Los treinta del Hotel Brístol (I Entrega)
Hoy es domingo, el primero del mes de agosto, así que como
tengo por costumbre dejaremos de lado las miserias de la política. Olvidaremos
el “no es no” leyendo la primera parte de un relato en el que los protagonistas dijimos sí a todo lo que se nos pidió. El relato forma parte de mi libro "Legionario en
Bosnia 1993" un libro que publiqué
ya hace tiempo que se subtitula "Quince relatos cortos de una guerra
larga". Cuatrocientas setenta y tres páginas en las que relato a mi
manera, una serie de experiencias que tuve la oportunidad de vivir, junto a los
hombres de la II sección de la compañía Austria, que encuadrados en la VIII
bandera expedicionaria de La Legión, participamos en Bosnia de la misión
encomendada a la AGT Canarias.
Para que se hagan una idea de
cómo es el libro, les dejo la primera parte de “Los treinta del Hotel Brístol”.Trata de un día de misión en Mostar, un día normal, no vayan a pensar, pero creo que el cuento les dará una idea que qué es lo que hacíamos en Bosnia. Creo que les gustará – yo que voy a decir - y les animará a adquirir el libro.
Si así lo desean les basta con clicar en la imagen de la publicación que se
encuentra en la columna a la derecha del texto, exactamente donde dice
"Compra Legionario en Bosnia 1993, aquí" el enlace los llevará hasta
la página que les permitirá comprarlo en Amazón.
Espero que sea así, aquí les dejo
el texto:
"Era el día 21 de mayo de
1993, les resultará extraño que me acuerde con tanta precisión de la fecha,
pero es que lo que hoy les voy a relatar tuvo a criterio del mando, la
trascendencia suficiente como para ser reflejado en el Diario de Operaciones de
la Cía. Austria y por lo tanto me resulta muy sencillo saber en qué día
ocurrieron los hechos que les voy a
contar.
No me pregunten cuál era el
criterio que se aplicaba para incluir en el tantas veces citado Diario de
Operaciones determinadas acciones y por
el contrario se ignoraban otras, porque no lo sé. De hecho le comenté en un par
de ocasiones al capitán Romero mi extrañeza por cómo se gestionaba su contenido
y la verdad es que como no sirvió para nada, decidí pasar del asunto y si a
Romero le parecía bien lo que allí se escribía, desde ese mismo momento a
mí me iba a parecer mejor y aquí paz y
más allá gloria celestial.
Ese día salimos de Dracevo once
blindados hacia Mostar. El de mando de la Cía., el de la PLM, dos BMR porta
morteros, el Mercurio, la ambulancia, tres BMR de la 1ª sección y dos de la
mía. Teníamos la misión de patrullar la ciudad en ambas zonas, controlar el
alto el fuego, auxiliar a la Comisión Mixta en sus tareas y lo que fuera
surgiendo a lo largo del día. Y a eso nos dedicamos tras proceder al relevo con
la unidad saliente.
Al poco de llegar, la 1ª sección
tuvo que ir a Dreznica en una escolta VIP que en principio la iba a tener
ocupada durante la mañana, pero por
cosas de la vida la misión se fue alargando y no les vimos el pelo en todo el
día, bueno ni en todo el día ni durante la noche, porque se fueron a dormir a
Medjugorje y de allí, por la mañana después de desayunar, se fueron
tranquilamente para Dracevo.
Nada raro, porque el teniente de
la 1ª sección se pirraba por las escoltas y el capitán en su bondad infinita
tendía a satisfacer ese inocente capricho, mientras los demás nos dedicábamos a
cumplimentar las tareas que fueran
surgiendo, las patrullas, los puntos de control, lo que se le ocurriera a la
Comisión Mixta y naturalmente, lo que
dispusiera el mando, que para eso estábamos.
Sobre las diez de la mañana hubo
que ir a buscar a los representantes musulmanes al Cuartel General de la Armija
y traerlos convenientemente escoltados hasta el local de la Comisión Mixta. Nos
preparábamos para un día complicado con muchas cosas que hacer y con pocos
blindados para patrullar, acudir a los requerimientos de la Comisión Mixta y
cubrir los puñeteros puntos de control, pero habría que cumplir como fuera,
porque eso es exactamente lo que se esperaba de nosotros y ya saben ustedes
aquello que repito siempre, uno está en el Tercio, para lo que se tercie.
Fue una tarea curiosa que no
esperaba que nos adjudicaran, pero supongo que no habría tiempo para avisar a
nuestros ingenieros y la llevamos a cabo satisfactoriamente para todos, que eso
sí que fue extraño, pero aunque resultara difícil de creer, nadie tuvo nada que
decir. Lo cierto es que mantener una línea de comunicación abierta entre las
dos partes era vital y por lo tanto me alegraba intervenir en el proceso.
Resultó más sencillo de lo que me
imaginaba, Morales por una vez en su vida condujo el BMR con suavidad y todo
fue como la seda. Además resultó un trabajo increíblemente distendido, me
parece que fue la primera vez que hice ese trayecto sin que ningún gilipuertas
me tiroteara y si les digo la verdad, esa es una circunstancia que se agradecía
en el alma.
Para no mentir íbamos muy
apretados de tiempo, el capitán nos manejaba por radio, ese día todo era
urgente y ya se sabe que las prisas son malas consejeras y en una zona de
guerra peor, no sé por qué pero me parecía que por mucho que nos esforzáramos
no actuábamos con la rapidez que el mando esperaba de nosotros y esa es una
sensación muy incómoda.
Terminamos de instalar la línea
telefónica a las 13,30 horas y a partir de ese momento me dediqué a patrullar y
relevar los blindados que se encontraban en los puntos fijos de control para
que los legionarios pudieran comer.
Sobre las 15,00 horas parecía que
se había abierto un espacio de cierta calma y detuve mi BMR frente a la
Comisión Mixta para que mi gente comiera un par de latas. Los legías no tenían
demasiado apetito, pero sí tenían mucha sed, fuimos arreglando las cosas como
pudimos y poco a poco como digo, pareció
que todo se calmaba.
Pero no habían pasado ni quince
minutos cuando vi salir del edificio de la Comisión Mixta a mi capitán que venía
con prisas acompañado por una intérprete y me ordenó que fuera hasta el
hospital musulmán para recoger a un herido y transportarlo al hospital croata
que estaba situado al lado del estadio de fútbol en la parte alta de Mostar. Me
acompañaría “Carmen” una intérprete de nacionalidad argentina pero de
ascendencia croata lo que me alegraba, porque estaba harto de intentar hacerme
entender en plan mimo.
Pregunté si me llevaba el
BMR ambulancia y el capitán me dijo que
no hacía falta, en el hospital estaría esperándome una ambulancia para llevar
al herido y después de entregarlo en el hospital croata a un tal doctor Zuric,
tenía que asegurarme que ésta volvía sin problemas a zona musulmana. Iría sólo
mi blindado, el otro de mi sección se
quedaría allí para reforzar el dispositivo. Me despedí de mi capitán, le di una
voz a Guerra para que espabilara a la gente y después de comprobar que “Carmen”
había entrado por la portezuela trasera, subí al BMR.
Miré el reloj, casi las cuatro de
la tarde, entablé una charla con Morales, que sorprendentemente parecía estar
despierto y atento y le ordené que nos llevara al hospital musulmán.
Atravesamos Mostar que daba la impresión de estar desierta, no había ningún
tipo de tráfico, no se veían transeúntes y no sonaba ¡bendito sea Dios! ni un solo disparo, le advertí a Morales que
seguramente en la parte trasera del hospital estaría un ambulancia aparcada,
que tomara precauciones al girar no fuera a ser que tuviéramos otro accidente
de tráfico, que con el que había tenido el capitán aquella mañana saliendo de
Dracevo, me parecía que teníamos
completo el cupo.
Llegamos a nuestro destino y
efectivamente había una ambulancia bastante destartalada a la puerta del
hospital. El chófer, un tipo de que ya no cumpliría los sesenta nos miraba con
curiosidad. Le pedí a “Carmen” que le dijera que éramos los que íbamos a
escoltarle y el tipo se metió para adentro y al poco salió, como me temía,
acompañado por el Dr. Milovic. Me bajé del BMR, invité a hacer lo mismo a
“Carmen” y le advertí que no íbamos a entrar en el hospital bajo ningún
concepto, conocía las costumbres de Milovic y no se lo iba siquiera a
presentar.
Saludé al doctor y a través de
los servicios de “Carmen” le pedí que nos entregara al herido porque teníamos
muchísima prisa. Milovic protestó, pero no le sirvió para nada. Le pedí a
Guerra que mandara a un cabo y dos legionarios para cargar la camilla del
herido. Así se hizo, el herido era un chaval de unos catorce años, que tenía
una herida de metralla en la cadera que no podían atender en el hospital
musulmán, lo cargamos con cuidado en la ambulancia. Estaba consciente y nos
miraba con unos ojos que movían a compasión, preferí no fijarme demasiado no
era bueno dejarse llevar por sentimientos personales en aquellas malditas misiones
y el chaval podía tener la edad de mi hijo.
Subí al BMR en el mismo momento
en el que el capitán me llamaba por radio, quería saber dónde estaba. Le
respondí que estaba recogiendo lo que me había ordenado recoger y que en un
minuto estábamos en marcha. Así lo hicimos, tenía la impresión que el capitán
llevaba todo el puñetero día dándome prisa, no sabía que podía suceder, pero
nos llevaba literalmente como putas por rastrojo. Salimos poco a poco del
hospital, con la ambulancia pegadita a nosotros. “Carmen” se lo había explicado
detenidamente al pureta que la conducía, iríamos muy despacio pero él debía ir
pegado al BMR.
El chófer, siguiendo mis
instrucciones, ni siquiera se bajó del vehículo, Valerón abrió la puerta
trasera de la ambulancia y ayudó a los enfermeros a bajar la camilla, que era
de esas que se despliegan.
Trajeron al herido hasta la
puerta del hospital, Zuric dijo algo. Miré a “Carmen” ― Dice que dónde han
herido al joven.
― Hijo de puta ― exclamé ― dile
que en la cadera ―. “Carmen” hizo un gesto negativo ― es que eso no es lo que
quiere saber― La interrumpí ― Sé perfectamente lo que quiere saber, tú dile que
lo han herido en la cadera.
Así lo hizo, Zuric nos mostró los
dientes superiores en una mueca que supongo pretendía que pasara por una
sonrisa y soltó una frase muy corta. ― Pregunta que en qué lugar de la ciudad
ha sido herido.
Miré al médico y sin dejar de
hacerlo le dije a “Carmen” ― Dile, maldita sea su alma, que al otro lado del
puente, en el barrio musulmán.
Así lo hizo la intérprete, el
médico dio media vuelta y les hizo un gesto a los camilleros para que metieran
la camilla en el interior del hospital. Miré al chaval, su cara tenía un tono
ceniciento y en sus ojos se podía leer todo el miedo, el dolor y la desesperación
que debía estar sintiendo, me acerqué y con cuidado le estreché la mano y fue
entonces cuando el chico me miró y reuniendo las pocas fuerzas que tenía me
dijo “Hvala puno” (muchas gracias). Me subió por el pecho una oleada de calor,
lo miré y sacando fuerzas de flaqueza le sonreí y le deseé suerte.
Tras recoger la camilla vacía,
salimos de allí, mientras mi capitán por radio me daba prisa, quedaban muchas
otras cosas por hacer…"
Pero eso se lo cuento el domingo
que viene si Dios quiere y a ustedes les parece bien.
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