La noche transcurrió con tranquilidad, bueno quizás fuera
mejor decir que transcurrió con una tranquilidad relativa, algunas ráfagas, disparos sueltos y tres
disparos de un carro de combate croata que pusieron una esquina, situada a unos
setenta y cinco metros de nosotros, mirando para Coria del Río, pero comparado
con el día que nos habían dado el HVO y su artillería hay que decir que nuestra
última noche en Mostar fue una noche tranquila. Dormimos bien y cuando amaneció
todos teníamos bastante mejor cara que el día anterior.
Contemplé el amanecer del 18 de septiembre, con sentimientos
encontrados. Había mandado al legionario que estaba de puesto a que echara una
cabezada y ahora apoyado en el blindado, mientras fumaba un cigarrillo, contemplaba
como la luz del día iluminaba nuestro entorno que permanecía en silencio. No sé
bien cómo explicar lo que sentía, resultaba paradójico pero me sorprendí a mí mismo experimentando
una suerte de melancolía al pensar que no iba a volver más a Mostar, una ciudad
en la que lo habíamos pasado fatal, en la que habían muerto compañeros y otros
habían resultado heridos, dónde habíamos pasado miedo y angustia, que sin
embargo me costaba abandonar. Habíamos dejado mucho de nosotros en sus calles cómo
para que la despedida resultara fácil.
Sonreí, apenas hacía unas horas no había cosa que me apeteciera más que
cerrar nuestro ciclo de misiones en Mostar y ahora me sentía apesadumbrado
porque había llegado el día y la hora de despedirme de aquella gente y aquella
ciudad, que sin saber cómo se me había metido en el corazón. Sin proponérmelo de
manera consciente repasé las vicisitudes que habíamos vivido con aquella
gentes, los de un lado del Neretva y los del otro, los malos ratos y los
buenos, la alegría y el orgullo de salvar la vida a gente y la pena, la
frustración y el dolor que sientes cuando no logras lo que te propones.
Tuve suerte, me sacó de mis reflexiones la voz del cabo 1º
Guerra que estaba poniendo en marcha a los legías, con su estilo tan particular
pero que garantizaba que en cinco minutos estaría todo listo y recogido en el
interior del blindado y la cafetera en marcha.
Me acerqué al BMR del 1º Arienza que me dio la novedad correspondiente,
le pregunté por el capitán y el sargento del EA y me dijo que habían dormido
como niños durante toda la noche, me alegré, porque la verdad es que el día
anterior habían pasado por un trago muy amargo, los "aviadores" habían tenido una inauguración de las más duras que había visto en los seis meses de misión.
Del Mercurio llegó el cabo 1º paracaidista que me dio la
novedad, no me acerqué a la ambulancia, porque era mejor que los médicos
estuvieran bien descansados, si llegaba el momento en que por desgracia, tuvieran
que intervenir. Hacía un día fantástico y la temperatura todavía resultaba agradablemente
fresca.
Había empezado a repasar mentalmente el contenido del informe que tendría que
escribir en cuanto llegara a Dracevo, cuando Morales se asomó por la escotilla
del blindado con una taza de café en la mano que movió en mi dirección. Me
acerqué, le di las gracias a mi conductor y aspiré el aroma del café Tirma. Hay
placeres pequeños, diminutos, fugaces pero que si uno está atento disfruta
enormemente y si a uno lo pillan entretenido o distraído se escapan
miserablemente, me tomé agradecido aquel café cuyo aroma tanto me satisfizo.
Serían sobre las 08,30 horas cuando me comunicaron que la
sección que venía a relevarnos tenía problemas en el check point de
Zitomislici y que por lo tanto llegarían
con retraso. Pensé que si se retrasaba el relevo - en ese control siempre nos
ponían el mayor número de problemas posible - cuando llegara a Dracevo sería
tarde y además de repostar los vehículos y escribir el informe post misión,
tenía que llamar a mi casa, como hacía todos los días exceptuando los de misión.
En los destacamentos teníamos una especie de locutorio en el que a diario teníamos unos minutos en los que podíamos hablar con nuestras casas a través del enlace del Hispasat.
Así que decidí, en mala hora, saltarme las normas a la
torera y le pedí al cabo de transmisiones que a través de la terminal Hispasat
que llevábamos en el Mercurio me pusiera con mi casa en Fuerteventura, lo que
estaba terminantemente prohibido. Lo hizo y en un momento estaba hablando con
mi mujer a la que le dije que el relevo llegaba tarde y que por eso la llamaba
desde Mostar, pero que había terminado con la misión que además era la última,
que todo estaba tranquilo y que ya hablaríamos con más tiempo al día siguiente,
mi mujer se alegró, me dijo que en casa todos estaban bien y se despidió de mí.
Todo el mundo parecía animado, el capitán Valle y su
sargento, tras asearse estaban disponiendo un tablero portátil de ajedrez para
echar unas partiditas, me preguntó por el relevo y le expliqué lo del retraso
en Zitomislici, que seguro que no sabía dónde estaba, pero él si tenía un mapa,
así que si quería, sabría encontrarlo.
Estábamos tranquilamente esperando el relevo, cuando desde
Buna los jáveos nos dieron los buenos días con ocho granadas de morteros de 122
mm, que cayeron muy próximas a nuestra posición. Eran demasiadas granadas para
lo que hacían los croatas habitualmente, el HVO tras un día de bombardeo de
verdad, en el que los civiles debían permanecer en los refugios con poca
comida y menos agua, al día siguiente, cuando los musulmanes se apresuraban a salir a a calle a buscar lo
que necesitaban, lanzaban alguna granada que otra con la finalidad de “cazar” a
la gente que salía para conseguir agua o comida, justo a nuestro lado estaba
el camión que repartía el agua presuntamente potable, a los civiles, pero la
descarga que acababa de caer no tenía esa finalidad, aquello desgraciados volvían
a bombardear la zona.
Eran ya más de las 09,00 horas de la mañana y empezaba a
preocuparme el tener que hacer un relevo bajo los disparos de los morteros
pesados de Buna, que ya tenían muy tomados los datos de tiro como para que no
acertaran en el lugar que ellos decidieran. Esperé durante un rato, pero
parecía que la salva que nos había caído tan cerca, no se repetía, podría haber
pensado que había sido una falsa alarma, pero por muy optimista que me quisiera
poner, lo cierto es que no se veía un alma en la calle y eso sólo podía
significar una cosa, los de la Armija sabían que les esperaba otra jornada de
bombardeo brutal.
Así fue, comenzaron a caer granadas al norte de nuestra
posición, así que supuse que le estarían dando al hospital y a las posiciones defensivas
musulmanas situadas un poco más al noroeste de esa instalación. Más al sur se oían
también explosiones, no podía identificar los blancos que buscaban los croatas,
porque desde mi posición no podía ver nada.
Mientras andaba preocupado en
localizar los impactos nos metieron por sorpresa cinco granadas, tres de las
cuales cayeron en mitad de la calzada frente a nuestra posición y
las otras dos hicieron blanco en la casa que teníamos enfrente que comenzó a
arder. La cosa se estaba poniendo mal y por radio me advirtieron que la sección
de la Cía. de Apoyo que iba a relevarnos
se retiraba, por lo tanto nuestro último día en Mostar iba a ser el 18 y no el
17 de septiembre.
Ordené que todo el mundo estuviera en los vehículos y me
dispuse a subir a una vivienda para, desde el balcón, observar cuáles eran las
zonas que atacaban los croatas con su fuego de morteros. Antes de subir,
observé al capitán y al sargento que estaban jugando al ajedrez sentados en la
parte de atrás del blindado, con las piernas dentro de la escotilla pero con el
resto del cuerpo al descubierto. Les pegué un bocinazo ― Mi capitán cuando
ordeno que todo el personal esté en el vehículo, espero que todo el mundo esté
dentro del BMR y a cubierto.
El capitán asintió y yo subí al tercer piso en el que vivía
Azur, un amiguete musulmán con el que
tenía muy buen trato y que me dejaba su balcón como observatorio. Llamé a la
puerta y me abrió una mujer joven a la que no conocía que me hizo gestos para
que pasara, sin más me dirigí al balcón para observar. Efectivamente estaban
bombardeando la zona sur y me pareció que lo hacían desde el monte Hum, al
norte podía ver humo en el lugar que las granadas habían producido algún
incendio.
Mientras estaba ocupado localizando los impactos y las zonas
que bombardeaban los croatas, cayeron cuatro granadas más prácticamente junto a la
sección, tuve un mal presentimiento, salí del piso y bajé a la carrera, al
llegar a los blindados pude ver a Arienza que desde su blindado me gritó ― Le han dado a Dobao.
Por mi derecha venía el comandante médico y el capitán DUE
con un montón de cajas en las manos, que les dificultaban el movimiento,
cayeron otras tres granadas, mientras allí, a cuerpo gentil, estábamos los dos
médicos, el cabo 1º conductor de la ambulancia que ayudaba con el equipo y yo, que procuraba que el “tráfico” fuera fluido y que todo el mundo se
pusiera a cubierto cuanto antes, porque la metralla bufaba e impactaba contra blindados
y paredes a nuestro alrededor y desde luego me preocupaba la seguridad de la
gente de la ambulancia, pero también me preocupaba el hecho de que yo no podía
ponerme a cubierto hasta que todo el mundo lo hiciera, las cosas como son.
Soy de letras, pero aquel día pude comprobar la verdad que hay en la teoría de la
relatividad, aquello no terminaba nunca, logramos que el comandante
y el capitán entraran en el blindado de Arienza y a mí me dio la impresión que
tardábamos en ello media vida, luego el cabo 1º me pasó las cajas que llevaba
en las manos y se las di a Arienza. Cuando por fin terminamos, miré al cabo 1º conductor que estaba allí parado y le ordené que se fuera a la ambulancia, se pusiera a
cubierto y esperara órdenes por radio. Así lo hizo y cuando lo vi desaparecer,
a la vez que caía otra salva bien cerquita, pude por fin meterme en mi BMR.
En cuanto entré Guerra que había estado atento a la radio me
informó que teníamos tres heridos, el capitán Valle y su sargento, a los que la
metralla había alcanzado mientras seguían jugando al ajedrez fuera del vehículo,
pese a la orden que les había dado y el cabo Dobao. Al cabo lo cazaron, al
asomarse para sacar unas fotografías de la casa del otro lado de la calle que,
como les he contado, estaba ardiendo a cuenta de los dos impactos de mortero pesado que había
recibido y al asomarse, el casco se le vino hacia delante y no podía enfocar
con comodidad, así que con el pulgar lo echó hacía atrás para despejar la vista
y en ese momento le habían alcanzado la metralla en el entrecejo.
La gente en mi BMR estaba preocupada y algo mustia, lo de
tener heridos es algo que resulta difícil de digerir y el bombardeo seguía de
manera incansable, lo que no ayudaba nada a subir el ánimo de nadie. Me apresuré a dar las novedades a través del Mercurio, comuniqué
que teníamos tres heridos y que los BMR habían sufrido algunos desperfectos por
la metralla, que el A-23 tenía las tres ruedas de su costado izquierdo
reventadas y las petacas de gasoil tenían impactos de metralla y su contenido
se había esparcido alrededor de los vehículos. El A-21, tenía una rueda lista
de papeles, la ambulancia otras dos o tres, que ya no me acuerdo y el Mercurio
también se había llevado lo suyo.
En Dracevo querían saber de la gravedad de los heridos,
llamé a Arienza y le pedí que le preguntara al comandante médico que podía
decir, me comunicó que en principio los tres heridos sufrían heridas leves, pero que todavía les estaba reconociendo y así lo
comuniqué al mando.
Ahora me tocaba esperar a que el comandante terminara su
trabajo y pudiera decirme con exactitud el diagnóstico de los tres heridos.
Estaba francamente preocupado, miré a Guerra que también tenía la cara muy
seria. Mientras, los morterazos seguían cayendo muy cercanos, los jáveos
continuaban con su tarea de ayer. Esperaba que los heridos no sufrieran heridas
de consideración, pero nada más podía hacer que esperar. Sin darme cuenta me
encontré recordando mi melancólico amanecer, la verdad es que en aquel momento
no sentía lo mismo, estaba francamente angustiado por los heridos.
Pero lo que sucedió después, se lo cuento mañana si no
tienen inconveniente.
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