Lo mejor es enemigo de lo bueno. (Final)



Por fin llegó el domingo, no sé cuál será el motivo pero esta semana se me ha hecho interminable, será culpa del “acueducto”. Como ya saben ustedes, sobre todo si son lectores habituales, los domingos no hablamos aquí de política, es una  medida de higiene moral que creo que hay que mantener. Así que la política volverá a tener protagonismo en el blog, mañana lunes. Hoy les ofrezco el final  del relato  "Lo mejor es enemigo de lo bueno” que forma parte de mi libro “Legionario en Bosnia 1993”.

Unos hechos que sucedieron un día de misión en Mostar de lo más normal, un día más bien tranquilo que sin embargo terminó por mi culpa de una manera terrible que no podré olvidar jamás.
Espero que la lectura de esta entrega les anime a adquirir el libro. Si así fuera les basta con clicar en la imagen de la publicación que se encuentra en la columna a la derecha del texto, exactamente donde dice "Compra Legionario en Bosnia 1993, aquí" el enlace los llevará hasta la página que les permitirá comprarlo en Amazon.

“Nos pusimos en marcha y nos encaminamos hacia el puente de Tito, un puente Bradley que suplía al de obra que había sido volado durante la guerra con los serbios. De hecho los únicos puentes existentes en aquellos momentos en la ciudad eran, el de Tito, una pasarela que utilizaban los musulmanes y el Stari Most, el viejo puente que daba nombre a la ciudad y al que todavía no habían destruido los croatas, que cuando les interesó no vacilaron ni un momento en cargarse una obra de siglos, cuyo significado como símbolo les molestaba.  Ya en las afueras de Mostar todavía estaba en servicio el llamado puente de Aviadores que también utilizábamos de vez en cuando.

Pasamos por el puente, con la precaución de que los  BMR lo cruzaran de uno en uno. Esa era una cautela de la que siempre nos advertía el capitán Romero, que nos machacaba una y otra vez, incansablemente diría yo, con el aviso. Así que, al menos en la Cía. Austria, todo el mundo sabía que  debíamos cruzar el puente de uno en uno e incluso la tropa recibía con cierto pitorreo el mensaje que en un día normalito podía repetirse, como poco, seis o siete veces.

Entramos en territorio musulmán y al llegar a la calle principal del barrio, torcimos a la izquierda para ir hasta el hospital. Todo parecía ir bien, pero no podíamos confiarnos. Los del HVO sabían casi inmediatamente si había vehículos de UNPROFOR en el hospital y si estaban de malhumor   largaban tres o cuatro salvas de mortero, con el fin de que supiéramos que nos tenían localizados, advertirnos que no les gustaba nada la visita y ya de paso sugerirnos sutilmente que ahuecáramos el ala a la mayor brevedad. El flujo de información entre las dos zonas era tan fluido y rápido, en uno y otro sentido, que realmente daba miedo.

Por eso no me hacía ninguna gracia ir al hospital, eran muchas ganas de jugar con la suerte, tampoco vayan a pensar que aquello era como jugar a la ruleta rusa, pero ya se sabe que tanto va el cántaro a la fuente que al final… y al final estaba mi gente. Cierto es que aparcábamos a cubierto de las armas de tiro tenso, pero si hablamos de fuego de morteros es distinto. Porque por mucho que nos situáramos pegados a la fachada trasera del hospital para que la edificación nos cubriera, si por casualidad los del HVO lograban colocar un par de granadas en el patio trasero del hospital, tal y como había sucedido alguna vez, la cosa no iba a tener ninguna gracia y ya para que les cuento si conseguían un impacto directo sobre algún vehículo.

Así que me prometí hacer una visita rápida a Milovic - se pusiera como se pusiera y me contara lo que me contara - para no dejar a mi gente a merced de los tiradores de los morteros del HVO, que afortunadamente no debían ser demasiado buenos teniendo en cuenta los pocos blancos que conseguían. Pero la fortuna es cambiante y no merecía la pena correr riesgos innecesarios, personalmente creía que con que afrontáramos los necesarios, teníamos  más que suficiente.

Por radio le recordé a Ávila, las medidas de precaución, que en eso todos éramos hasta pesados. Me pasaba a mí con el capitán Romero,  a los jefes de pelotón conmigo y  a los legías con los tirillas y el sargento 1º. Todos temíamos que se produjera una imprudencia y a consecuencia de ella  tuviéramos alguna baja. No hay nada que te dé seguridad absoluta en zona de guerra, pero al final uno se inclina a pensar que por dar la paliza, aunque uno resulte muy pesado, que no quede.

Le dije a Guerra lo mismo que me había escuchado decirle a Ávila por radio y le advertí que ante cualquier novedad me avisara inmediatamente. Bajé del vehículo y “Carmen” utilizó la portezuela que se abría cuando no se quería bajar el portón trasero. Cuando consiguió salir, recuperar el equilibrio y colocarse el casco en el lugar que se supone debe ocupar, entramos en el hospital.

Allí mismo estaba Milovic que se apresuró a saludarnos, le presenté a “Carmen” y enseguida puso en marcha su reconocida capacidad  de seducción y mientras charlaba y sonreía arrancó hacía el sótano que era la planta donde habitualmente nos recibía. Como me temía “Carmen” recibió el tratamiento completo, primero la seducción y luego el horror, ante el espectáculo dantesco que tuvimos que ver sin ninguna prisa.

Finalmente entramos en el cuarto en el que Milovic recibía, allí tenía el café que se apresuró a servir mientras nos pedía que tomáramos asiento. Sorbí de la taza, el café era bueno, estaba caliente y extremadamente dulce, tal y como les gustaba a ellos, me lo bebí de un sorbo y le pedí a “Carmen” que le trasladara a Milovic que el capitán Romero pasaría sobre las 20,00 horas para recoger las bombonas de oxígeno que tuviera vacías. Lo hizo y se enzarzaron en un largo cambio de impresiones que no podía tener que ver con las dichosas botellas. “Carmen” hacía demasiadas preguntas que el otro contestaba muy apasionadamente. Cuando acabaron, le ofrecí un cigarrillo al médico y un paquete de café. Sonrió agradecido, dio las gracias y guardó silencio mientras observaba fijamente a la intérprete.

“Carmen” me miró y empezó a contarme que el Dr. Milovic tenía una gran opinión sobre mí y que era por eso que se atrevía a pedirme un favor que me agradecería mientras viviera. Mentalmente me persigné, no sabía si Milovic era musulmán practicante o no, pero me pareció que persignarme en aquel hospital no iba a ser un gesto demasiado bien comprendido.

― ¿Qué quiere que haga?
― El doctor dice que no se lo pediría si no fuera porque están viviendo una situación desesperada. Están sin anestesia y tiene que operar con urgencia a dos niños
― “Carmen” ahórreme lo de los niños, que el doctor ya lo tiene muy usado conmigo y no cuela. ¿Qué es lo que quiere exactamente Milovic?
― Pues que nos acerquemos al hospital croata y allí una doctora amiga suya, nos prestará una botella de peróxido nitroso, la cogemos y se la traemos hasta aquí.

― Claro y yo soy el arzobispo de la Seo de Urgel ― La traductora no entendió lo del arzobispado pero me dio igual ― “Carmen” lo que nos está pidiendo el doctor es que vayamos hasta el hospital croata y nos traigamos por la cara una botella de anestesia y eso es un asunto que puede tener consecuencias muy graves.
La intérprete me miró y muy seria dijo ― Pues sí, así es.

La verdad es que me desarmó, si llega a intentar dorarme la píldora, ipso facto hubiera dicho que no y habríamos salido de allí haciendo fu como los gatos, pero me reconoció de frente la barbaridad que me proponía y me descolocó. Miré a Milovic y pude ver en su cara la angustia por la que estaba pasando, sabía que utilizaba sus trucos especiales para ablandarnos, pero me daba la impresión que realmente estaba desesperado.

Personalmente suponía, no quería profundizar demasiado en el asunto, que iba a pecar militarmente si me metía en ese asunto, pero mi otro yo, me dijo que tampoco era tan distinto lo de la anestesia y lo que la AGT había autorizado con las bombonas de oxígeno que recogería Romero en el hospital, así que si era pecado, que lo era, sería de los leves, incluso si lo pensaba bien, solamente una pequeña falta administrativa.

Resoplé, no sabía cómo pero me había decidido a hacerlo. La anestesia no iba a suponer una mejora en la capacidad militar de los musulmanes y  si el doctor en lugar de ser musulmán, fuera croata y la situación fuera justo la contraria, seguro que ayudaría a los croatas, Desde mi punto de vista eso demostraba mi neutralidad.  Le pregunté si la doctora era de confianza y “”Carmen” me confirmó que era musulmana y que estaba como muchos de sus compañeros  retenida por  los croatas, que andaban muy escasos de médicos.

― ¿“Carmen” usted sabe dónde encontrar a la doctora?
― Sí, la encontraremos en la segunda planta del hospital.
― ¿Cómo es de grande la botella de la anestesia?
― Me ha dicho el doctor que medirá sobre 1,40 metros.
― Pues dígale a Milovic que vamos para allí y que si todo sale bien en media hora estaremos de vuelta  con la anestesia.

Salimos. Mientras subía por las escaleras pensé en que como nos trincaran los croatas, lo íbamos a pasar mal, a la intérprete le iba a costar el trabajo y a mí, seguro que me mandaban para España y me iban a empapelar bien empapelado. Así estaban las cosas, pero si había decidido jugar, jugaría, al fin y al cabo lo tenía claro; si en La Legión decides, en uso de tu libertad individual saltarte las normas, si te pillan, pagas y aquí se acabó el problema.

Montamos en el BMR y nos pusimos en marcha, por la línea interna le pregunté a Morales si sabía dónde estaba el hospital croata, no lo sabía, pero cuando le expliqué que estaba al lado de una pizzería frente a la que estacionábamos con frecuencia, supo a qué edificio me refería. Mientras íbamos hacia allí, le expliqué a “Carmen” lo que íbamos a hacer. Entraríamos los dos y subiríamos a la segunda planta procurando dar las menores explicaciones posibles y sin dar demasiado el cante, cuando nos encontráramos con la doctora, recogeríamos la botella y saldríamos por dónde habíamos venido, sin prisa, pero sin detenernos para nada. En estas cosas, lo mejor es entrar y salir lo más rápidamente posible, pero con naturalidad, sin llamar demasiado la atención.

La intérprete me miraba y al final se arrancó ― Estoy muy contenta de que haya aceptado, soy croata, pero estos del HVO son unos hijos de puta.
Me eché a reír ― apoyo la moción ― le dije.
Callé porque estábamos llegando. Aparcamos en la acera casi en la misma esquina de la calle por la que se accedía a la entrada del hospital. Maldije entre dientes cuando vi a tres soldados del HVO que estaban frente a la entrada, supuse que en funciones de vigilancia. Me bajé del BMR, abrimos la portezuela trasera y le dije a Guerra que cuando saliera del hospital, vendría con una botella de anestesia y que la cargaríamos por allí rápidamente y en silencio.

El hospital tenía una de sus fachadas que daban a la avenida en la que estábamos aparcados, pero la entrada estaba en la calle que se abría perpendicularmente a la travesía en la que nos encontrábamos. La entrada daba a un jardín y girando a la izquierda había una especie de túnel en mitad del edificio con una puerta en cada uno de sus lados. Entramos en el túnel y por la puerta a nuestra derecha accedimos al hospital,  sin detenernos subimos andando a la segunda planta. Fue llegar al rellano y nos topamos casi de bruces con una mujer morena, guapa, de unos cuarenta años que evidentemente nos estaba esperando y saludó en croata. Miré a “Carmen” que habló unos segundos con ella y me confirmó que era la doctora, cambiaron unas frases y la doctora abrió la puerta de un cuarto de limpieza en el que destacaba la presencia de una botella metálica de las grandes, la miré y asintió.

La cogí, pesaba bastante, me despedí y bajé por la escalera mientras oía a “Carmen” que me seguía, salí por el túnel y me dirigí a la calle, pasé justamente al lado de los HVOS a los que saludé con el dobar dan reglamentario y continué con cara de no haber roto un plato. Los tipos contestaron al saludo y oí que hablaban excitadamente entre ellos. Sin siquiera comprobar si la traductora me seguía me acerqué al BMR y me dirigí a su parte trasera, la puerta estaba abierta y en cuanto coloqué el extremo de la botella en el interior, ésta desapareció a toda velocidad.

Más tranquilo, miré y vi a “Carmen” que estaba a mi lado, le pregunté si había oído que decían los del HVO y me contestó que discutían sobre si cuando habíamos entrado llevábamos una botella o no. Miré discretamente y me dieron la impresión de que habían perdido el interés por nosotros
― Venga “Carmen” suba que nos vamos.
La intérprete me miró ― Es que quería decirle una cosa importante, la doctora me ha dicho que tiene dos botellas de oxígeno medicinal para mandárselas a Milovic.
― Bajo ningún concepto “Carmen”, vinimos a por la anestesia y eso es lo que nos vamos a llevar.
― Pero ella me ha insistido mucho, en un momento subimos y las traemos. Está bueno lo de la anestesia pero será mejor si le llevamos también el oxígeno

Y en ese momento, todavía no sé bien porqué, cometí un error extraño y descomunal. Me había pasado la vida predicando que lo mejor era enemigo de lo bueno y pensé,  bueno no sé exactamente lo que pensé, quizás no quise pasar por timorato y tragué. Todavía es hoy y sigo arrepintiéndome; le di una voz a Ávila para que nos acompañara y volvimos al hospital, subimos a la segunda planta, cogimos los tubos de oxígeno, las dos mujeres se besaron y bajamos, pero esta vez en cuanto salimos por la puerta que iba a la calle, los del HVO nos estaban esperando y nos pararon.

Empezaron a preguntar quién me había dado los tubos y con qué permiso contaba. Quise salir por la tangente y expliqué que el doctor Zuric – un médico croata que trabajaba en el otro hospital de Mostar  - me había dicho que viniera aquí y que me darían los tubos, los había pedido y me los habían dado, aunque no conocía el nombre del médico que me los había entregado. No me dejaron ni terminar, se pusieron violentos y cargaron contra la intérprete, le pregunté qué le estaban diciendo.
― Que hasta que no devolvamos el tubo que hemos sacado, se quedan conmigo.

No quedaba gran cosa que hacer, yo seguía haciendo el papel de idiota entre indignado y confuso, pero le di una voz a Guerra para que trajera el tubo de anestesia y se la entregamos al HVO. Siguió la discusión pero en otro tono. Les dije que nos íbamos a ir y pedí perdón por la confusión y conseguí que permitieran que “Carmen” se pusiera a mi lado, la tensión fue amainando,  ni siquiera sé cómo acabó la bronca, pero sí cuando. Se acabó cuando vimos los del HVO y nosotros, acercarse a la puerta la doctora que nos había dado la anestesia.

Nunca olvidaré  la visión de la figura de la doctora musulmana, que lentamente, en silencio, salía del hospital  entre dos HVOS, que la conducían calle arriba al lugar del que jamás volvió.”  

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