"...Los que de ustedes me leen con
cierta frecuencia, ya saben que le tengo cierta alergia a las guardias. A las
que me tocó hacer en Bosnia y a todas las que he hecho en infinidad de lugares.
Hay servicios que a uno se le atraviesan más de la cuenta y en mi caso
particular las guardias eran mi auténtica debilidad. Unan ustedes a esa
antipatía natural la cantidad de guardias que nos tocó hacer en Bosnia, unas
cuarenta en seis meses, guardia arriba, guardia abajo y convendrán conmigo en
que efectivamente está justificado afirmar que lo de las guardias no era plato
de gusto para casi nadie, aunque ya se sabe que para gustos, colores.
Viene a cuenta el proemio, porque
lo que les voy a contar sucedió un domingo que estábamos de guardia. No es que
tuviera importancia lo del día festivo, durante los seis meses de misión,
entramos todos o casi todos los que allí estábamos en un espacio temporal en el
que no había días festivos y mucho menos eso tan británico, al menos en su
origen, del fin de semana.
Todos los días eran iguales, no
había diferencia entre un lunes, un jueves o un domingo. Fue algo que no había
considerado a nivel consciente – que diría un moderno – aunque estuve mucho
tiempo notando algo raro, sin saber qué era lo que me pasaba, hasta que un buen
día descubrí que esa sensación se debía a que vivíamos en un calendario plano
en el que todos los días eran iguales. Luego el tiempo, eso que todo lo cura,
hizo que desapareciera el run run de marras y que viviera tranquilamente sin
que me importara lo más mínimo saber en qué día de la semana estábamos.
Así que ya les digo, estábamos
en Bosnia, corría el año 1993, era
domingo y habíamos entrado de guardia, un panorama – se lo puedo asegurar - de
lo más estimulante y alentador. El relevo se había desarrollado con normalidad
y ahí estábamos, en aquel lugar, sucio - el barracón que ocupaba el cuerpo de
guardia, por mucho que lo limpiaras siempre daba sensación de estarlo -
polvoriento y caluroso, esperando que no sucediera nada raro y que las horas
pasaran con rapidez. Dos cosas muy difíciles de conseguir, al menos en Bosnia,
pero ya saben ustedes como es la vida, lo último que se pierde es la esperanza
o eso al menos dicen los optimistas.
Mediada la mañana aparecieron por
el cuerpo de guardia dos civiles. Uno bajito, pero bajito de verdad, para
entendernos, era corto de estatura hasta para los españoles; estaría en la
sesentena como poco, vestido totalmente de negro, con americana, chaleco, gorra
y una camisa blanca, uniformidad que me recordó
a la de los habitantes de aquel pueblo siciliano, Corleone, que nos
mostró en el Padrino, el maestro Francis Ford Coppola. Parecía fatigado y
llevaba un fardo de ropa colgado al hombro que lo identificaba casi al 100%
como refugiado, su acompañante era más joven,
vestía unos tejanos y una camisola de chándal y portaba bajo el brazo un
paquete de dimensiones considerables.
Saludó y como tenía mucho que
explicar, al menos nos estaba soltando un discurso muy rápido del que no
entendíamos nada de nada, llamamos a mando para que nos enviaran un intérprete.
Bajó Adriana lo que me alegró, no me hubiera hecho ninguna gracia que nos
hubiera tocado un traductor ultra croata que teníamos en Dracevo, sobre todo si
tenía que traducir lo que nos quería decir un tipo, que tenía todos los números
para ser musulmán; una clase de ciudadanos muy poco apreciada en la zona en la
que estábamos y a los que se había perseguido con auténtica saña por la comarca
más cercana a la población de Capljina.
Adriana lo saludó, mandé que le
dieran agua porque parecía acalorado, bebió con fruición y cuando acabó, me
miró y señalando con la cabeza a su acompañante movió ligeramente la botella
que sostenía en su mano. Le dije que sí, que podían beber todo lo que quisieran
y Adriana se encargó de hacérselo saber. Los sentamos en uno de los bancos al
lado de uno de los morales que nos daban sombra, les ofrecí un cigarrillo, lo
aceptaron y en cuanto empezó a echar humo, el vejete se puso a hablar con
la intérprete.
Ésta lo escuchaba atentamente,
por dos veces intentó meter cuchara pero el bosnio no dejaba de hablar ni para
respirar. Cuando por fin acabó, Adriana me miró muy seria y me contó lo que le
había explicado Amir, creo recordar que así era como se llamaba el hombrecillo
vestido de negro. Éste era el jefe de un grupo de musulmanes de Tuzla, miembros
de un convoy de ayuda humanitaria, conductores, ayudantes y los que se ocupaban
de la carga, a los que los croatas
habían detenido hacía algún tiempo acusándolos de tráfico de armas y habían
dado con sus huesos en un campo de… retención que había en Capljina, sin que
mediara juicio ni nada que se le pareciera. No había habido manera de que nadie
les escuchara y aquella mañana, por sorpresa, los habían puesto en libertad con
la intención de que las buenas gentes de la zona los mataran, al menos eso era
lo que les habían dicho entre risotadas los guardianes croatas que gestionaban
el campo de detención.
Le pregunté a Adriana que pensaba
de la historia y la intérprete se encogió de hombros. — No sé qué decirte Rives, los detuvieron y los
metieron el campo sin trámite alguno y ahora los ponen en libertad sin dinero,
ni a quién acudir, resulta extraño. Si dice que los han liberado para que la
gente de la zona los mate, seguramente tenga razón y los del HVO se hayan
encargado de calentar los cascos a los habitantes, que tampoco necesitan que
los animen demasiado para eso, en Capljina hay mucha gente que ha perdido
familiares a cuenta de la guerra con los musulmanes.
Resoplé, el asunto no tenía buena
pinta ―Bueno pues llamaré a mando, a ver que dicen.
Me metí en el despacho y por el
genéfono llamé a la PLM para hablar con el capitán Armada, que era el que
estaba de servicio. Mal asunto, porque el capitán no es que fuera mala gente,
que no lo era, pero desde que le eché la vista encima pensé que le faltaba
veteranía como para llevar la S-2 del GT. Colón, para más INRI el asunto del
que tenía que hablar con él, me parecía complicado y necesitaba de más mano
izquierda de la que tenía Armada.
Se puso y me escuchó en silencio, cuando acabé me
dijo ― No es asunto nuestro, es un asunto de ACNUR y no de UNPROFOR, nosotros nada podemos hacer y nada, repito
Rives, nada, debemos hacer
Intenté decirle algo, pero no me
dejó. ― Rives esto es lo que hay, no tenemos nada que hacer y desde arriba ya
se nos ha advertido para que no nos metamos en berenjenales que no nos
corresponden, los refugiados no son cosa de UNPROFOR.
Me extrañó que no consultara
siquiera con el teniente coronel; aunque los refugiados fueran cuestión de
ACNUR, estaba seguro que algo se podía hacer, pero no me dejó ni hablar. Lo
cierto es que se cerró en banda ante cualquier posibilidad de procurar algo de
ayuda para los musulmanes. Salí y le expliqué a Adriana lo que había para que
se lo dijera a los dos musulmanes que esperaban allí, preocupados, pero con
mejor cara que cuando llegaron.
Cuando terminó de hablar con
ellos se despidió de mí, tenía que subir a Mando. ― Adriana, hazme un favor,
mira a ver si consigues una dirección o un número de teléfono para dárselo a
esta gente, porque a ver que van a hacer si no saben siquiera dónde acudir en
demanda de auxilio. Adriana sonrió y me aseguró que me llamaría. Cuando iba a
irse, le detuvo la voz del centinela que llamaba al cabo de guardia.
Miré, en un campo que había al
lado del barracón, separado por una pista que rodeaba la construcción por su
fachada delantera, estaban dos croatas de paisano que nos estaban gritando. Mal
negocio, porque los dos cabrones iban armados, uno, al que conocía porque era
el marido de la señora que me lavaba la ropa y que vivía a cincuenta metros de
la entrada al campamento llevaba su kalashnikov y el otro berzas llevaba una
escopeta repetidora de 12 mm y a falta de una canana, llevaba dos bandoleras de
munición, me dio la impresión que los
dos llevaban la bodega bastante cargada de rakia.
Le pregunté a Adriana qué es lo
que decían y me contestó que estaban insultando a los dos musulmanes y que
decían que no querían gente así cerca de sus casas, que los echáramos de allí inmediatamente, que ellos se
ocuparían de esa gentuza. Le pedí a Adriana que les dijera que se retiraran de
allí, que no quería gente armada cerca del cuerpo de guardia. Se fueron
amenazando que irían a quejarse a Capljina.
Llamé a Ávila, para que pusiera a
dos legionarios justo a la entrada de la pista, tenían que impedir que pasara
gente armada en dirección al cuerpo de guardia. En cuanto montamos ese puesto,
advertí al Sgto 1º para que en cuanto llegaran los vehículos que traían la
comida que se cocinaba en Metkovic, mandara a la guardia a comer. Tenía el
presentimiento que se iba a liar el negocio y mejor afrontarlo con la barriga
llena.
― Por cierto Ávila, que los
legías traigan del comedor lo que pillen para que estos dos coman algo y
mientras tanto que se pongan al otro lado de la pista y así –técnicamente – no
estarán en el cuerpo de guardia.
Así se hizo, los legionarios
comieron a toda prisa y bajaron con pan, fruta, dos botellas grandes de Pepsi
Cola y unos dulces, con eso y las latas de las raciones de previsión que
sacaron de sus reservas particulares los legionarios de mi BMR, que estaba
plantado justo al lado del barracón, nuestros dos “invitados” comieron y
sacaron la tripa de mal año. Para rematar, Morales, que era más malo que la
carne de pescuezo como conductor, pero muy buen tío, les acercó café y unos
cigarrillos.
Adriana no me había dicho nada
todavía y pensé en pasarme por el puesto de mando, aprovechando que iba a subir
a comer. Le advertí a Ávila que se quedaba a cargo de la guardia y me dirigí
hacia el barracón de mando. No había nadie, solamente un escribiente que no supo decirme dónde estaba
la intérprete, me acerqué a la tienda comedor y comí rápidamente mientras me
entretenía en espantar a las avispas que acudían en masa para beber de los
vasos de Pepsi Cola y que eran una auténtica plaga. Terminé de comer, tampoco es
que hubiera demasiado y volví al cuerpo de guardia, cuando pasé frente al
barracón de mando, salía el legionario con el que antes había hablado, me miró y me hizo un gesto negativo con la
cabeza.
Sin embargo en las cercanías del
cuerpo de guardia sí había habido novedades, de nuestros dos invitados sólo
quedaba el más viejo, el otro se había ido, pero había dejado su fardo allí, al
lado de su compañero, por lo tanto seguro que iba a volver. No estaba
tranquilo, pensaba que estábamos pasando por un tiempo muerto, pero que en
cuanto algo se moviera lo más mínimo, en uno u otro sentido, íbamos a tener
asuntos complicados que resolver, a sabiendas de que el capitán de servicio me
había ordenado que pasara del asunto.
Estaba sentado en el cuarto del
oficial de guardia, cuando se asomó el Cabo Dobao a la puerta. ― Con su permiso
mi teniente, dice el sargento 1º Ávila que haga el favor de salir.
Me levanté con el convencimiento
que lo que se me invitaba a contemplar no me iba a gustar ni mijita. Salí y en
el lugar en el que al entrar había dejado al musulmán vestido de negro más solo
que la una, pude ver que había más de dos docenas de lo que parecían
refugiados. Todos estaban en el campo que estaba al costado del cuerpo de
guardia y por tanto fuera de los límites del campamento, aunque eso iba a
resultar una excusa muy débil si al final las cosas se liaban. Vi con
preocupación cómo los legías les habían dado agua y unas latas para que
comieran. Como al capitán Armada se le ocurriera darse una vuelta por la guardia,
se iba a liar la de Dios es Cristo.
Oí como llamaban al oficial de
guardia, corrí hasta poder ver la pista que bajaba al cruce y a la altura de
mis dos legionarios estaba detenida una camioneta de esas que tienen cabina y
una caja para carga, en la que viajaba un “selecto” grupo de milicianos
croatas, armados hasta los dientes, como era costumbre. Oí unos pasos a mi
espalda, era el cabo 1º Guerra que con dos legionarios más venían a la carrera
cetme en mano. Agradecí el detalle, sabía que los croatas no iban a comprender
lo que les dijera en español, pero les iba a quedar más que clara, cristalina,
mi intención en cuanto les hablara apoyado por la presencia de cinco
legionarios armados.
Le exigí que se marcharan, me
insultaron y me advirtieron o eso entendí que se iban para Capljina a hablar
con el comandante Obradovic, dieron marcha atrás y un poco más abajo giraron y
se perdieron en dirección a donde quiera que el diablo llevara sus pasos. Ahora
me tocaba bailar con la más fea, tenía que darle la novedad al capitán Armada y
ahí no me iba a valer el apoyo moral del 1º Guerra. En cuanto le nombrara a
Obradovic que era la máxima autoridad militar croata en la zona y un borde de
cuidado, me iba a montar la mundial.
Di media vuelta y pausadamente me
dirigí al cuerpo de guardia, mientras caminaba iba pensando en cómo enfocaría el asunto..."
Pero eso se lo cuento el próximo
domingo…. Si ustedes quieren.
Comentarios
Publicar un comentario