Los tres jardineros de Drácevo (Segunda entrega)
Como muchos de ustedes saben en
“Al sol de Fuerteventura” tenemos la buena costumbre de no hablar de política
los domingos, me parece que con seis días a la semana de comentar desgracias
propias y ajenas es suficiente. El domingo pasado me despedí como costumbre
hasta el próximo domingo, pero es que no me acordé que en esta semana, hoy
concretamente, celebramos la Fiesta Nacional de España, así que hoy tampoco
hablaremos de política, en su lugar y creo que salen ganando, por el tema no
por otra cosa, les ofrezco la segunda entrega de “Los tres jardineros de
Drácevo”, un relato que forma parte de mi libro “Legionario en Bosnia 1993”, en
el que como ya saben explico a mi manera, una serie de experiencias que tuve la
oportunidad de vivir, junto a los hombres de la II sección de la compañía
Austria, que encuadrados en la VIII bandera expedicionaria de La Legión,
participamos en Bosnia de la misión encomendada a la AGT Canarias.
Insisto que este relato les
ayudará a comprender eso del “estilo legionario” del que tanto hablamos los que
hemos tenido el honor de servir en La Legión y de paso y como ya les anticipaba
el domingo pasado, podrán comprobar de primera mano la particular metodología
de mando que se practica en La Legión, que entiendo puede parecerles interesante.
Espero que la lectura de esta entrega les anime a adquirir el libro. Si así
fuera les basta con clicar en la imagen de la publicación que se encuentra en
la columna a la derecha del texto, exactamente donde dice "Compra
Legionario en Bosnia 1993, aquí" el enlace los llevará hasta la página que
les permitirá comprarlo en Amazon.
Espero que sea así, aquí les dejo
el texto:
“…Mientras subía hacia los
vehículos donde se encontraba la compañía dedicada a la limpieza de armamento y
mantenimiento de vehículos y transmisiones, recordé los sucesos que nos habían
llevado a la situación que les estoy relatando. Había entrado de guardia con
parte de mi sección y creo que nos habían agregado el pelotón de MM de la compañía con el sargento
Hidalgo al frente para completar la guardia. No sé a qué se debía la novedad
porque en Bosnia entrábamos normalmente de guardia con la sección al completo,
lo que resultaba muy cómodo y sobre todo eficaz, pero así fue. Algún motivo
habría pero lo cierto es que no lo recuerdo.
A lo largo de los seis meses que
estuvimos en Bosnia hicimos más guardias que el palo de la bandera,
personalmente prefería con mucho un día
de misión a una guardia. Las guardias por definición son aburridas, incómodas,
fatigosas y monótonas hasta decir basta y esas características tan negativas
contrastaban poderosamente con las
situaciones emocionantes que nos proponían los días de misión, por muy
tranquilos que resultaran.
Probablemente la droga más
poderosa de este mundo sea la adrenalina, eso dicen los que entienden de
drogas, hablo de oídas así que no me hagan mucho caso, pero hay que reconocer
que disfrutábamos de la excitación que nos proporcionaba y las guardias,
normalmente no provocaban situaciones que la produjeran.
Pero vamos a lo que vamos. El
cuerpo de guardia de Drácevo ocupaba parte del barracón que se encontraba
situado perpendicularmente a la pista
que llevaba al campamento. Estaba en el
cruce de caminos en el que la pista que
iba hacia la carretera se abría en dos brazos, uno que iba en dirección a unas
casas situadas al oeste del cuerpo de guardia y el que rodeaba la instalación
por el este y llevaba a la carretera.
El barracón era una instalación
multiusos de forma rectangular, tendría unos quince metros de largo por ocho de
ancho. Lo dividía en dos partes iguales un pasillo que dejaba a la derecha el
cuarto del oficial de guardia y otro para el resto de la guardia, le seguía el
botiquín donde se pasaba reconocimiento médico a los componentes del GT Colón y
se atendía a los civiles que aparecieran por allí, los baños y terminaba en una
sala que ocupaba toda la amplitud del barracón, en la que estaba instalada la
cantina. Ésta era atendida por dos o tres mozas, exactamente igual que en
Jablanica, con la diferencia que las de Dracevo eran croatas y las otras
musulmanas, pero curiosamente actuaban como si hubieran aprendido su oficio en
la misma escuela. Igual resultaba que existía en Bosnia un centro de formación
profesional para camareras de cantinas de UNPROFOR y nosotros no nos habíamos
enterado.
A la izquierda del pasillo se encontraba el
“teleclub” del destacamento, un televisor presidía la sala de aspecto desolado,
en la que se alineaban dos grupos de
bancos que dejaban un pasillo entre ellos. Eran duros, estrechos y
bajitos, ya lo he comentado en otra ocasión, eran de una incomodidad tan espectacular como sólo se puede encontrar
en un cuerpo de guardia. Cuando se habla
de algo que es muy duro se califica su dureza de diamantina, pues para
calificar la peor de las incomodidades habría que referirse a banco de cuerpo
de guardia español. Se lo aseguro, si de lo que se trata es de incomodidad son
lo más de lo más.
A la puerta del barracón dos bancos algo más decentes que los del
teleclub y dos morales muy frondosos ofrecían descanso y solaz a los
desgraciados a los que les tocaba hacer guardia. Sostengo que las guardias eran
monótonas y aburridas y esa era nuestra percepción, pero vistas con la
perspectiva que da el tiempo, recuerdo unas cuantas en las que sucedieron cosas
que hubieran inducido a algún oficial de guardia de los que hay en muchos acuartelamientos de España a
cortarse las venas o pedir la baja del ejército.
Bueno pues en esas nos
encontrábamos, no serían ni las nueve de la mañana y todavía estábamos
haciéndonos a la idea de que irremisiblemente nos tocaba estar en aquel
barracón las próximas veinticuatro horas, a no ser que en Mostar se liara la
mundial y el Mando en su infinita sabiduría, nos relevaba para que
fuéramos para allí tal y como había pasado ya un par de veces. Ni siquiera
estaba lista la cafetera que, como era tradicional en la sección, tenía que
estar al fuego dos segundos después de acabar con el relevo y despedir a la
guardia saliente.
Como digo, nuestro espíritu no estaba aún de guardia cuando aparecieron dos adolescentes entre los
14 o 15 años, que traían como podían a otro chaval de su misma edad, que lucía
una laceración, entre herida y quemadura, en el centro geométrico de su cuero
cabelludo y que iba desde la frente hasta la zona occipital, al que le
flojeaban las piernas y que no era capaz siquiera de hablar. Lo sentamos en un
banco, mientras que de forma sorprendentemente coordinada alguien le daba un
toque al médico y el 1º Guerra llamaba a Mando para que nos mandaran un
intérprete con urgencia.
El médico que salió a los pocos
segundos, pidió que acercáramos con cuidado al chaval hasta el botiquín para
poderlo reconocer. Dos legionarios lo cogieron, mientras que el 1º Arienza,
ayudado por el cabo Dobao impedían que los dos colegas del averiado entraran en
el barracón.
Los chavales protestaban y nosotros andábamos en lo de polaco,
polaco, nema problema (tranquilo, tranquilo, no hay problema) lo que no
producía el menor efecto a los chavales, que eran unos críos, pero croatas y ya
apuntaban maneras, cuando afortunadamente llegó la intérprete, Adriana - creo
recordar - una tía genial, guapa, muy seria y que hacía un trabajo magnífico
que se puso a hablar con ellos y en un minuto los tenía comiendo de su mano.
Entró para explicarle al médico
que es lo que había sucedido. Los chavalines – juventud divino tesoro –
estaban en el domicilio de uno de ellos
y como se aburrían se pusieron a trastear con el kalashnikov del padre y en
ello estaban, cuando se les escapó accidentalmente un disparo que no le levantó
al colega la tapa de los sesos porque Dios es grande.
Al ratito sacaron entre el médico
y Adriana al accidentado, al que le habían pintado con yodo el rasponazo que le
habían hecho sus colegas y que parecía
le hubieran hecho una raya en mitad del coco. El médico dijo que no
tenía conmoción cerebral, simplemente tenía una quemadura, producto del roce
del proyectil y que lo dejáramos un rato a la sombra a ver si se tranquilizaba,
porque todavía no había abierto la boca ni para quejarse.
Adriana trasladó a sus amigos lo
que había y cuando iba a irse, me vino una cuestión a la cabeza para la que
necesitaba su colaboración. Llevaba tiempo dando vueltas a un asunto que me
tenía muy mosca, a menos de cien metros del cuerpo de guardia vivía un miliciano
del HVO que durante la semana se iba a
la guerra y los fines de semana volvía a su casa. Era un tipo mal encarado,
vestía siempre de uniforme y nos miraba francamente mal cuando pasaba por
delante del cuerpo de guardia.
Esas cosas no es que importaran demasiado,
de hecho no nos importaban nada, el problema real es que al tío le gustaba
muchísimo darle al jarro y cuando llegaba a su casa, a las tantas de la noche,
harto de rakia, colocado como un piojo, cogía el kalashnikov y celebraba la
cogorza disparando unas cuantas ráfagas al aire, lo que de manera automática
ponía en pie de guerra a la guardia. La noche anterior había montado el
numerito, lo sabía porque me había despertado con los disparos y me juré a mí
mismo que le iba a quitar al andoba las
ganas de andar de jarana en las cercanías del cuerpo de guardia.
Así que aproveché la presencia
de Adriana que seguro me iba a traducir
fielmente lo que le dijera aunque no le hiciera ninguna gracia lo de ir al
domicilio de nuestro amigo y eso que no sabía lo que le iba a decir, pero cedió
tras que se lo pidiera un par de veces y tras coger mi cetme - el atrezzo hay
que cuidarlo - nos dirigimos a la casita. Al llegar le di un par de puñetazos a
la puerta para que el amante de los disparos supiera de antemano que la visita
no era amistosa, mientras la intérprete me miraba moviendo la cabeza para
expresar su disgusto. Salió mi amigo, Adriana se apresuró a saludarlo y me miró
interrogante.
Le dije ― Adriana dile a ese tipo
que como se le ocurra volver a disparar y tenga la mala suerte de que esté de
guardia le dispararemos sin previo aviso. No le vamos a dar el alto, ni
mandangas de esas, le dispararemos en el acto.
Adriana le trasladó el mensaje,
el tipo me miró, le sostuve la mirada y sin abrir la boca dio media vuelta y se
metió en su casa. Fue mano de santo, en dos o tres meses no volvió a disparar
jamás a la puerta de su casa. Después no tuve oportunidad de comprobar la
eficacia de la amenaza sobre la reflexión, porque al pobre diablo se lo llevaron
puesto en las cercanías de Mostar y se acabaron para él los disparos para siempre jamás.
Volví a mi guardia, comprobé que
los chavales se habían ido, Guerra me indicó que el “herido” había salido por
su pie y que cuando se fue hablaba animadamente con sus amigos. Tranquilizado
al respecto me dediqué a las tareas propias de la guardia. Ésta fue pasando
lenta y monótonamente, los relevos, las novedades, las llamadas de Mando, el
control de los civiles que pasaban al botiquín, nada que pueda contarles que
tenga el menor interés hasta las seis o siete de la tarde, hora en que el Mando decidió a autorizar – lo hacía
cuando buenamente podía - visto que los informes anunciaban calma en la zona, a
que la gente libre de servicio se la transportara a Metkovic, en Croacia, para
que se dieran una vuelta, compraran lo que les hiciera falta, se cortaran el
pelo, telefonearan, se pusieran hasta arriba de alcohol o simplemente cenaran.
Así me lo comunicaron y tres camiones aparcaron en la pista al
costado del cuerpo de guardia, se fueron llenando con rapidez. Los legionarios
que se iban a dar el garbeo a Metkovic y los de la guardia vacilaban y se
lanzaban pullas y denuestos, pero con ánimo jocoso, ni en eso iba a haber la
menor variación. Llegada la hora y
después de comprobar que la escolta estaba lista, agrupé a los legías en dos
camiones, autoricé la salida y mandé al tercer camión, cuyo conductor me miraba
desolado, a su aparcamiento.
A las tres horas estaban de
vuelta, se notaba el efecto eufórico de las copas que habían ingerido porque
el jaleo que producían era bastante más sonoro que a la hora de salida. Bajaron
de los camiones y se dirigieron en grupos hacía sus compañías, dónde pasarían
el control nocturno. Llamé a Mando y comuniqué que había recibido el “sin
novedad” de la escolta y los conductores de los camiones.
Me ocupé de comprobar que la
guardia hubiera cenado, incluidos los que estaban de puesto y salí al exterior
del barracón huyendo del ruido que surgía de la cantina, miré el reloj,
faltaban unos minutos para que tuviera que ordenar el cierre. Un trabajo feo,
porque la gente se empeñaba en alargar el tiempo de permanencia como si el mundo fuera a acabarse esa noche y a veces costaba que salieran.
Comprobé la hora en mi reloj y a
desgana fui a cerrar la cantina, fue de los días fáciles, menos dos de los que
habían salido a Metkovic y que tenían sus facultades mentales algo
perjudicadas, los demás salieron rápidamente. Fui controlando a los dos
legionarios a los que les costaba volver al modo “chavalote se acabó la
fiesta”, hasta la puerta y allí el aire fresco de la noche los espabiló y
comenzaron la subida de la cuesta hacia sus unidades.
Mientras miraba como subían
trabajosamente por la pista, encendí un cigarrillo y de golpe a unos metros de
mí vi a tres legionarios de mi sección que a la carrera se incorporaban a la
cuesta pero viniendo de la ladera que bajaba hasta la carretera, esos habían
subido directamente desde la carretera. Tomé nota en mi agenda mental, para
averiguar cuando saliera de guardia, qué pasaba con aquellos tres.
Terminé el cigarrillo y me senté
en el banco de la puerta a charlar con la gente, a los pocos minutos un
legionario que teníamos en la esquina para que nos avisara si bajaba algún mando, me advirtió que se acercaba el capitán
Romero, me acerqué hasta la esquina y efectivamente vi a Romero, pero
acompañado por un HVO y uno de los intérpretes.
No me pregunten el motivo, pero en
cuanto les eché el ojo encima, supe que pintaban bastos...”
Pero eso se lo contaré el domingo
si les parece bien. No se lo pierdan porque es muy interesante.
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