La debida neutralidad política de la Corona
Ayer jueves me tropecé con una noticia o por mejor decir, una filtración interesada publicada como noticia, que a mi parecer forma parte de la segunda oleada de filtraciones
que desde el entorno de la Zarzuela se han estado proporcionando a la prensa
afín, en la que se reprochaba al Partido Popular una supuesta campaña de
descrédito contra Felipe VI, para castigarle a cuenta de las decisiones tomadas
por el monarca en las consultas llevadas a cabo, al objeto de nombrar
candidato a la investidura.
Se supone que el contenido de la filtración defiende la figura de SM,
pero para cualquiera que lea la prensa habitualmente, queda claro como agua de
manantial que la supuesta defensa no es más que otro ataque contra el PP, supongo
yo que con la finalidad de perjudicar sus posibilidades para formar gobierno y crear
disensiones en su seno.
Hablaba el otro día del extraño síndrome que padecen
nuestros monarcas, una especie de síndrome de Estocolmo que habrá que llamar síndrome
de la Zarzuela, por el que tanto Juan Carlos I de manera evidente; como ahora su hijo Felipe VI más sutilmente, han
sentido y sienten la imperiosa necesidad de favorecer a la izquierda de este
país y poner mala cara a la derecha española. He de suponer que los monarcas
entienden que los del Partido Popular no intentarán jamás destronarlos para
traer la III República y suponen que si la
zurda se enfadara de verdad con la Zarzuela, emprenderían el mismo camino que anduvieron
sus antecesores en 1930, con la consecuencia de aquel viaje forzoso que se tuvo que dar Alfonso XIII y familia.
El que piense que apaciguando a sus enemigos naturales y atacando
a sus partidarios va a sacar ventaja, se equivoca. Alguien debiera recordar al personal de la Zarzuela una historia para que no suceda aquí lo que le ocurrió a aquel campesino indio
que daba de comer a los tigres que visitaban su finca, porque creía que
mientras estuvieran ahítos no le atacarían. Pero los tigres fueron creciendo y cuanto más grandes eran, mayor era su
apetito, hasta que llegó el momento que el aldeano fue incapaz de hacer frente
a sus necesidades y un buen día en el que
los felinos estaban más voraces que de costumbre, se lo zamparon. Quizás algo truculenta la historia pero resulta muy clarificadora o al menos eso me parece a mí.
Casi nadie recuerda que cuando se hablaba de la situación
creada por la negativa de Rajoy de aceptar un encargo que no podía llevar a
cabo, ya se lanzó un globo sonda que afirmaba que, a lo peor, SM tendría que
encargar ese asunto a Albert Rivera. Algunos ilusos creyeron entonces, que el rumor no
había sido esa vez la antesala de la noticia, pero se equivocaron, porque lo
cierto es que Albert Rivera tiene ahora mismo muchas posibilidades de que se le
pida que forme gobierno, sobre todo cuando la fecha para la convocatoria de
unas nuevas elecciones se aproxime y los del PSOE, el PP e incluso los de
Podemos, que tienen un lío interno morrocotudo, estén un poquito más dúctiles.
Si me lo permiten vamos a recordar algo que dice la Constitución: “El Rey es el
Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el
funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación
del Estado español en la relaciones internacionales, especialmente con las naciones
de su comunidad histórica y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente
la Constitución y las leyes.”
Así que teniendo presente lo que dice nuestra Carta Magna y que
las instituciones deben ser por definición ejemplares y ejemplarizantes, la
Corona está obligada a ejercer sus funciones con una exquisita neutralidad. Si hablamos de
la investidura, SM el Rey debió dar ese encargo sólo a quien pudiera llevarlo a
cabo y eso no fue lo que hizo. Es cierto que existen poderes muy importantes
que son capaces de influir en las más altas instancias y magistraturas del
Estado, pero la Corona está obligada a ejercer una aséptica neutralidad. No
debe haber opinión en las decisiones a este respecto, debe haber simplemente la
certeza de que aquel al que se le encarga la tarea de formar gobierno, cuenta con los
apoyos suficientes para ello y eso, insisto, no fue lo que se hizo.
No valen las excusas y explicaciones esgrimidas, si algo
sobra en este asunto son las explicaciones, porque no era un asunto de opinión,
era simplemente una decisión aritmética la que había que tomar. Ahora
parece que el viento sopla a favor de Albert Rivera, quizás se las hayan puesto
como a Fernando VII aunque no se lo merezca; sería bueno recordar aquello que dijo en un debate pocos días antes
de las elecciones. Decía así el líder naranjito: “Yo votaré que no a quien
intente formar un grupo de perdedores para desbancar a una lista que gane las
elecciones, porque creo que España va mal pero España no se merece ir
peor".
Rivera cuando dijo eso mintió a boca
llena, porque todos le hemos visto votar sí en el Congreso de los Diputados
a quién había formado un grupo de perdedores que pretendía desbancar a la lista
que había ganado las elecciones. Mal asunto porque se empieza mintiendo a los
electores y después vaya uno a saber cómo termina el negocio.
Creo que Felipe VI ha maniobrado a favor de Rivera, no soy
republicano, pero tampoco soy monárquico, me pasa lo que tantos millones de españoles
a los que nos parece bien que haya monarquía, mientras ésta cumpla con sus
obligaciones. Entiendo que lo de “borbonear” viene de familia y se hace
difícil evitar ejercer esa costumbre, pero hay que estar por encima de muchas
cosas para ser Rey de España; entre otras, ejercer los mandatos que le imponen
la Constitución y las leyes del país, aplicando, insisto, una neutralidad política exquisita.
Me parece que SM ha cometido un error, le concedo el
esfuerzo que ha hecho por limpiar la Institución y modernizarla, pero a eso
debe sumar el ejercer el oficio de Rey tal y como Dios y la Constitución mandan.
Todavía está a tiempo de actuar como debe, lo contrario, a la
larga, nos llevará a todos al desastre.
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