El alcalde de Celebici la lía (III Entrega)
Hoy víspera de la festividad de
Santiago, Patrón de España y de la Caballería española, es domingo y por tanto toca
hablar de "Legionario en Bosnia
1993" un libro que publiqué ya hace
tiempo que se subtitula "Quince relatos cortos de una guerra larga".
Cuatrocientas setenta y tres páginas en las que relato a mi manera, una serie
de experiencias que tuve la oportunidad de vivir, junto a los hombres de la II
sección de la compañía Austria, que encuadrados en la VIII bandera
expedicionaria de La Legión, participamos en Bosnia de la misión encomendada a
la AGT Canarias.
Para que se hagan una idea de
cómo es el libro, les dejo la tercera parte de uno de los relatos, que se
titula concretamente "El alcalde de
Celebici la lía", creo que les gustará – yo que voy a decir - y les
animará a adquirir el libro. Si así lo desean les basta con clicar en la imagen
de la publicación que se encuentra en la columna a la derecha del texto,
exactamente donde dice "Compra Legionario en Bosnia 1993, aquí" el
enlace los llevará hasta la página que les permitirá comprarlo en Amazón.
Espero que sea así, aquí les dejo
el texto:
“…El domingo pasado les dejaba a
ustedes cuando estábamos ya a la vista
de Celebici, nos quedaban muy pocos minutos para llegar hasta el puente de la
discordia. Le pedí a Guerra que comprobara el enlace de los 77 con el resto de
la columna y que cuando acabara, ocupara su posición en la escotilla trasera
del BMR; mientras el cabo 1º llevaba a cabo su labor, ordené a la columna
aminorar la marcha y dejar algo más de distancia entre vehículos. El intérprete
permanecía atento a lo que sucedía y parecía estar tranquilo. Personalmente
notaba como la adrenalina comenzaba a invadir mi torrente sanguíneo, mis
pulsaciones no se habían acelerado, pero mi cuerpo advertía mejor que yo mismo
que me enfrentaba a un peligro inminente y se estaba preparando.
Enseguida estuvimos muy cerca del
puente, extrañamente se veía bastante gente sobre él y entre ellos destacaba el
“comité de bienvenida” que se encontraban en la misma entrada del puente, cuyos
componentes desde lejos nos hacían señas para que nos detuviéramos. Me
encomendé a todos los santos del cielo, a los que rogué que no permitieran que
Morales se llevara a ninguno de ellos por delante y a través de la línea
interna le indiqué lo que teníamos que hacer.
― Morales vete aflojando como si
fueras a parar delante de los tres payasos que están ahí delante en el
centro de la carretera, acércate a ellos aminorando la velocidad, ojo que
tenemos que hacerlo muy lentamente. Tienen que creer que nos vamos a detener y cuando llegues hasta ellos sigues, sin
acelerar, pero sigues muy despacio y te detienes unos cinco metros más
adelante. Montas el numerito, como si fuera uno de esos despistes tuyos que
tan famoso te han hecho en Bosnia, pero hay que hacerlo de manera que parezca
que queríamos detenernos y que nos hemos ido un poco largos accidentalmente.
Me contestó que estuviera
tranquilo y efectivamente llevó la maniobra a cabo con una perfección absoluta.
Los tres bosnios que vieron que aminorábamos la velocidad hasta casi detenernos
se confiaron y cuando vieron que el BMR se los llevaba puestos, se apartaron
sobresaltados, mientras que muy cabreados nos gritaban que nos detuviéramos, lo
que hicimos cuando ya estábamos dentro del puente. Mientras venían a la carrera
hacia nosotros, oí como Guerra ordenaba a Ascanio, nuestro tirador selecto, que
estuviera al loro y vigilara la retaguardia y la zona de la izquierda de la carretera.
Los tres musulmanes venían como
tiros, haciéndonos gestos de que echáramos marcha atrás. Me volví y les saludé
con la mano sonriendo como si no pasara nada. Saqué mi paquete de tabaco del
bolsillo y mientras ya los teníamos prácticamente encima le ofrecí un
cigarrillo al intérprete que me miraba entre sorprendido e interrogante, pero
que lo aceptó y nos pusimos a fumar plácidamente, mientras los tres milicianos
se acercaban hasta el costado en el que me encontraba para exigirme muy
excitados que saliera del puente.
Me encogí de hombros mientras les
decía “jednostavno, nema problema”, que en croata significa más o menos que
tranquilos que no hay problema y le pedí al intérprete que los llamara para
que pasaran a su costado. Como insistían
en darme la bronca, saqué a relucir el poco croata que conocía y añadí,
mientras me encogía de hombros, “ne razumijem” lo que venía a decir que no les
entendía. Para reforzar la actuación les volví la espalda y me agaché un poco
como si estuviera haciendo algo dentro del vehículo.
Dos picaron y pasaron frente al
BMR para hablar con el intérprete, pero el otro se quedó pegado al costado del
BMR. De inmediato Guerra le advirtió a Ascanio de la circunstancia para que
estuviera atento y lo controlara por si la cosa se liaba. Entretanto los bosnios le estaban metiendo
una bronca del quince al intérprete. Me acerqué al costado izquierdo de la
escotilla para poderlos ver y para que me vieran, mientras levantaba la mano
pidiendo silencio.
El intérprete me advirtió que
estaban muy cabreados y que querían que retrocediéramos inmediatamente hasta
salir del puente. ― Ni caso ― dije ―diles que traigo un mensaje del jefe
supremo de UNPROFOR para su alcalde y que es urgente que hable con él. Que
vayan a avisarle porque es muy
importante, insísteles en que nos manda el jefe de UNPROFOR.
Trasladó lo que yo le había dicho
y escuchó a los bosnios que contestaron rápidamente ― Que les demos el
mensaje y ellos se encargarán de
trasladárselo―. Me dijo el intérprete.
Miré al traductor con fingido
asombro y le dije muy lentamente ― Diles que no saben con quién están hablando.
Que los mensajes del jefe de las fuerzas de UN, sólo se dan al interesado, así
que el alcalde haga el favor de venir urgentemente, porque lo que tengo que
decirle le interesa mucho a su jefe.
Los dos milicianos se apartaron
del vehículo y en voz baja discutieron animadamente, al final uno de ellos se
dirigió hacia la salida del puente y el otro nos dijo que iban a dar el recado
a su jefe, pero que por favor que nos retiráramos del puente.
Le contesté a través de nuestro
traductor que de allí no me movía ni un milímetro, hasta que hablara con el
alcalde y que esperaría. Para demostrar que no tenía prisa me senté en la parte
exterior del vehículo sobre la tapa de la escotilla, puse los pies en el borde
delantero de la misma y me puse a admirar el paisaje humano que podía ver sobre
el puente mientras fumaba afectando una tranquilidad que no tenía. Al bosnio le
sentó el gesto como una patada en el hígado y nos soltó una retahíla bastante
larga.
Yo ni miraba al tipo, pero
pregunté ― ¿Qué dice?
No sé yo si el intérprete habría leído a
nuestros clásicos del Siglo de Oro, pero me contestó con una brevedad, que
irremediablemente me recordó aquello de Baltasar Gracián de “Lo bueno, si
breve, dos veces bueno”. Se limitó a
decir ― Nos insulta.
Mientras esperaba al alcalde
estaba echándole un vistazo al puente y a la gente que se veía en él. Parecía
una romería, no sé cómo serán las romerías musulmanas, pero en el puente había
de todo. Sentados en el bordillo había mujeres, niños y ancianos observando
interesados el espectáculo, en mitad de la calzada se podía ver alguna
pareja compuesta de mujer joven con
bebé en brazos y miliciano con kalashnikov, había niños corriendo a su aire,
tres o cuatro jovencitas en estado de merecer
y más al fondo pude ver cómo iba llegando gente armada. Me volví hacia
mi gente y pude ver a Ávila que nos observaba, me agaché y por el 77 le dije
que todo andaba bien, pero que había que estar atento a lo que sucediera, que
ahora era cuando podían complicarse las cosas.
Mientras esperábamos al puñetero
alcalde se nos acercó de frente un tipo vestido totalmente de negro disfrazado
de sheriff de spaguetti western, con su sombrero vaquero y su kalashnikov, que
se dedicó a gritarnos y hacernos gestos para que nos fuéramos. No le pregunté
qué decía al intérprete ni él consideró necesario decírmelo, estaba tan claro
que estaba repasando las supuestas costumbres sexuales de nuestras señoras
madres, que no merecía la pena saberlo. Además y para no faltar a alguna
costumbre ancestral que practicaban entusiasmados croatas y musulmanes, me
encañonaba de vez en cuando, a la vez que hacía gestos de que nos iba a
disparar.
La voz de un legía desde el interior del BMR me advirtió
que Ávila avisaba que al final del puente estaban desplegando unos veinte
milicianos, pero que no avanzaban. Por la línea interna llamé al Metralla y le
pregunté si los veía. ― Afirmativo mi teniente ― me dijo.
― Metralla, en cuanto te dé la
orden de fuego quiero que me barras del puente a esa gente, que no quede ni uno,
pero antes le metes una ráfaga de 12,70 al
payaso ese vestido de vaquero.
Ese por lo que más quieras que no se escape.
― Tranquilo mi teniente que el
cabrón ese no se me va, que a mí también me tiene hasta los mismísimos cojones
― me contestó el cabo bastante más rotundo que yo.
Cabeceé mientras reprimía una
sonrisa ― No es eso Metralla o no es solo eso, si te fijas verás que el tipo
debajo de su chaleco lleva dos granadas de mano. Si se lía no quiero a un tipo
con granadas de mano tan cerca del BMR.
― Recibido mi teniente― contestó
el Metralla al que repentinamente le
había dado por respetar la disciplina de transmisiones.
Más tranquilo, que estos detalles
consuelan mucho aunque suenen regular, por la red de sección le pregunté a Arienza si tenía gente armada cerca de su
vehículo, me contestó que no había novedad, por allí no había aparecido
miliciano alguno y estaban tranquilos y alerta.
Hacía calor y tenía sed, eché
mano de la cantimplora y se la ofrecí al intérprete que sudaba bajo el sol y el
casco azul. Sonrió y se dio un buen par de tragos de agua, tras él bebí yo.
Noté algo raro a mi espalda y al volverme vi a Ascanio que con cara de
cachondeo me hacía señas moviendo levemente la bocacha del fusil arriba y
abajo. Como vio que no me enteraba, me señaló con la barbilla a mi costado, me
asomé con precaución y allí estaba el tercero de los musulmanes apoyado en el
BMR con los ojos cerrados. O estaba meditando, cuestión que se me hacía cuesta
arriba creer o haciendo la siesta del carnero, que la del canónigo estaba claro
que no podía ser, por aquello de la falta de sintonía religiosa.
Miré a Ascanio y le sonreí, me
asomé por el costado del BMR a la vez que daba una palmada sobre la chapa del
blindaje. El pobre musulmán dio un bote espectacular, miró a su alrededor algo
desorientado y cuando se recuperó me miró con rabia. Yo muy serio le ofrecí un
cigarrillo. Fue mano de santo, musulmán, que por eso no vamos a discutir, pero
como digo fue mano de santo, de la ira pasó a la sonrisa y se hizo con el
cigarrillo a una velocidad de vértigo y con la misma prontitud lo hizo
desaparecer en un bolsillo de su chaleco mimetizado.
Vi llegar hasta nosotros al
musulmán que había ido a dar el recado, acompañado por un tipo que no podía ser
el alcalde, porque si éste era padre de
un joven con edad para combatir, el que venía no pasaba de treinta y cinco
años. Se acercó hasta el costado del
blindado y saludó educadamente, siguió hablando y ahí ya me perdí, pero el tono
parecía cortés y nada amenazador.
El intérprete miró hacia mí y le
dijo ― Dice que es el segundo en el mando, que en este momento al jefe le
resulta imposible venir tal y como sería su deseo y por eso lo ha mandado a él
para recoger el mensaje. Miré al joven - que aunque educado, mirado de cerca
tenía cara de malo de película, me recordaba uno de esos oficiales malísimos de
las SS, con las gafas redondas, el pelo muy corto cortado al cepillo y los ojos
claros - mientras decía ― Dile al gafitas que no tenemos prisa, que tengo orden
del jefe supremo de UNPROFOR de dar el mensaje personalmente al alcalde de Celebici
y eso es lo que voy a hacer ―
El intérprete asintió, levanté la
mano para indicarle que no había terminado ―. Que le diga a su jefe que me
parece una muy mala medida ignorarnos y que si tarda mucho en venir, el asunto puede pasar de las manos de UNPROFOR
a las del IV Cuerpo de Ejército de la Armija y eso no le iba a gustar a nadie.
El musulmán con cara de nazi escuchó atentamente la traducción, puso mala cara,
dio media vuelta y volvió por donde había venido.
Oí a Guerra que se reía ― Los
tiene usted cuadrados mi teniente, le ha metido un ascenso al comandante Cora
de no te menees, nada menos que jefe supremo de UNPROFOR, se va a alegrar mucho
cuando se entere.
― Tranquilo Guerra que jamás un ascenso aunque sea imaginario, ha matado a alguien y además el comandante no se va a enterar de este detalle. Lo importante es que estos se lo crean y venga el alcalde de una vez, a ver si acabamos, que ya estoy un poco harto de aguantar al capullo ese del sombrero vaquero a quien Dios confunda.
― Tranquilo Guerra que jamás un ascenso aunque sea imaginario, ha matado a alguien y además el comandante no se va a enterar de este detalle. Lo importante es que estos se lo crean y venga el alcalde de una vez, a ver si acabamos, que ya estoy un poco harto de aguantar al capullo ese del sombrero vaquero a quien Dios confunda.
Guerra que era un pragmático de
manual me contestó ― Coño mi teniente si le mosquea tanto, no lo mire y ya está.
Me reí ―
Tienes razón Guerra, ahora viene lo difícil, toca esperar…”
Estaba convencido que el presente
relato iba a constar de tres entregas, pero no he sabido hacerlo, así que el
domingo que viene lo remataremos con la cuarta entrega. Espero que a
ustedes les quede paciencia y sobre todo
ganas de leer.
Fotografías:
1.- Un carro de combate que se utilizó en los combates de la zona.
2.- El paisaje en las cercanías de Celebici.
3.- Una campesina violada durante los combates.
4.- Prisioneros del Campo de Prisioneros de Celebici.
Es una pena que la versión e-book, que es la que compré, prescinda de estas fotografías tan esclarecedoras.
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