Legionario en Bosnia 1993. Decimotercera parte.
Hoy es domingo, seguimos en
campaña electoral, pero domingo, así que mejor hablamos de mi libro
y le damos un descanso a la política que tienen que estar ustedes hasta
la coronilla del tema. Un libro titulado "Legionario en Bosnia
1993" que lleva por subtítulo
"Quince relatos cortos de una guerra larga". Cuatrocientas setenta y
tres páginas en las que relato a mi manera, una serie de experiencias que tuve
la oportunidad de vivir, junto a los hombres de la II sección de la compañía
Austria, que encuadrados en la VIII bandera expedicionaria de La Legión,
participamos en Bosnia de la misión encomendada a la AGT Canarias.
Para que se hagan una idea de
cómo es el libro, les dejo un fragmento de uno de los relatos, éste se titula
concretamente "Toreo de salón",
creo que les gustará y les animará a adquirir el libro. Si así lo desean les
basta con clicar en la imagen de la publicación que se encuentra en la columna
a la derecha del texto, exactamente donde dice "Compra Legionario en
Bosnia 1993, aquí" el enlace los llevará hasta la página que les permitirá
comprarlo en Amazón.
Espero que sea así, aquí les dejo
el texto:
"...Era una tarde de tantas en
Mostar, llevábamos desde la mañana en el barrio musulmán. Estábamos ya casi al
final de la misión, así que serían los
primeros días de aquel septiembre del año 1993, sabrán ustedes perdonar la
falta de concreción, pero ya saben que
tengo muy mala memoria para las fechas.
Las circunstancias en Mostar se habían
ido complicando, ya no patrullábamos por la zona croata y nos limitábamos a
hacerlo a lo largo de la calle principal del barrio musulmán y muchas veces
ni siquiera eso. Los musulmanes habían perdido Buna, al sur de Mostar y esa
pérdida había tenido una consecuencia muy importante.
Mientras la Armija había
mantenido al HVO en la ribera oeste del Neretva, los croatas bombardeaban el
barrio musulmán con artillería cuando lo estimaban conveniente o cuando podían,
aunque normalmente lo hacían con morteros medios y pesados. Como debían disparar
sobre una zona que estaba situada a lo largo de la orilla este del río, les
resultaba muy difícil colocar sus granadas en las calles de la parte musulmana
a las que tenían que disparar en una trayectoria prácticamente perpendicular a
éstas.
Con la artillería era totalmente imposible conseguir blancos en la calle
principal por la tensión de la trayectoria de los proyectiles y con los
morteros, a pesar de que el ángulo de
caída de las granadas les permitía buscar la calzada de la calle, resultaba un
blanco muy difícil de conseguir por su escasa superficie y de hecho la mayoría
de los impactos se producían sobre las edificaciones circundantes.
Eso había cambiado radicalmente,
la situación geográfica de Buna, al sur del barrio, les permitía disparar sus
morteros prácticamente de enfilada sobre el barrio musulmán y la zona de caída
de los proyectiles seguía siendo muy estrecha pero era extremadamente larga, ya
que la calle principal del barrio corría de sur a norte, siguiendo una línea
prácticamente recta. Por lo tanto desde que instalaron los morteros pesados
croatas en Buna, el HVO conseguía muchísimos blancos en zonas muy sensibles del
barrio, como era la calle principal por la que los habitantes se tenían que
mover, para ir a buscar los alimentos y el agua que se distribuían al aire
libre.
Los CC.LL Morales y Ato y el Cabo CL Espinosa |
No sé si tendrían razón, pero los
responsables militares preferían tenernos aparcados en las cercanías del
cuartel general de la Brigada 41, con el fin de que los del HVO no les
sacudieran la badana demasiado a cuanta de nuestra proximidad o en unos
soportales de una edificación algo más al norte de la cárcel donde tenían a los
prisioneros croatas, que era donde normalmente nos colocábamos mientras no
patrullábamos, aunque la Armija prefería, como les digo, que no nos moviéramos
porque decían que en cuanto lo hacíamos los del HVO lanzaban dos o tres
descargas de morteros y eso les creaba a ellos y a nosotros muchas
dificultades.
Aquello como de costumbre era
un lío de mucho cuidado, en el que cada
maestrillo tenía su librillo o incluso dos de ellos. Cada jefe de sección se
organizaba como Dios le daba a entender y procuraba cumplimentar su misión de
la mejor manera posible porque todos sabíamos aquello de que en el ejército el
que pregunta se queda de cuadra.
UNPROFOR nos mantenía allí como declaración explícita de la intención de
Kiseljac de no abandonar a los musulmanes de Mostar a su suerte, bajo ningún
concepto.
Pues allí estábamos aparcados
debajo de los soportales los tres BMR de mi sección, el Mercurio de
transmisiones y el BMR ambulancia, incómodos, algo sedientos y esperando la
hora de la próxima patrulla, que había decidido hacer solo con dos BMR, el mío
y el de Arienza.
Bajo los soportales |
Estábamos los jefes de pelotón y
yo mismo, pie a tierra en el hueco que dejaban las proas de mi BMR y el
Mercurio, que permitía el paso a los habitantes de las casas que estaban sobre
nosotros hasta el patio interior, un jardín cuadrado de al menos treinta metros
de lado, desde el que se accedía a las escaleras de sus viviendas. Estábamos
hablando de un rumor que corría como la pólvora entre las aburridas huestes de
UNPROFOR. Fuese a través de la conocida
radio macuto, la hubara de los tercios saharianos o simplemente el tam tam de
la selva, lo cierto es que las noticias llegaban rápidas y desde muy lejos.
La novedad que comentábamos con
fruición era la llegada de un general británico, que en pocos días se había
ganado una fama temible. Decían los que lo conocían o contaban lo que les
habían contado, que el inglés gastaba una mala leche de campeonato mundial y
que ya le había dado más de un disgusto al que había pillado descuidado. Lo
comentábamos con recochineo porque nos constaba que un general de Estado Mayor
no consideraba rentable disparar a algo que estuviera por debajo del rango de
comandante y eso en días de penurias o escasez de piezas, porque lo cierto es
que para un general, los trofeos
aceptables estaban en teniente coronel o coronel y a ser posible diplomados de
Estado Mayor.
Por eso comentábamos jocosos las
historias del británico que causaba pavor en las Planas Mayores de las Unidades
que tenían la mala fortuna de caer bajo su visión y cuidado. Comprendo que era
una postura algo mezquina, pero si tenemos en cuenta las especiales relaciones
que manteníamos con todas las planas mayores, desde la de nuestra unidad,
pasando por la AGT y llegando a Kiseljac, resultaba casi disculpable.
Deberíamos haber recordado aquel viejo dicho que reza que, quien se ríe del
mal de su vecino, el suyo viene por el camino.
Cambiando de tercio, que lo del
general inglés no daba para mucho más, les pregunté a los jefes de pelotón si
todos en la sección habían recibido el mensaje de gratitud de las responsables
de un comedor comunal que intentaban alimentar a muchísimos refugiados y a las
que tras el relevo de la mañana, habíamos llevado medio supermercado que con el
dinero de todos los miembros de la sección habíamos comprado en Metkovic. Me
confirmaron que sí y les estaba explicando que me sabía muy mal que no hubieran
podido ver la cara de aquella gente y su alegría, gracias a la generosidad de
los legías, cuando el de puesto me avisó que venía un BMR escoltado por dos
VEC,s. de Caballería y eso solo podía significar que el que se acercaba era el coronel Morales.
Salimos a toda pastilla, yo a la
calle con el centinela mientras apresuradamente me ponía el casco y los jefes
de pelotón a advertir a todo el mundo que estuvieran atentos que el “gospodin”
Morales había decidido honrarnos con su presencia, honor que agradecíamos
porque éramos gente muy subordinada, pero que en aras del compañerismo
hubiéramos preferido que en lugar de nosotros lo disfrutara cualquiera de
nuestros compañeros, los que nos relevarían mañana, por ejemplo. Que al fin y
al cabo el coronel, lo era de nuestro Tercio y por lo tanto con nosotros estaba
más que cumplido y era mucho mejor que dedicara su atención a las gentes que no
mandaba fuera de la AGT.
Me aparté un poco para que
pudieran montar el numerito que ejecutaban normalmente entre el blindado del
jefe y su escolta y por fin vi bajar del
BMR al coronel Morales, que en la zona de Bosnia por la que anduvimos, era
conocido como el gospodin Morales, a Mirko
su intérprete favorito y… a un general británico. Un escalofrío me
recorrió la espalda, ahora sí que la habíamos encharcado, lo del coronel, pues
vale, pero además con el general del que habíamos estado hablando ya era como
para echarse a llorar.
Mandé firmes, me volví para
comprobar que mi gente estaba a lo que tenía que estar y pude ver en cada
escotilla un legionario de puesto y el resto al pie de los vehículos más tiesos
que una vela. Le di la novedad al espacio intermedio que había entre el general
y mi coronel y que así ellos decidieran a quien se la había dado.El coronel se
me acercó y me ofreció la mano, se la estreché y me preguntó que cómo iban las
cosas y por qué tenía un despliegue tan poco ortodoxo.
El Coronel Morales |
Le expliqué que estábamos bajo
los soportales porque la Armija lo prefería y le comenté el sistema de
patrullas que seguíamos, que no le gustó nada de nada. Mientras me explicaba,
Mirko (DEP) me miraba atentamente. Hacía unos meses tuve que cortarle las alas
en una situación difícil en la que había decidido traducir muy, pero que muy
libremente, lo que yo le pedía le dijera a un hijo de mala madre que estaba en
un check point situado a menos de un kilómetro de donde estábamos. Como era
intérprete de los mandos de la AGT le supo muy mal que un teniente, él decía
que era capitán, le lavara la cara,
bueno pues ahora disfrutaba del repaso que me estaba dando mi coronel, que
tenía decididamente cara de pocos amigos.
Me escuchó con la cabeza
ladeada, como era bajito así evitaba
mirar hacia arriba, adoptaba una postura que me recordaba como miran las aves y
cuando acabé de dar las explicaciones, secamente me dijo que me presentara al
general. Lo hice y él tradujo, hay que decir que el coronel hablaba muy bien
inglés, así que por ahí no íbamos a tener problemas de comprensión, aunque le
costó un poco que el británico entendiera lo de compañía Austria, por fin se
dio por enterado y me dio la mano.
No había buen rollo, o, como
hablamos de un hijo de la Gran Bretaña, no había feeling entre Morales y el
inglés se notaba a la legua, me preguntó si llevaba tiempo haciendo misiones en
Mostar, le contesté que desde el mes de abril e inmediatamente comenzó algo que
desde luego se parecía mucho más a un interrogatorio que a una charla con
un subordinado.
Les voy a contar un secreto por
si alguna vez, nunca se sabe, se reencarnan ustedes en un militar, para que
sepan cómo van las cosas en ese gremio. Si topan ustedes con un jefe, que no le
importa nada la opinión del subordinado sobre la situación, ni siquiera para
discutirla y se limita a preguntar por cifras, digan ustedes que han topado con
un tipo que está loco por pillarles en un renuncio.
Me dio la impresión, en aquel
momento y ahora cuando lo rememoro para ustedes, que el general estaba loco por
darle una buena patada a Morales, aunque para hacerlo se viera obligado a
patear mi triste trasero de teniente. Así que pensé que o espabilaba o ya podía darme por follado y
ustedes sabrán perdonar la manera de señalar, pero tenía claro que si el
británico conseguía arrinconarme y me pasaba por encima, el Coronel
Morales no me lo iba a perdonar en la
vida, que les parecerá a ustedes injusto, aunque yo lo comprendía
perfectamente.
Morales era muy suyo, no era
demasiado simpático, al menos nunca lo había sido conmigo, era exigente, quería
las cosas para ayer, pero a mí me caía bien por una cosa muy importante, era un
tío valiente y echado p’alante y con eso a mí me tenía ganado, no crean ustedes
que lo del valor es una virtud que se dé con demasiada frecuencia.
Así que por salvar mi pellejo y
porque me jodía que un general, del que no sabía ni de dónde venía, nos lavara
la cara a mi coronel y a mí mismo, decidí que de perdidos al río y que ya podía
preguntar lo que preguntara que yo le iba a contestar, al fin y al cabo seguro
que el de Kiseljac me interrogaba sobre cosas cuya realidad desconocía.
Así que mientras me preguntaba,
el número de refugiados, de dónde habían venido, el número de heridos, las
enfermedades más comunes en la zona, el armamento que disponían, el tipo,
calibres, número, etc., etc., etc. Yo contestaba mirándolo a los ojos, en voz
alta, clara y en tono sereno y pausado.
Morales por dos veces titubeó, lo
que me decía a las claras, que yo había
colado alguna cifra que no cuadraba con las suyas pero seguía traduciendo y
parecía estar menos rígido que al comienzo del interrogatorio.
El general seguía preguntando y
habíamos llegado al número de lanzamientos de comida de los americanos, el
número de comedores comunales, cuantos refugiados comían en cada comedor y yo
seguía contestando/inventando, porque unas cosas las sabía y otras no y de
golpe, la divina Providencia debió iluminar al general que tenía cara de
anglicano y que me preguntó muy serio si sabía lo que comían los refugiados en
los comedores comunales.
La receta del comedor comunal |
Siempre he dicho que Dios
protege
a los tontos y por eso me considero extremadamente protegido, cuando me hizo la
pregunta, tras agradecer fervorosamente a la Providencia habérsela inspirado,
contesté lentamente.
― Eso no lo sé, mi general...
Morales impertérrito tradujo y
cuando el hijo de la pérfida Albión comenzó a sonreír, continué
―…De memoria, con su permiso... ―
me llevé la mano al bolsillo superior y
saqué una libretita, que aún conservo y que he fotografiado para ustedes y pasé
a leerle la receta del plato, con expresión de sus componentes, pesos y
medidas, que esa mañana me había dado por copiar en el comedor al que habíamos
llevado la comida que compramos en Metkovic.
El inglés tendría el aplomo y la
flema que se asegura tienen los anglosajones, pero no puedo evitar que un rubor
considerable le cubriera el rostro. Miró para Morales y le anunció que quería
irse.
El coronel me lo dijo, me despedí
del espacio que les separaba a los dos, porque no sabía exactamente de quién
debía despedirme, así que utilicé una frase sin tratamiento ni empleo
― ¿Ordena alguna cosa para la
sección?
Morales me miró, el coronel era
un lince así que sabía perfectamente que yo había estado toreando al general.
Seguro que me apuntó en la lista de los que no se podía confiar demasiado,
anduvo dos pasos tras el inglés, pero se volvió y me dijo
― Gracias Rives.
Lo que le agradecí en el alma.
Cuando arrancaron el sargento 1º
Ávila se me acercó ― Ha habido suerte, eh mi teniente.
Le sonreí ― Pues sí Ávila hemos
quedado bien, hoy el inglés no ha hecho carne, ya se sabe que topar con la
compañía Austria es una experiencia
difícil, ese ya la tiene.
― ¿Le preguntaba muchas cosas,
verdad mi teniente?
― Pues sí, pero se ha ido con
todas las respuestas, las que esperaba y las que no. Me voy a dar una vuelta
hacia la estación de guaguas, tú te quedas aquí con el Mercurio y la
ambulancia.
Pensé que torear de salón tenía más dificultades de lo que a primera
vista parece y cansa mucho más de lo que uno pudiera pensar. Pero bien está lo
que bien acaba, bueno eso sería si el coronel Morales no me llamaba a
Medjugorje para leerme la cartilla.
Aunque no lo creía, me dio la impresión que
el gospodin se había ido satisfecho, sin
embargo, ya saben eso de prevenir antes que curar, así que tomé la firme decisión de evitar encontrarme con él por
todos los medios a mi alcance, al menos durante el próximo mes, que sabido es
que del superior y del mulo, cuanto más lejos más seguro..."
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