Legionario en Bosnia 1993. Décima parte.
A la derecha el Cabo CL Espinosa, protagonista de esta entrega junto al CL Morales, conductor del A-.21 |
Hoy es domingo así que toca "hablar de mi libro". Un libro titulado "Legionario en Bosnia 1993" que lleva por subtítulo "Quince relatos cortos de una guerra larga". Cuatrocientas setenta y tres páginas en las que relato a mi manera, una serie de experiencias que tuve la oportunidad de vivir, junto a los hombres de la II sección de la compañía Austria, que encuadrados en la VIII bandera expedicionaria de La Legión, participamos en Bosnia de la misión encomendada a la AGT Canarias.
Para que se hagan una idea de como es el libro, les dejo un fragmento de uno de los relatos, éste se titula concretamente "La guardia de Jablanica", creo que les gustará y les animará a adquirir el libro. Si así lo desean les basta con clicar en la imagen de la publicación que se encuentra en la columna a la derecha del texto, exactamente donde dice "Compra Legionario en Bosnia 1993, aquí" el enlace los llevará hasta la página que les permitirá comprarlo en Amazón.
Espero que sea así, aquí les dejo el texto:
"...La mañana había transcurrido con
tranquilidad. Si descontamos el campeonato infantil de Tetris que organicé en
el cuerpo de guardia con la “voluntaria” participación de los propietarios de
las game boy, no había sucedido nada digno de mención. Recordemos que corría el
día 20 de junio de 1993, una fecha que miren ustedes por donde, tenía su
especial relevancia. Para los que no son terriblemente futboleros explicar que
en ese día, domingo para más señas, en España se jugaba la última jornada de
una liga muy disputada y que tanto el Real Madrid como el Barça tenían opciones
para llevarse el título.
El Barça jugaba en casa contra la
Real Sociedad y el Madrid lo hacía en Tenerife, contra los chichas que habían
hecho un campeonato sobresaliente. Un punto los separaba, el Barça partía con
56 puntos, mientras que el Madrid, que era el favorito, contaba con 57; los
resultados que obtuvieran en la jornada decidirían al campeón de liga. Por la
parte de abajo, que era a la que desgraciadamente me atañía, mi queridísimo RCD
Español se jugaba el descenso con el Albacete, los pericos jugaban fuera,
contra el Bilbao y los manchegos lo hacían en casa contra el Celta.
Toda la semana había asistido a
las típicas charlas entre merengues y culés. Me sorprendía que en mitad de una
guerra que vivíamos tan de cerca, mis legionarios tuvieran presente un
acontecimiento deportivo y lo vivieran con la pasión que mostraban los forofos
de ambos bandos. Parecería razonable que el fútbol y sus resultados hubieran
perdido o al menos relativizado, su importancia, pero no era así. Lo del fútbol
es una pulsión inscrita muy profundamente en la personalidad de muchos y como
digo, a lo largo de la semana, las charlas, predicciones, puyas y algún que
otro leve conato de discusión habían tenido muy “ocupados” a los más
futboleros.
Que los había y en cantidad.
Durante la mañana el rollo de las game boy los había tenido distraídos, pero
ahora, después de que hubiéramos comido por turnos tal y como imponía el
servicio de guardia, la gente centró su atención en los partidos que en breve
se iban a jugar y a las especiales circunstancias que concurrían en ese final
de liga tan disputado.
Hablaba de los forofos y si de
forofos se trata, el protagonista absoluto no puede ser otro que el Cabo
Espinosa. Un merengue de tamaño sideral, que profesaba una devoción por su club
difícilmente comprensible. Espinosa era y es, un asturiano cabezón como él
solo, aunque los años y el matrimonio le han aportado algo de ductilidad. Muy
leal, discutidor, bastante bruto, era un buen legionario aunque siempre me
hubiera dado muchísimo trabajo. Comprendo que con la descripción que hago de su
persona, haya quien piense que cómo digo que era un buen legionario y puedo
entenderles, pero háganme caso cuando les digo que Espinosa era un legionario
como la copa de un pino.
En Almería, cuando estábamos
“disfrutando” de la fase de preparación para la misión, una mala noche a
Espinosa se le ocurrió la brillante idea de saltar la tapia de la base y
acercarse a Almería a tomarse unas copas. A la vuelta, que no vendían tinto,
como afirma el dicho, sobre todo porque se lo había bebido todo mi estimado
Espinosa, los vapores etílicos le aconsejaron entrar por la puerta principal
del acuartelamiento, porque, al parecer, lo de volver a saltar la tapia a esas
horas le pareció tarea incómoda y sobre todo innecesaria. Los que hemos bebido
sabemos lo mal consejero que es el alcohol y, naturalmente lo trincaron y se
montó la mundial.
Me van a permitir que les
explique que lo de saltar la tapia no es que sea una tradición aceptada como
tal, aunque lo pienso, lo dejaré en una costumbre muy legionaria. Entiéndanme,
no es una conducta aceptada sin más; en La Legión si la haces... y te pillan,
la pagas; pero es una infracción leve en sí misma y si no hay consecuencias
añadidas, tampoco es que se vaya a escandalizar nadie por ello, se corrige y
problema solucionado.
Sin embargo en Almería, el mando
en su infinita sabiduría de la que jamás se me ocurriría dudar, no lo permita
el Señor, decidió dar un escarmiento ejemplar a futuros “escaladores de tapias”
y demás aves aficionadas a la nocturnidad y el relajo y el coronel Morales, que
fumaba en pipa cuando se mosqueaba, ordenó que mi cabo fuera expulsado de la
misión y mandado a Puerto Rosario a pagar su culpa con el correspondiente
arresto en la sección de trabajos.
A mí que lo arrestaran me parecía
lógico, era de manual. En La Legión las cosas están muy claras, tú en uso de tu
libertad individual decides darte un homenaje en horas no permitidas, verás
lo que haces pero si te pillan ya sabes que te van a meter un puro y si no te
pillan, tanto mejor, a quién Dios se la dé, San Pedro se la bendiga y hasta la
próxima. Por lo tanto lo del arresto iba en la receta, pero la expulsión de la
misión me parecía una exageración, que al fin y al cabo, más se perdió en Cuba
y venían silbando ¿o era cantando?
Hablé con el cabo que aún no
tenía las ideas muy claras, todavía no había metabolizado el alcohol que había
ingerido y se encontraba el hombre terriblemente sorprendido y muy molesto. Le
escandalizaba profundamente la idea de que un pistolo, los adjetivos los omito,
hubiera tenido los santos cojones (sic) de pararle a la entrada de la base y
cuando le había explicado amablemente al centinela quién era y de dónde venía,
el cabrón había llamado al cabo de guardia y de manera absolutamente
incomprensible para Espinosa, había dado con sus huesos en un calabozo.
Le corté el rollo y le participé
que si el coronel Morales no acababa con él, lo haría yo muy gustoso. Llamé a
Ávila para que procurara que nuestro juerguista particular recuperara un
aspecto que permitiera que fuera visto sin escándalo por cualquiera que fuera
ajeno a la sección y que lo tuviera preparado y listo para formar a la hora de
instrucción, al precio que hiciera falta. Como Espinosa seguía dando la murga
animado por los efectos residuales de las más de quince copas de whisky con
coca cola que debía haber trasegado, aunque empezaba a hacerlo en tono menor,
le amenacé con las penas del infierno si no cerraba esa bocaza que tenía, lo
encomendé al buen hacer de Paco Ávila y... me fui a hablar con el capitán
Romero.
Ya he dicho que tenía un capitán
fantástico y lo repito, Romero me escuchó atentamente, mientras le explicaba lo
que acabo de contarles a ustedes, puso cara de apuro y me dijo que ya había
hablado con el teniente coronel Alonso y no había nada que hacer. Era cosa
hecha, Espinosa debía liar el petate y abandonar la misión. Le pedí permiso
para hablar con el Tcol. y me lo dio, aunque me advirtió que nada iba a
conseguir y añadió que anduviera con ojo
que el teniente coronel tenía un mosqueo considerable a cuenta del asunto. No
me dijo nada, aunque supuse que Marcili le habría dado un buen repaso a cuenta
del comportamiento del cabo de la Austria.
Me fui renegando de Espinosa y
sus malditas ocurrencias hasta el Puesto de Mando de la Bandera. El brigada
Málaga que se ocupaba de la secretaría de mi jefe, me miró con una ligera cara
de guasa, o me lo pareció a mí, cuando le pregunté si el teniente coronel
estaba en su despacho. Estaba claro que los de la Cía Austria éramos la noticia
del día en la bandera. Me informó que efectivamente el Tcol estaba en su
despacho y se encontraba solo. Me acerqué hasta la puerta y pedí permiso para
entrar, el teniente coronel me ordenó que pasara y me preguntó con cara de
pocos amigos qué era lo que me traía hasta su despacho. Le expliqué al Tcol. lo
que pensaba sobre la expulsión de Espinosa, Alonso Marcili me dejó terminar y
me dijo: He hablado con el Coronel Morales y es una decisión tomada, si quieres
hablar con él, tienes mi permiso. Le di las gracias y me despedí
apresuradamente.
Mi teniente coronel, perro viejo
y harto de estar en unidades legionarias me dejó meridianamente claro con la
frase aséptica y formal con la que se expresó que lo de la expulsión le parecía
un castigo desproporcionado y así se lo había expresado al coronel Morales
aunque éste se había negado a reconsiderar su decisión, por lo tanto él no
podía hacer más y si yo creía que podía mejorar la situación hablando con el
coronel de mi Tercio, allá penas, que a pesar de que no creía que sacara nada en claro, que por él
no fuera y que me largara para el Puesto de Mando de la AGT con su permiso y su
bendición in péctore.
En la PLMM de la AGT, me hicieron
sudar un rato, que es lo que mejor saben hacer con los fusileros y me tuvieron
entretenido mientras que uno tras otro me preguntaban que deseaba y me iban
pasando de mano en mano hasta que llegué a la antesala del despacho del coronel
Morales, donde me dejaron solo para que pudiera meditar en soledad, sobre mis
pecados y los de mis subordinados.
El coronel era … muy coronel,
vamos a dejarlo ahí, pero sí quiero señalar que tenía una virtud sobresaliente,
era un tío muy valiente y justo es que lo diga. No tenía la más mínima
esperanza de que reconsiderara su actitud, pero por mí no iba a quedar. Me dije
unas veinte veces que tenía que entrarle al coronel, suavecito como dice la
canción, que me conozco y cuando me mosqueo se me nota muchísimo en el careto y
a los jefes eso les joroba cosa mala. Repasé el esquema de la defensa que
pretendía hacer de la causa de Espinosa una y otra vez aunque en el fondo creía
que no me iba a dejar ni hablar.
Me dijeron que pasara, me puse en
pie, me acomode el uniforme y decidido y con voz clara y potente, pedí permiso
a mi coronel para pasar a su despacho.
Me hizo pasar, me presenté
reglamentariamente mientras me observaba atento. Naturalmente no me ofreció
asiento, digo naturalmente porque esa era su manera de decirme que no sabía
cómo me había atrevido a llegar hasta allí para darle la brasa a cuenta de un
cabo metepatas. Todavía no había sonado el nombre de Espinosa pero estaba claro
que el coronel me estaba diciendo, sin abrir la boca, que no me lo iba a poner
fácil. Firmes, tieso como un palo y con la barbilla señalando al techo se
discursea bastante mal, pero lo hice en cuanto me preguntó cuál era el motivo
de mi presencia, Se lo expliqué y cuando terminé se hizo un pesado silencio en
el despacho.
Mi coronel dejó que
transcurrieran al menos dos minutos antes de abrir la boca. ¿Tú me garantizas
que ese cabo tuyo no va a volver a meter la pata?, me preguntó. Sí mi coronel,
le contesté. Bajé un poco la barbilla y lo vi mirándome pensativo. ¿Crees que
merece la pena que te comprometas por él? Sí mi coronel, volví a contestar.
Bien, dijo el coronel Morales, el
arresto lo tiene que cumplir, tu verás cómo lo administras pero lo cumple, el
escrito llegará a tu compañía y quedará registrado en la documentación del cabo
ese. ¿Quieres algo más? No, mi coronel le contesté apresurado.
Morales me miraba fijamente, en
el fondo de su mirada me pareció que había una chispa de diversión, o quizás
fuera otra cosa. Tampoco me entretuve mucho en mirarle a los ojos, seguro que
llevar a cabo una inspección de pupila de tu coronel debe de estar penado por
las leyes o los usos y costumbres militares. Había terminado con bien, Espinosa
se quedaba en la misión aunque había tenido que empeñar mi palabra de que no
volvería a meter la gamba y eso se lo iba a hacer pagar caro y con intereses.
El coronel me dio permiso para
retirarme, lo hice lo más reglamentariamente posible y salí del edificio de
mando con una sensación de alivio. Ahora me tocaba hacer el recorrido de vuelta
y acercarme hasta mi teniente coronel y después hablar con mi capitán para
darles la noticia.
Justo antes de comer iba a tener
unas palabritas con el amigo Espinosa, a ver si tenía suerte y lo que le decía
le producía un buen dolor de estómago..."
La semana que viene el final de la liga 92/93, una jornada muy accidentada, sobre todo para los que estábamos en Jablanica. No se pierdan.
Comentarios
Publicar un comentario