Los tres jardineros de Drácevo (Entrega final)
Como es sabido actuábamos bajo la bandera de la ONU |
Hoy como probablemente sepan la mayoría
de ustedes es domingo y por tanto y siguiendo una costumbre que a mí me parece
buena, hoy no hablaremos de política. Así que en lugar del ladrillo con el que
acostumbro a torturarlos, les ofrezco la
entrega final de “Los tres jardineros de Drácevo”, un relato que forma parte de
mi libro “Legionario en Bosnia 1993”, en el que como ya saben explico a mi
manera, una serie de experiencias que tuve la oportunidad de vivir, junto a los
hombres de la II sección de la compañía Austria, que encuadrados en la VIII
bandera expedicionaria de La Legión, participamos en Bosnia de la misión
encomendada a la AGT Canarias.
Un relato que a mí me parece
interesante, claro que como soy el autor del mismo, yo que voy a decir, pero en
esta entrega cierro una anécdota que vivimos en Bosnia y que a mí se me antoja
curiosa e interesante, les voy a explicar la peligrosa experiencia que vivieron
tres de mis legionarios. Espero que la lectura de esta entrega les anime a
adquirir el libro. Si así fuera les basta con clicar en la imagen de la
publicación que se encuentra en la columna a la derecha del texto, exactamente
donde dice "Compra Legionario en Bosnia 1993, aquí" el enlace los
llevará hasta la página que les permitirá comprarlo en Amazon.
Espero que sea así, aquí les dejo
el texto:
"....Me volví en dirección al cuerpo
de guardia, mandé firmes y le di la novedad al capitán. Romero venía
preocupado, el del HVO tenía una cara de cabreo más que regular y el intérprete, un
croata muy, pero que muy proclive a apoyar siempre a los croatas contra los musulmanes
y que seguramente trabajaba para sus servicios de inteligencia, iba detrás del
militar croata como un perrito. Le
faltaba babear y mover la colita, aunque lo de babear igual me era dado
presenciarlo en un rato si la charla se
prolongaba, que por mí iba a ser que no.
Mientras bajábamos hacia el
cuerpo de guardia, Romero me dijo que venía por un asunto muy grave y que tenía
que hacerme una pregunta. Me paré dando la espalda a la entrada al cuerpo de
guardia. ― Usted dirá mi capitán.
El capitán miró al oficial del
HVO y luego a mí ― Es importante Miguel, ¿ha pasado alguien por aquí?
Puse mi mejor cara de inocencia
extrañada ― Mi capitán ha pasado muchísima gente, hace un rato los que venían
de Metkovic y casi ahora mismo la gente que salía de la cantina. Los últimos se
tienen que haber cruzado con usted. ¿Pasa algo mi capitán?
― Pues sí Miguel, el capitán ―
señaló con su cabeza al del HVO, que parecía que de un momento a otro iba a
empezar a echar humo por los oídos y fosas nasales, ― ha informado al teniente
coronel, que tres o cuatro soldados de UNPROFOR han robado una ambulancia en
Metkovic, los han perseguido y se han visto obligados a dispararles al ignorar
las voces de alto.
La ambulancia en su huida ha forzado la frontera entre Croacia
y Bosnia y a pesar del fuego que han hecho contra el vehículo, éste ha proseguido
su marcha, hasta que en la última curva, justo antes de la recta que lleva al cruce
del destacamento, han volcado. Pero los ladrones han logrado salir de la
ambulancia y han huido a pie por la ladera. No los han seguido porque han
subido por una zona que en su momento estuvo
minada y no ha querido arriesgar a su gente, pero está seguro que han
llegado al destacamento y tienen que
haber entrado precisamente por aquí.
La verdad es que no me costó nada
poner cara de asombro, estaba atónito, no podía creerme la que habían montado
los tres mosquitas muertas de mi sección. Ahora que sabía lo que había
pasado, al menos en versión croata, no estaba dispuesto bajo ningún concepto
a dar los nombres de los tres
legionarios que había visto hacía un rato, al menos mientras estuviera el
croata delante.
Zona de contenedores dormitorios de la Cía. Austria |
― ¿Y cómo sabe este señor que los que le robaron la ambulancia
eran de los nuestros? Miré hacia el del HVO. Se me subió la sangre a la cabeza,
no me lo podía creer, el cabrón del intérprete le estaba traduciendo nuestra
conversación al capitán croata y lo peor era que Romero no le ordenaba guardar
silencio.
― Él dice que eran de los
nuestros ― me dijo el capitán.
― Ya, él dice que eran de los nuestros
y todo el mundo boca abajo. Mire mi capitán a mí me parece que a esta gente les
han guindado la ambulancia y como no saben a quién cargarle el muerto, lo que
le sale más barato es acusarnos a nosotros. Igual los ladrones han sido de los
suyos o musulmanes. Porque ¿para qué diablos queremos nosotros una ambulancia?
Me interrumpió el HVO que empezó
a largar unas voces que me parecieron absolutamente inaceptables, pero que
agradecí en mi fuero interno, la torpeza del croata me facilitaba ponerme borde justificadamente.
Me dirigí al intérprete ― Dile a ese señor que
tenga un poco más de respeto, está en nuestra casa y yo soy el oficial de
guardia y en el ejército español eso significa que me debe respeto.
Romero intentó terciar ― Venga
Rives, no vayamos a liarla más. ¿Tú has visto pasar a alguien?
Me enfrentaba a un problema muy
serio, si hubiéramos estado solos el capitán y yo, le hubiera dicho la verdad
sin ningún reparo; pero ayudar a los del HVO que nos habían matado compañeros,
que en cuanto podían nos hacían la vida
imposible y que se portaban con nosotros como auténticos cabrones, era superior
a mis fuerzas. No sabía qué hacer, cuando por sorpresa se me ocurrió una idea.
Como un relámpago recordé al
Padre Sorribas, mi profesor de filosofía en sexto de bachillerato,
explicando la restricción mental y
poniendo el único ejemplo que debe haber para ello - porque con posterioridad
lo he leído en tres o cuatro lugares distintos explicado exactamente igual
- la historia hablaba de un
fraile que habiendo visto pasar a un fugitivo, al ser interrogado por
los perseguidores que le preguntaban si había visto a alguien, a la vez que se
metía ostensiblemente las manos en las bocamangas de su hábito les había dicho
“Por aquí, no ha pasado nadie”.
A imitación del fraile de marras dije muy
serio ― Ya le he dicho mi capitán que por aquí –señalando también
ostensiblemente el espacio frente a la puerta del barracón –no ha pasado nadie.
El capitán Romero de tonto no
tenía un pelo, así que me miraba muy poco convencido, en realidad se estaba
enfadando aunque se controlaba. En cambio el croata, que tenía la cara rojo
inglés de turista en Benidorm, seguía dando voces. ― Miguel por favor…
― Mi capitán ya le he dicho por
dos veces que no he visto a nadie y aunque se caiga el mundo eso es lo que voy a seguir diciendo.
Me miró, mientras el intérprete
intentaba explicarme lo que el croata gritaba. Ni le miré ― Ya te he dicho que
lo que diga ese señor no me interesa y dile que baje el tono, que no tenemos
por qué aguantar sus gritos.
Romero me miraba apenado, decidió
volver sobre sus pasos antes de que la situación se complicara más y acompañar
al HVO, que tenía un preocupante aspecto apoplético hasta su vehículo. Me
despedí del capitán y volví al cuerpo de guardia, con muy mal sabor de boca. No
le había dicho la verdad a Romero y por mucho que me refugiara en aquello que
sostiene que nadie está obligado a revelar una verdad a quien no tiene derecho
de conocerla y desde mi punto de vista ese era el caso del intérprete y el croata, el argumento no
me tranquilizaba en absoluto.
En la cola del comedor |
Afortunadamente tenía toda la
noche para pensar en lo que debía hacer, porque lo que estaba claro es que los
tres angelitos deberían pagar por lo que habían hecho. Gracias a Dios se habían
librado de los del HVO, pero de mí no se iban a librar. Por la mañana cuando
saliera de guardia iría a confesarme con mi capitán; no iba a ser un asunto
sencillo de sobrellevar, pero tenía que decirle la verdad y ofrecerle una
solución satisfactoria. Ya se sabe que a los jefes si les llevas un problema lo
mejor es que, simultáneamente, les presentes la solución, sobre todo si el
problema lo has creado tú o tu gente, como era el caso.
Los componentes de la guardia
andaban algo revueltos, seguro que el telégrafo sin hilos que comunica a las
comunidades legionarias se había puesto en marcha y sabían que algo raro
sucedía Me mostré serio y distante y así me ahorré preguntas indiscretas; poco
a poco recuperamos la normalidad y la guardia fue transcurriendo lentamente
como siempre, pero al fin llegó la hora del relevo.
La verdad es que no lo
esperaba tan alegremente como de costumbre, mi charla pendiente con el capitán
me tenía francamente inquieto, aunque ya tenía decidido lo que le iba a decir y
proponer.
Salimos de guardia, di las
novedades correspondientes en mando y me dirigí al contenedor que ocupaba la
PLM de la compañía. Allí estaba el capitán Romero, que me esperaba, porque el
sargento auxiliar no estaba ni por las cercanías. Le di la novedad y me dijo
que pasara y cerrara la puerta y en La Legión cuanto te mandan cerrar la puerta
ya sabes que no te espera nada bueno.
Un servidor en Drácevo |
Tuvimos una charla muy larga en
la que hubo de todo. El capitán estaba muy dolido conmigo y con razón, por no
haberle dicho la verdad, le expliqué lo de la restricción mental y le aseguré
que mi intención no era mentirle.
De hecho le hubiera explicado lo que vi y le
habría dado el nombre de los tres legionarios que la habían liado si no hubiera
sido por la presencia del HVO y del intérprete. Aceptó, no sin resistencia, que
era mejor que el asunto quedara entre nosotros. No le gustaba demasiado, pero
creo que mi afirmación de que no era justo que por la locura de tres niñatos, la
Cía. Austria perdiera el prestigio que tan duramente nos habíamos ganado en la
AGT, le hizo algo de mella y por ahí se creó la brecha por la que pude
convencerle.
Tenía un enfado tan grande, él que era un hombre muy
calmado y medido, que no quería ni ver a los tres legías de marras, aunque
tengo que decir que lo que más le angustiaba de lo que había sucedido, era el
peligro gratuito que habían corrido los legionarios.
Le propuse que dado que
eran de mi sección, si no disponía lo contrario, me ocuparía personalmente del
asunto y ya hablando más distendidamente nació el proyecto de transformar el
paisaje de Dracevo en algo más agradable a la vista, gracias al sudor y al
esfuerzo de los tres miembros de mi sección. Le pedí perdón a Romero, le di las gracias por su
comprensión y ya más tranquilo, pero con el colmillo algo más retorcido que
antes de entrar de guardia, me fui a ver a mis tres amigos del alma.
Le pedí al sargento 1º Ávila -
que debía conocer hasta el más mínimo detalle de lo ocurrido, porque con ver la
cara de póquer que ponía, ya estaba todo dicho - que me trajera a los tres
aventureros. Con la cara de pena que se pone en esas ocasiones, me explicaron
al alimón lo que había sucedido.
Estuvieron tomando unas copas, se les hizo
tarde y cuando llegaron a los camiones éstos se habían ido, se les cayó el
mundo encima – esa era su versión – y mal aconsejados por la ingesta de alcohol,
les pareció que lo más oportuno era aprovechar un vehículo abierto, que gentilmente el HVO se
había dejado por allí.
Montaron en la ambulancia y el
que conducía, que para más INRI no tenía carnet de conducir ni civil, ni
militar, pero conforme a su versión era el que más sereno estaba, arrancó a
toda pastilla con la intención de adelantar a los camiones antes de que
llegaran a la frontera, pararlos allí y así conseguir el transporte que habían
perdido a cuenta de su retraso.
No contaban con que el HVO fuera tras ellos,
cuando se dieron cuenta de que los perseguían y que abrían fuego contra el
vehículo se habían asustado y pensaron que si paraban igual les metían cuatro
tiros. Así que siguieron hasta la frontera que pasaron como Dios les dio a entender
a pesar de que les tiraron con una ametralladora y que llegando al campamento
debieron pinchar y volcaron. Subieron por la ladera y a la carrera llegaron a
la formación de la compañía sin ningún problema, porque nadie se dio cuenta de
nada.
Disfruto de una ventaja sobre
algunos, tengo muy buena memoria para
recordar cómo era yo a la edad de mis hijos o de mis legionarios. Nunca me
llevé una ambulancia, pero podría contar algunas cosas que pondrían la piel de
gallina a más de uno, por lo tanto estaba muy cabreado con ellos, entre otras
cosas, porque se habían jugado la vida por nada, pero a pesar de la enormidad
cometida, era capaz de ponerme en su piel. Era un disparate de principio a fin,
no podía justificarlos, pero los comprendía.
Les expliqué que con su conducta
habían adquirido una deuda que deberían pagar
y que tanto el capitán como yo mismo estábamos muy molestos por la
situación que habían creado. Les pregunté si sabían lo que había escrito
Valenzuela sobre los arrestos en el pelotón y uno de ellos dijo ― Ah sí el
espíritu del pelotón ― que es como coloquialmente se conoce a lo que escribió sobre este asunto el
que fue jefe de La Legión y les pedí que me lo recitaran. Comenzaron a hacerlo
titubeantes, pero mal que bien consiguieron pasar la prueba:
El sufrir arresto en el pelotón
es derecho del legionario
que pecó militarmente;
derecho del que no debe desposeérsele
ni con indultos ni atenuaciones,
y cuanto más plenamente realice el pago
más se desliga de su falta
que al terminar el correctivo
deja de pesar sobre él,
puesto que se liberó
pagando por ello su justo precio.
Terminaron de recitarlo y les
expliqué que el motivo del arresto que iban a sufrir debía permanecer en
secreto para no manchar el buen nombre de la compañía y les detallé lo que
deberían hacer para pagar la deuda que habían contraído con la compañía. Aliviados
y agradecidos mostraron su acuerdo y en ese preciso momento nacieron los tres
jardineros de Dracevo.
Una cosa debo decir, resulta
curioso pero a lo largo de los días que trabajaron en el ajardinamiento, que
fueron bastantes, fueron ayudados
voluntariamente por muchos de sus compañeros que con ese gesto no significaban
su aprobación por lo que habían hecho, pero mostraban su satisfacción por la
jugada que los jardineros le habían hecho al HVO.
Curiosamente, con el paso del
tiempo estoy cada vez más de acuerdo con mis legionarios. Lo que sucedió no
debió pasar bajo ningún concepto, pero mangarle una ambulancia al HVO y salir
con bien del asunto en las circunstancias en las que lo hicieron, no lo hace
cualquiera. Llámenme raro, pero todavía sonrío cuando lo recuerdo."
Hasta el próximo domingo si Dios quiere.
Teniente Rives, me acuerdo perfectamente de esos días, un abrazo, tengo su libro.
ResponderEliminarUn abrazo amigo, ahora estamos preparando con la Fundación Tercio de Extranjeros una segunda edición del libro. Los beneficios de la venta serán para ellos que están haciendo una labor impagable. Un abrazo
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