Hoy despedimos al mes de julio y
es domingo, vamos a celebrar ambas circunstancias dejando de lado los bloqueos a los
pactos de gobierno y demás miserias políticas y les voy a contar un cuento
sobre un bloqueo, pero de los de verdad que relato en mi libro "Legionario
en Bosnia 1993" un libro que
publiqué ya hace tiempo que se subtitula "Quince relatos cortos de una
guerra larga". Cuatrocientas setenta y tres páginas en las que relato a mi
manera, una serie de experiencias que tuve la oportunidad de vivir, junto a los
hombres de la II sección de la compañía Austria, que encuadrados en la VIII
bandera expedicionaria de La Legión, participamos en Bosnia de la misión
encomendada a la AGT Canarias.
Para que se hagan una idea de cómo es el libro, les dejo la cuarta y
última parte de uno de los relatos, que se titula concretamente "El alcalde de Celebici la lía", un
relato que, como decía trata del bloqueo que montó el alcalde de
Celebici para cerrar la “Via de los españoles” que permitía que llegara hasta
Sarajevo la ayuda humanitaria. El angelito decidió minar el puente y allá que
fuimos por ver de solucionar el asunto. Creo que les gustará – yo que voy a
decir - y les animará a adquirir el libro. Si
así lo desean les basta con clicar en la imagen de la publicación que se
encuentra en la columna a la derecha del texto, exactamente donde dice
"Compra Legionario en Bosnia 1993, aquí" el enlace los llevará hasta
la página que les permitirá comprarlo en Amazón.
Espero que sea así, aquí les dejo
el texto:
“…Ahí estábamos, bajo un sol de
justicia con el BMR “aparcado” sobre un
puente en el que los musulmanes de la aldea habían colocado unas cargas para
volarlo si su jefe así decidía hacerlo. Estábamos esperando al alcalde al que
habían ido a buscar por segunda vez.
Me volví para mirar hacia el BMR de Ávila
y vi cómo Usero relevaba en la escotilla trasera al tirador selecto del pelotón.
Me pareció bien, Usero era de fiar, un tío grandón, tranquilo, serio, leal y
trabajador, de Barcelona creo recordar, muy cumplidor y que además tenía una
puntería más que decente. En la 5ª Cía., que era la compañía que estaba a mi
mando en la VII Bandera y de la que provenían los cabos y legionarios de mi
sección, Usero estaba destinado en la Sección de Reconocimiento y se llevaba
francamente bien con Ávila que era su jefe en el Pelotón de Exploradores.
Me di cuenta que debía haber
tenido presente ese detalle, llevábamos ya un par de horas a pie firme y
Ascanio, Guerra y el intérprete se merecían un descanso. Se lo dije a Guerra
que de inmediato pegó dos voces dirigidas al interior del BMR y relevó al tirador de la escotilla trasera en un
santiamén. Con más calma le indiqué al intérprete que se sentara en el interior
del vehículo, descansara y comiera algo, si lo necesitaba ya lo llamaría. Me
dio las gracias y desapareció ipso facto; se había portado bien y había llevado
a cabo la traducción muy eficazmente, lo que era de agradecer.
Guerra apareció a mi lado en la
escotilla, traía una botella de agua fresca y me ofreció un pudingo, una
especie de yogur, se lo agradecí porque tenía hambre.
― ¿Has comido? ― le pregunté.
― Sí mi teniente, los legías se
han traído un montón de cosas del desayuno, el paisano ese de la legión
francesa se está comiendo ya su segundo bocata y está encantado de la vida.
Todo va bien.
Me miró mientras yo le daba un
trago larguísimo a la botella de agua que todavía estaba fresca, a continuación
saqué la cuchara del cubierto de campaña y me dispuse a atacar al pudingo que,
lo recuerdo perfectamente, era de frutas del bosque. Lo sé porque no me gustaba,
tenía un sabor particular que me desagradaba, pero no dejé ni para las
hormigas.
Oí a Guerra que me decía ― ¿Cómo
ve las cosas mi teniente?
― No sé qué decirte Guerra, si viene el alcalde será
una cosa y si se empeña en tenernos aquí hasta la noche puede ser otra, pero yo
creo que les vamos a meter las cabras en el corral, estos bosnios no saben con
quien se están jugando los cuartos. Me parece que si las cosas salen como
pienso, los vamos a llevar al jardín ―.
Me agaché y dejé el envase del
pudingo en una bolsa de basura que llevábamos en cada vehículo para no dejar
restos atrás y chupé cuidadosamente la cuchara para limpiarla.
― Pero independientemente de lo
que crea ― continué ― ahora mismo hay que tener mucho cuidado y evitar que el personal se relaje, que se ponen a comer y eso les da una falsa sensación de
seguridad. La gente sin darse cuenta baja la guardia y eso no es bueno, que ya sabes que lo que no pasa en un año pasa en un segundo y esta especie de calma
me tiene mosca.
Llamé por radio a la sección para
advertir de ese extremo. Miré a mí alrededor, en la otra entrada del puente
pude ver al grupo de milicianos, estaban sentados y no daban la impresión de
estar preparando nada que nos pudiera preocupar. Se acercaba la hora de comer,
así que los civiles que todavía se estaban gozando el espectáculo, se irían
pronto a su casa suponiendo que tuvieran algo que llevarse a la boca, que esa
era otra. Los tres milicianos bosnios que estaban a cargo de la carretera
cuando llegamos, habían desaparecido. Sólo quedaba el vaquero de las narices que
agotado, afónico y sudoroso, se había sentado en el bordillo de la
carretera y nos miraba con cara de mala
leche, mientras se abanicaba con su sombrero vaquero.
Por mi retaguardia y del lado
izquierdo de mi BMR vi llegar a un grupito de gente, venían nuestros viejos
conocidos los tres milicianos del puente, el musulmán joven con el que ya había
hablado y un tipo de estatura mediana, fuerte, barrigón, de unos 60 años, pelo
blanco bien peinado y un bigote sorprendentemente negro, supongo que a juego con
el color de su alma y que forzosamente, tenía que ser el alcalde que nos
llevaba por la calle de la amargura desde antes de que saliéramos de Jablanica.
A la cintura llevaba una Makarov de 9 mm o su copia yugoslava, pero esa era la
única arma que yo alcanzaba a ver.
Se acercó por el lado del
intérprete carraspeó y saludó. Le contesté al saludo y antes de poder decir
algo, el alcalde soltó una parrafada en tono de enfado.
― Dice que debemos salir del puente
inmediatamente, que con nuestra presencia aquí estamos desobedeciendo a las
autoridades de la zona ― me soltó nuestro intérprete. Yo no prestaba mucha
atención a lo que me decía, porque mientras me traducía la perorata del
musulmán, el ayudante del alcalde se había acercado hasta él y le había dado un dispositivo
pirotécnico que a mí me pareció un M-60 americano que servía para encender la
mecha que saliendo de su mano se perdía por la barandilla del
puente.
Bueno ya sabíamos todos a que
jugábamos, el tipo tenía en la mano un encendedor pirotécnico con el que
simplemente liberando una anilla provocaría la iniciación de la mecha. No era
una buena noticia, pero podía ser peor si el iniciador fuera de los eléctricos,
que de usarse provocaría la explosión de las cargas de manera prácticamente
instantánea. Con el que tenía en la mano, si prendía la mecha tardaría casi
cuatro minutos en provocar la explosión. Claro que, que a lo peor el iniciador
que tenía el alcalde en la mano era un bluf y fuera de nuestra vista había un
tipo con un iniciador eléctrico listo para volarnos a todos sin previo aviso.
Sobre el iniciador no podía hacer
nada y a pesar de que si lo que pretendía era asustarnos, al menos en mi caso
lo había conseguido, no tenía otra salida que afectar tranquilidad y dedicarme
a convencer al alcalde para que levantara el minado del puente y permitiera el
paso a los vehículos. Estaba claro que pretendía atemorizarnos, en su
mentalidad de combatiente irregular debía pensar que si lo lograba nos retiraríamos. No sabía que
aunque estuviéramos asustados no nos
íbamos a ir de allí. Por mucho miedo que nos diera la posibilidad de la
voladura del puente, íbamos a permanecer
en él hasta recibir orden en contrario.
Mientras eso pasaba, Morales por
la línea interna me avisó que los milicianos estaban retirando a los civiles
del puente y eso era una muy mala señal. Estaba claro que entendían que la cosa
podía degenerar en tiroteo y no querían que su gente saliera herida, la verdad se
nos estaba amontonando el trabajo.
Avisé por radio a la sección de la
circunstancia, me volví hacia Guerra y tiré de él, para que se me acercara y ni
el intérprete pudiera escuchar lo que le dijera. Me incliné y al oído le dije ―
Guerra si esto se lía, en cuanto suene el primer disparo te ventilas al alcalde
y al tipo ese de las gafitas, esos que no se escapen bajo ningún concepto.
Guerra me miró, mientras una
sonrisa beatífica iluminaba su rostro ― ¿De verdad mi teniente?―, me preguntó
con la cara de un hombre que con sorpresa ve cómo se hacen realidad sus sueños
más queridos.
― De verdad Guerra.
― Eso está hecho mi teniente―. Me
desentendí del asunto, sabía que si se complicaban las cosas el alcalde y su
ayudante se iban a quedar para siempre en ese maldito puente.
Me volví hacia el intérprete y le
expliqué que necesitaba que me tradujera de la manera más precisa. Mientras,
oía al segundo del alcalde que estaba dándonos la bronca. Tenía unas ganas
locas de echar un trago de agua y fumar un cigarrillo, pero estaba claro que no
podía hacerlo.
Le expliqué al alcalde que no
veía lo que estaba sucediendo de un modo correcto. Yo estaba allí para ayudarle a deshacer el jaleo que había organizado. Le expliqué que los mandos de
UNPROFOR conocían su trabajo como combatiente y sabían que era un hombre valeroso y por lo tanto respetaban ese valor,
por eso estaba yo allí y no habían puesto todavía el asunto en manos de la
Armija.
Al oír nombrar a la Armija el
alcalde no puedo reprimir una mueca de desagrado, así que la cosa iba por buen
camino. Continué pidiéndole que reflexionara sobre las consecuencias de su
acción. UNPROFOR lo conocía y sabía de su importancia en la zona como jefe
militar y sus mandos estaban dispuestos a hacer lo que pudieran por su hijo,
pero debía entender que no se puede negociar con quién te pide un favor
mientras te apunta a la cabeza con una
pistola.
Insistió en que hasta que no
tuviera noticias sobre su hijo la carretera seguiría cerrada. Le contesté que
eso le iba a resultar imposible, porque la Armija estaba muy molesta con la
medida adoptada ya que con su decisión impedía la llegada de alimentos y el
resto de la ayuda humanitaria a Sarajevo. Nosotros habíamos venido a hablar,
pero igual los del IV Cuerpo de Ejército se acercaban hasta Celebici, hablaban menos y hacían más.
El alcalde y su segundo se
miraron, parecía que el camino a seguir era amenazarle con la Armija, insistí
en el tema; para rematar hablando de su hijo, un combatiente musulmán que
estaba dispuesto a dejar la vida por la causa de los musulmanes de Bosnia, que
seguro no estaría de acuerdo en que su padre perjudicara las expectativas de los combatientes en
Sarajevo.
Parecía algo inquieto y
encomendándome a todos los santos, gasté el último cartucho que tenía en mente.
Le dije que yo era padre y creyente, que como padre entendía lo doloroso de su situación, pero creía y suponía que él
también, que todos estábamos en manos de Dios. Lo de su hijo estaba
exclusivamente en las manos de Dios.
El tono de la discusión cambió,
le aseguré que UNPROFOR haría lo que estuviera en sus manos para buscar a su
hijo, pero únicamente accedería a hacerlo con el puente abierto. Todavía se
negaba, pero estaba regateando. Una hora después accedió a levantar el bloqueo
de la carretera, pero se negaba a retirar los explosivos del puente, le volví a
amenazar con la Armija y por fin cedió y aseguró que retiraría los explosivos.
Hablé con el Mercurio – el
vehículo de Transmisiones que nos aseguraba el enlace con Jablanica - para que
transmitiera esa noticia al destacamento y que les advirtiera que me quedaba
para comprobar in situ, que efectivamente se retiraban las cargas del puente.
Al poco rato se me ordenó replegarme de manera inmediata a Jablanica.
Le dije
al alcalde que como gesto de buena voluntad UNPROFOR me ordenaba
retirarme, le di las gracias por su
comprensión y le deseé toda la suerte del mundo con lo de su hijo. Me aseguró
que iban a comenzar el desminado y en un par de horas la carretera estaría
libre.
Personalmente no entendía nada,
pero desde luego si se me ordenaba volver a Jablanica no me iba a poner a
discutir. Advertí a la sección que
volvíamos al destacamento y me encomendé fervorosamente a todos los santos,
porque ahora había que ver cómo Morales le daba la media vuelta al BMR sin que
cayéramos del puente.
Me despedí del alcalde y mientras
Morales nos ponía los pelos de punta con sus maniobras, pude ver al cabrón
vestido de vaquero que nos miraba con la misma expresión que tendría un buitre
al que por sorpresa le arrebatan el apetitoso cadáver de una cabra.
Nunca supe a qué se debió la
orden de retirarnos de la zona, pero el asunto se resolvió bien. La carretera
permaneció abierta, la ayuda humanitaria circuló libremente por ella y al poco
tiempo al alcalde, que ya sabía que a su hijo se lo habían cargado los croatas,
lo engañaron para que fuera a Konjic para hablar de asunto militares con la
Armija y jamás se volvió a saber de él, ni de su escolta.
Aliviados - aunque hablo sólo por
mí - volvimos al destacamento. Cuando llegamos allí, di las novedades
correspondientes y escribí el obligado
informe post misión. No preguntaron nada ni mostraron demasiado interés
en conocer detalles sobre la misión y desde luego, no me dijeron ni que bonitos ojos tienes.
Pero el capitán Romero nos estaba
esperando y se había preocupado que nos guardaran la comida. Eso sí era una
buena noticia porque en Jablanica, tal y como ya he contado, se comía muy bien…”
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