― Vamos a ver Guerra, yo me bajo y tú me cubres, ya lo hemos
hecho otras veces, no te preocupes, algo tenemos que hacer y no se me ocurre otra cosa. Mientras los entretengo les dices a los del
Mercurio que les cuenten a los jefazos lo que ocurre y ya de paso que hablen
con el destacamento de Jablanica a ver qué pasa. Que eso de que estaba todo
arreglado y que no teníamos más que recoger a los refugiados es que no, estos tíos dicen que
nanay de la China y que de aquí no se
mueve nadie sin que antes les entreguemos a los croatas que escoltamos.
Mientras hablaba con Guerra observaba a los musulmanes del
control, había una mezcla no habitual de milicianos de Jablanica, que eran los
que estaban a cargo del check point desde siempre y unos tipos con cintas
negras en la frente y bastante mejor uniformados con unos caretos que no me gustaban un pelo,
de hecho vi a dos o tres con aspecto de mujaidines que habían desaparecido de
mi vista. No me apetecía nada montar el numerito de bajar a charlar con aquella
pandilla de cabrones, pero tampoco podía esperar a ver qué pasaba, porque muy probablemente como
les dejara tiempo y espacio para decidir, se iban a animar a venir por derecho
a llevarse al coronel croata y en cuanto dieran el primer paso no iba a haber
arreglo y para los que allí estábamos
iba a comenzar sin remedio la III Guerra Mundial y lo que es peor en vivo y en
directo.
Le pedí al cabo Metralla que me alcanzara un par de paquetes
de Winston de la reserva que me guardaba religiosamente en el habitáculo del
tirador de la ametralladora, me los metí en el bolsillo del pantalón, dejé el
cetme sobre el banco en el interior del blindado y me dispuse a bajar. Salté al suelo con precaución porque tengo una rodilla al bies y
no era cuestión de caerme como un sapo ante el selecto público que me
contemplaba.
Miré hacia la escotilla y allí estaba Guerra con una sonrisa
que pretendía tranquilizarme, el comandante en cuanto me vio en tierra hizo
gesto de bajarse del Nissan, lo miré y se detuvo; les extrañará pero me
entró la risa. No sé por qué extraña razón, pero me acordé de mi mujer que
cuando me quejaba de que alguien se había molestado conmigo sin que mediara
palabra alguna por mi parte, me decía “Miguel es que tú, no te ves la cara”.
Pues sería eso, pero desde luego me entendió.
Me fui para los del check point que me miraban atentos y en
silencio, me acerqué al que me pareció que
mandaba aquello, un tío de mediana edad, barrigón con cara de buena gente que
me parecía conocido, sería de pasar por el control o de Jablanica. Saludé
y me contestó, lo que no era mal comienzo, una sensación rara en la nuca hizo que me
girara hacia el BMR, Guerra me miraba intensamente, seguro que no le estaba
dejando la línea de tiro lo bastante libre para su gusto. Bueno ya me tragaría
la bronca después, saqué el paquete de tabaco y le ofrecí un cigarrillo al jefe
que lo aceptó encantado y cuando amplié el gesto al resto del personal, cinco o
seis se apresuraron a aceptar el tabaco.
Llevaba en un papel el nombre del general musulmán que garantizaba el buen fin de la “operación”. Se lo enseñé y me
explicaron, bueno nos es que estuviera muy seguro de lo que me decían porque me lo contaban en croata, pero me pareció que me decían que
el general de la nota mandaría muchísimo en Mostar, pero en Jablanica no mandaba nada.
Puse cara de comprender perfectamente la situación y unos cuantos se echaron a
reír, supongo que puse una cara de primo de matrícula de honor. Le expliqué al
jefe que iba a llamar por radio para explicar la falta de autoridad del Jefe
del IV Cuerpo de Ejército de la Armija, que por lo que manifestaban los alegres
muchachos del check point, a unos kilómetros al norte de Mostar, mandaba menos que un
cabo furriel y me acerqué al BMR.
Le pregunté a Guerra que habían dicho los jefazos. ― Pues
eso que le gusta tanto a usted, mi teniente, “espere”.
Renegué por lo bajini ― ¿Y los del destacamento de
Jablanica?
― Pues esos peor, dicen que no saben de qué puente les estamos hablando y después de mucho discutir, han dicho que mandan a alguien desde allí
que nos va a solucionar el problema. Ah mi teniente y si va a volver con esos
cabrones, váyase con cuidado con el hijo de puta del sombrero de paja, que
siempre se coloca a su espalda.
Reconfortado por el “espere” y la promesa de la llegada de
un taumaturgo que iba a solucionarnos el follón, volví al grupito que me
observaba, mientras los que estaban en la vía férrea gritaban y nos insultaban. Les expliqué que de Jablanica venía una autoridad y que esperaríamos
con tranquilidad porque traía instrucciones para todos. Seguían con la murga de
que les entregáramos al coronel, al que le hacían el gesto de que iban a cortarle
el cuello, pero el jefe ordenó silencio.
Señaló mi pistola y me preguntó si la podía ver, miré por
encima de su hombro y vi las caras expectantes de los armijas, que esperaban encantados a ver qué era lo que yo hacía. Saqué el arma de la
pistolera y no quise quitarle el cargador para que vieran que no les tenía
miedo, aunque pensé que igual pasaba a la historia por ser el primer gilipollas
al que mataban en un check point con su propia arma.
Cuando el miliciano se hartó de darle vueltas, me propuso
hacer un cambio. Su makarov, modelo yugoslavo, que para más inri tenía las cachas
de la culata unidas entre sí por una cinta adhesiva azul, por mí pistola. La
propuesta fue acogida con regocijo por muchos de los presentes, de lo que deduje
que la tensión estaba disminuyendo y que la propuesta era una broma. Yo también
me reí y le expliqué que la pistola no era mía, era del ejército español y que
esos no daban ni los buenos días, así que se fuera despidiendo de ella, que
tenía que volver al BMR para hablar por radio. Le dejé al jefe los dos paquetes
de Winston y volví a mi blindado.
Pero cuando iba a subir al BMR surgió un problema. En la misión lo
cierto es que ya la había liado casi todo el mundo. El comandante, un servidor, los del
control y en el momento en que parecía que se calmaban las cosas, el coronel
croata decidió echar su particular cuarto a espadas y me montó un puesto de
verduras que entendí perfectamente porque el croata me lo chillaba desde su
jeep en inglés y el comandante me traducía desde su Nissan. El coronel me exigía, que lo
devolviera a Mostar.
Le dije al comandante que lo tranquilizara y que no lo
dejara bajar bajo ningún concepto del jeep porque los de las cintas negras se
lo iban a comer con papas. Y me comprometí a pedir permiso al GT para
retirarnos de allí.
Subí al vehículo y por radio expliqué la situación. Los de la Armija nos exigían que les entregáramos a los croatas, amenazaban con emplear la fuerza para conseguirlo, la situación desde el punto de vista militar era muy mala y estaban volviendo a calentarse. Entretanto los croatas nos exigían que nos los lleváramos de allí y yo humildemente solicitaba instrucciones. Me contestaron para variar “espere” y eso hice, aunque algo inquieto porque los musulmanes estaban matando el tiempo con abundantes libaciones de rakia y eso me intranquilizaba bastante.
Pero cuando más negros eran mis pensamientos pude ver cómo
un vehículo de Naciones Unidas llegaba al control desde Jablanica. Hizo alto y
del vehículo descendió un UNMO, un observador militar de Naciones Unidas, para
entendernos. Habló muy serio con los de la Armija, llevaba intérprete, así que
iba a ser verdad que venía a solucionar el problema. Terminó con los del
control y se vino hasta nosotros, venía el tío braceando marcial y con un
sombrero negro que me recordó el que
llevaba el coronel yanqui aquel que le gustaba el surf en Apocalypse Now,
cuando estuvo más cerca, vi que en el chaleco antifragmentos llevaba un letrero
que rezaba: “Mayor Lentini, Fuerzas Aéreas Argentinas”. Vi el cielo abierto, lo
saludé en castellano y el tipo me largó un discurso en algo que me recordó
lejanamente al inglés, como sea que de ahí no lo sacaba, se lo pasé al
departamento del comandante de EM, que habló con él y me explicó que era
neozelandés y que el antifragmentos no era suyo, que se había confundido al
cogerlo, a cuenta de las prisas.
Nos explicó que ya no teníamos que recoger a nadie, porque
había habido problemas con las autoridades musulmanas que no autorizaban el traslado de los refugiados croatas y que nos fuéramos de
allí lo más rápido posible, porque habían llegado a un acuerdo que nos permitía
abandonar la zona, pero que tuviéramos muy presente que como todos los acuerdos en Bosnia, se podía romper
en cualquier momento. El coronel croata metió cuchara para acusarme de
secuestro, porque decía y no le faltaba razón que si yo era su escolta y no
había refugiados que recoger, lo que tenía que hacer era devolverlo sano y
salvo allá donde lo había recogido.
Les expliqué a los tres, que por mucha prisa que hubiera, yo
necesitaba del permiso de mis superiores para salir de allí. El neozelandés lo
entendió, pero los otros dos no estaban de acuerdo para nada, le expliqué al
comandante la situación de una manera franca y constructiva. Solucionado el
problema de comunicación, los dejé hablando de sus cosas y me fui al BMR para darle
prisa al asunto, que allí no se nos había perdido nada y como no apretara nos iban a dar las
uvas plantados ante aquel check point..
Y lo que son las cosas, cuando en teoría estaba claro que
allí no teníamos nada que hacer, entraron por radio las planas mayores de la AGT Canarias y del GT Colón que se liaron a
pedirme explicaciones como si nadie supiera nada del asunto y al final de mucho
espere, hubo quien autorizó a que me retirara y quien me ordenó justamente lo
contrario. Incomprensible pero fue así, por fin una hora después de la
“disfunción orgánica” nos pusimos todos de acuerdo y tras despedirme cortésmente
de los musulmanes, que nunca se sabe, emprendimos la vuelta a Mostar.
Llegamos a la plaza en la que se encontraba mi capitán, me
bajé para dar novedades y le expliqué, muy por encima, lo sucedido, me miró y me dijo
― Quizás hubiera debido decirte que habían cambiado la guarnición del check
point y que en lugar de la milicia estaban unos tíos que son unos terroristas.
Lo miré, me acordé de mi mujer y bajé la cara para que no me
la viera.
Del comandante no supe nada más, ni para bueno, ni para malo.
Esto es lo que sucedió en aquel puente y que no mereció
ni dos líneas en el diario de operaciones de mi compañía ¿Por qué? Pues no lo
sé, pero qué más da. Lo que pasó, pasó y en lugar de en dos líneas hoy se lo he
contado a ustedes en más de tres folios.
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