Somos un país difícil, formado
por gente bronca, tozuda, con fama de tener malas pulgas, mucho más aficionados
a la discusión y la agarrada que al diálogo o el consenso, en el que la
flexibilidad y el talante negociador se
toman como señal de debilidad, cuando no de algo peor y en el que el insulto al
adversario se entiende justificado y ejercicio que, según en qué circunstancias,
se considera hasta honroso.
Esto es lo que hay sálvese quien pueda, somos gente
difícil de convencer, porque tenemos las cosas muy claras, gracias a Dios,
dirían unos o afortunadamente, afirmarían los otros, aquí nadie se equivoca.
Nuestra postura ante cualquier
propuesta que no se corresponda al milímetro con lo que pensamos es el de la
indignación y el exabrupto. Creo que define muy bien como somos lo que sucedió
entre un limpiabotas gaditano y un pastor anglicano, de aquellos que en plan
misionero venían a la tierra de María Santísima allá a finales del siglo XIX, con el afán de conseguir conversos
y vender unas cuantas biblias, que los británicos lo del negocio siempre lo han
tenido muy claro.
El pastor mientras el limpia le lustraba el
calzado, estaba dándole la murga al de Cádiz para que abandonara la fe católica
y se pasara con cepillo, betún y caja, al anglicanismo. Harto de intentar escurrir
el bulto para no molestar al cliente, el limpia le espetó “Mire usted, si yo no
creo en la mía que es la verdadera, como me voy a convertir a la
suya” y se quedó tan ancho.
Un dislate, pero que define
perfectamente cómo funcionamos ante propuestas que signifiquen escuchar algunas
ideas nuevas o un cambio en nuestras costumbres. Entre la incapacidad para aceptar
que, por mucho que nos sorprenda, no estamos en posesión de la verdad absoluta
y ese carácter cainita que de siempre nos ha acompañado, nos hemos
convertido en un pueblo incapaz de empatizar con nadie…que no sea de nuestra
cuerda.
Y ahí tienen ustedes a los
ciudadanos españoles que están que echan las muelas a cuenta de la incapacidad manifestada
por los partidos para conseguir un acuerdo de gobierno que, con una
alacridad sorprendente, se entretienen opinando sobre las perversas costumbres
sexuales de las madres y esposas de los líderes políticos o sobre su falta de
masculinidad o femineidad y el exceso de
cuernos que arrastran, mientras que, aquí somos como somos y a
mucha honra que conste, el 78% de esos ciudadanos que lo menos que piden es la
horca para los diputados y senadores que se están ganando el pan a traición,
afirman que no hubieran cambiado el sentido de su voto, aunque hubieran tenido
la oportunidad de conocer el resultado de las elecciones del 20D antes de ir a
votar.
Así que con estos mimbres a ver quién es capaz de hacer un cesto, ahí
están los Rajoy, Rivera, Iglesias, Garzón y Pedro Sánchez, intentando modular
su mensaje, bueno Pedro Sánchez no, que ese no modula ni una micra y sigue
impertérrito con su discurso que al final va a llevar a la tumba a algún barón
hipertenso. Decía que ahí tienen a todos ellos, que ante la nueva campaña que
se aproxima, se han retocado el maquillaje y entornando los ojitos, desde su
mejor perfil, siguen largando lo mismo pero mejor dicho y se topan con los votantes que les exigen pactos, eso sí sin que ellos tengan que someterse
a la humillación de cambiar el sentido de su voto, que hasta aquí podíamos
llegar.
¡Con un par!
Los votantes estan hastiados de la politica rastrera del pais, la mayoria, ya pasa de politica, pero en estas elecciones que vienen como los votantes estan que arden, no creo pasen tanto, lo malo es: ¿a quien votar?.
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