Los tres jardineros de Dracevo (Entrega primera)
Una visión general del campamento de Dracevo |
El pasado domingo hice novillos,
hacer campana le llamábamos en mis tiempos en Barcelona y aquí en Fuerteventura conocen lo del
absentismo escolar injustificado, como “hacer argollas”, que seguro tiene una
explicación la frase, que yo desafortunadamente desconozco. Lamentando mi
ausencia el pasado domingo, vamos a retomar la buena costumbre de no hablar de
política los domingos. En lugar del ladrillo con el que les obsequio el resto
de la semana, en su lugar les ofrezco la primera parte de un relato que se
titula “Los tres jardineros de Dracevo), que forma parte de mi libro
“Legionario en Bosnia 1993”, en el que como ya saben explico a mi manera, una
serie de experiencias que tuve la oportunidad de vivir, junto a los hombres de la
II sección de la compañía Austria, que encuadrados en la VIII bandera
expedicionaria de La Legión, participamos en Bosnia de la misión encomendada a
la AGT Canarias.
Esta entrega les permitirá
hacerse una idea de lo que van a encontrar en el libro. Por otra parte creo que
el relato les ayudará a comprender eso del “estilo legionario” la particular
metodología de mando que se practica en La Legión, me parece que les resultará
curioso. Espero que la lectura de esta entrega les anime a adquirir el libro. Si
así fuera les basta con clicar en la imagen de la publicación que se encuentra
en la columna a la derecha del texto, exactamente donde dice "Compra
Legionario en Bosnia 1993, aquí" el enlace los llevará hasta la página que
les permitirá comprarlo en Amazon.
Espero que sea así, aquí les dejo
el texto:
“ No me pregunten la fecha porque
no tengo ni idea de cuál pudiera ser, probablemente fuera a comienzos de
nuestra estancia en Bosnia, porque eran algo más de las nueve de la mañana y
todavía se estaba muy a gusto al sol. Me encontraba en el destacamento de
Dracevo, sentado a la puerta del barracón de Mando, mientras veía trabajar a
tres de mis legionarios que se dedicaban con gran energía a rellenar con la
tierra que traían con una carretilla, un cercado de piedra seca que rodeaba
unos de los pocos árboles que se podían ver en el destacamento.
Me encontraba en paz con Dios y
con los hombres, tranquilo, relajado y satisfecho de algunas decisiones que
había tomado hacía apenas unas horas, que me parecían entonces y ahora muy
acertadas, sobre todo si me fijaba en cómo sudaban la gota gorda los
legionarios a los que observaba. Estaba fumándome un cigarrillo con toda la
calma del mundo, cuando me percaté que en el umbral de Mando se encontraba el teniente coronel Alonso
Marcili que miraba entre atento y sorprendido la frenética actividad de los
tres legías. Me levanté, saludé y le cedí el asiento que aceptó, mientras que
con una mano me señalaba al interior del barracón para que sacara otra silla y me sentara con él.
Lo hice y permanecimos en
silencio unos minutos, mientras mi jefe fumaba uno de sus cigarrillos de tabaco
negro. Al rato el Tcol se dirigió a mí ― Oye Rives ¿tú sabes lo que están
haciendo esos tres legías?
― Son de la compañía Austria mi
teniente coronel. Buenos chavales, trabajadores, muy aficionados a la
jardinería y me han pedido por favor si
les daba permiso para ajardinar esta zona y les he dicho que me parecía bien ―
Giré la cabeza para mirarlo ― Espero que no haya inconveniente.
El "capataz" de los jardineros |
Alonso Marcili guardó silencio y
encendió otro cigarrillo que fumaba usando una boquilla. Esperó un buen rato
antes de preguntarme ― ¿Aficionados a la jardinería? Rives no me jodas ―
exclamó.
― A mí no me extraña tanto porque
los conozco mi teniente coronel, es verdad que son un poco raros, pero en la 5ª
compañía en Fuerteventura, tengo gente rara a punta pala, usted ya sabe cómo es
la VII Bandera.
Me miró, terminó su cigarrillo en
silencio, se levantó y haciéndome un gesto para que no me incorporara volvió al
interior del barracón. Alonso Marcili, que tenía más tiros pegados que la XIII
bandera del Tercio, sabía cuándo no debía insistir. Me conocía desde hacía
muchos años y supondría que si no quería aclararle los motivos de la actividad,
tendría mis razones.
Y efectivamente las tenía.
Los tres “amigos” de la
jardinería estaban pagando una deuda que habían adquirido hacía ya un par de
noches. Mantuvimos en su momento una charla muy constructiva que cristalizó en
un acuerdo entre caballeros. En aquellos momentos el motivo de la deuda, era un
secreto entre los tres legionarios y un servidor. Creo que tras veintiún años
se puede alzar el tupido velo que hasta la fecha ha protegido el misterio y explicar a qué se debía ese
repentino y misterioso amor por la jardinería de mis tres legionarios.
Cuando se habla de jardinería no
sé por qué será, pero todo el mundo piensa en una joven muy guapa con pamela
cortando unas rosas o removiendo la tierra delicadamente en un macizo de
hortensias. En el peor de los casos tendemos a asociar esa actividad con un
individuo en bermudas, con barriga cervecera, regando el césped de los tres palmos cuadrados del jardín de su
adosado. No era ese el caso de mis tres amigos que se enfrentaban a un trabajo
muy duro. Se lo aseguro, no es lo mismo regar plantas en un adosado que
ajardinar una zona que parecía hubiera
pisado con cierta frecuencia el caballo
de Atila.
Tuvieron que sudar tinta china, pero no quedó mal |
El acuerdo al que llegamos les
obligaba a cercar cada uno de los árboles que había en la zona delante del
barracón de mando, con una pared de
piedra seca. Ya saben ustedes esas
cercas que se hacen con piedra, sin que medie cemento o argamasa en su
construcción. Eso sí hay que colocarlas con arte, procurando que la superficie
de contacto entre las piedras sea la máxima posible y luego la habilidad del
constructor y la gravedad hacen todo lo demás, eso al menos dicen los que
entienden de esas cosas, la verdad es que llevar a la práctica la teoría
resultaba más complicado de lo que pudiera uno suponer. Pero era una forma de
construir muy habitual en la Fuerteventura rural, así que mis “amigos” estaban hartos de ver las murallas
de piedra seca y las gambuesas para el ganado construidas siguiendo esa
técnica, por lo que pensaba que con haberlas visto e incluso haberse sentado
alguna vez en ellas, deberían tener el conocimiento suficiente para coronar con
éxito su construcción.
Después de construir la cerca
alrededor del árbol, rellenarían el cercado correspondiente con tierra y tras
rellenarlo deberían ir al bosque, que había entre el destacamento y la
carretera, para cortar tepes de musgo que plantarían sobre la tierra debidamente
humedecida para conseguir un efecto césped, maravilloso.
Finalizado todo ello, deberían
encalar la pared de piedra, siguiendo la ancestral costumbre de La Legión. Lo
de encalar era y es una tradición en el
Tercio y ya se sabe que las tradiciones son muy importantes y hay que
conservarlas y promoverlas. De hecho los más veteranos cuentan que cuando una
unidad legionaria llegaba a un lugar para establecerse, antes que la cocina,
las letrinas o los dormitorios, se construía una calera a fin de conseguir cal
suficiente para blanquear lo que hiciera falta.
Y de ahí nace un cuento que tiene
que ver con esa costumbre. Debían correr los años cincuenta del pasado siglo,
cuando un legionario bastante corto de entendederas llegó de permiso a su
pueblo, allí todo el mundo esperaba los relatos sobre las experiencias en el
Tercio del vecino, que como ya he dicho era bastante bruto. En la taberna del
pueblo había gran expectación, era el primer hijo del pueblo que servía en La
Legión y querían saber cómo era el Tercio
desde dentro. Ante su silencio, el legía
era de muy poquitas palabras, uno de los vejetes que había interrumpido la
partida de dominó esperando los relatos del chaval, le preguntó ― Pascasio ―
así se llamaba nuestro joven ― cuéntanos que haces en La Legión.
Pascasio frunció el ceño, hizo un
esfuerzo reflexivo brutal y contestó ― Saludar a todo lo que se mueve y encalar
todo lo que se está quieto.
El monolito a los muertos de La Legión |
Así que estaba más que claro,
cristalino, que teniendo presente que el destacamento de Dracevo era un destacamento legionario, las paredes de
piedra seca deberían estar encaladas para respetar la tradición y las costumbres. Les explico con precisión
todo lo que tenían que hacer mis “tres
mosqueteros”, que eran tres y no cuatro, porque los españoles somos más
formales que los gabachos y no enredamos como éstos con los números, para que
se hagan una idea del trabajo que tenían que realizar y que no les evitaba
servicio o trabajo alguno que les viniera por la vía jerárquica. Estaba
acordado, el ajardinamiento se haría en los momentos libres de los tres
jardineros de Dracevo.
Vi venir hacia Mando al capitán
Romero, que seguro iba a dar novedades a Alonso Marcili, me levanté y me dirigí
hacia él, al llegar a su altura lo saludé, el capitán se detuvo a mirar a los
jardineros que habían redoblado furiosamente su actividad y fingían no haberlo
visto.
― Mi capitán, el teniente coronel
ya me ha preguntado por esos tres.
― ¿Y qué le has dicho?
― La verdad, mi capitán. Que son
tres legionarios de la Austria que se han ofrecido voluntarios para ajardinar
la zona.
― ¿Y? — volvió a preguntar
Romero.
― Pues nada mi capitán, el
teniente coronel no ha dicho ni palabra. Estoy seguro que si usted no le
comenta nada, él tampoco va a profundizar en la cuestión.
― Ya veremos― masculló Romero al que había cosas que le superaban y
que eso de contarle milongas al mando, aunque todo el mundo estuviera al cabo
de la calle del milongueo, le ponía de los nervios. Ya habíamos tenido una
larga charla sobre la restricción o reserva mental, figura ampliamente debatida
por los estudiosos de la ética y la moral, pero la verdad es que no estaba
demasiado convencido, no hubo manera de que aceptara que la restricción mental
fuera aplicable al asunto que generó el profundo amor por la jardinería de los
tres legionarios de marras.
Se despidió de mí y arrancó en
dirección a Mando. No habría problemas, en cuanto el Tcol le viera la cara
a Romero, que era un tío estupendo pero
un bendito de Dios incapaz de cualquier fingimiento, sabría qué éste tenía
pegas con el asunto de los jardineros y
Alonso Marcili era un caballero y “sabía manera” por lo tanto no le iba a
preguntar al capitán nada que tuviera que ver ni de lejos con la jardinería.
Tenía que ir a atender asuntos
pendientes que requerían mi atención, pero antes de irme me acerqué a los
legionarios, que en cuanto el capitán les dio la espalda habían adoptado un
ritmo de trabajo bastante más pausado que el que exhibieron ante su presencia y
les expliqué con pelos y señales lo que haría con ellos si creaban cualquier
situación que, por nimia que pareciera a su criterio, pudiera ser considerada como un problema por
parte del mando.
Me miraron, los miré y me
entendieron perfectamente, pude leerlo en sus rostros. Más tranquilo y con la
conciencia de haber atendido satisfactoriamente el problema me fui hacia el
aparcamiento de los vehículos…”
El domingo que viene continuará
si Dios quiere. Espero que les queden ganas de seguir o les pique la
curiosidad.
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