Mi amigo Ramón



Dedicado a mi buen amigo RGP.

Hasta los mismo pelos de hablar de Pedro Sánchez y su gobierno, hoy he decidido contarles mi vida, bueno tampoco tanto, no se asusten, simplemente voy a intentar plasmar algo que ayer se me pasó por la cabeza mientras intentaba conciliar el sueño.

Ayer mi amigo Ramón me telefoneó y estuvimos un rato hablando, todo normal, hablamos casi cada semana y supongo que muchos de ustedes charlarán telefónicamente con sus amigos. Hablamos, como no puede ser de otra manera sobre la epidemia,  él vive en Barcelona, comentamos sobre la crisis económica que se nos viene encima y de la incapacidad de los supuestos responsables de nuestro bienestar para hacer frente a este fenómeno. 

Como les digo nada de particular, pero esto del confinamiento, crea momentos para la reflexión y ya acostado mientras esperaba a que me venciera el sueño, me fueron llegando una serie de pensamientos que me hicieron sentir la importancia de tener un amigo como Ramón

En mis tiempos se nos educaba para que los varones no exhibiéramos  nuestros sentimientos, eso estaba muy mal visto, los hombres debíamos ser gente dura  y las cuestiones del sentimiento debían quedar guardadas en el fuero interno y se dejaba su demostración pública para los seres sensibles y débiles, grupos en los que muy pocos hubiéramos querido que se nos incluyera

Será que la vida te va cambiando o que los años no perdonan, pero ayer por la noche, decidí contar lo agradecido que estoy a la vida por tener presente en mi existencia a mi amigo Ramón. Soy hombre de pocos amigos, quizás sea muy exigente pero si los cuento, me sobran los dedos de una mano; no podré presumir de cantidad pero sí de calidad y eso me parece importante.

Conocí a Ramón en Murcia en el año 1967, éramos los dos de Barcelona y la vida nos había llevado a la Brigada Paracaidista, firmamos un contrato de veinticuatro meses, que fue lo que duró nuestra mili. Fue una experiencia durísima y no exagero ni un milímetro, tanto desde el punto de vista físico como del psicológico aquello fue muy penoso, pero afortunadamente los dos lo pasamos con nota alta.

Hicimos juntos el curso paracaidista y nos destinaron a la misma compañía. Mi amigo Ramón era y es, un tío más bien bajito, fuerte, zurdo, socarrón, con un afilado sentido del humor, dueño de una retranca muy importante, que alguna vez le ha proporcionado algún disgusto.

La vida que es así, nos incluyó en un grupo que iba a preparar una prueba militar muy dura, la Patrulla de Orientación. Si como ya he dicho, el curso paracaidista y la instrucción militar fueron durísimos, extremadamente exigentes en lo físico y en lo psicológico, lo de aquel entrenamiento fue brutal.

Personalmente perdí 23 kilos desde febrero a septiembre, durante ese tiempo, de los treinta que fuimos seleccionados en el primer momento, fueron cayendo por lesiones, enfermedad o incapacidad, un montón de gente, hasta que quedamos los cinco capullos que nos comimos el marrón y allí estábamos Ramón y yo, que junto a los otros tres compañeros y el jefe de la patrulla hicimos más kilómetros a golpe de calcetín que Anquetil en bicicleta.

Todavía me acuerdo, unas veces con humor, otras con horror y a veces con melancolía, de aquellos catorce kilómetros que como mínimo nos tocaba correr diariamente, con uniforme de instrucción, casco de guerra, correaje, el Cetme, cinco cargadores municionados y un puñetero blanco. Todavía se me ponen los pelos de punta cuando recuerdo aquellos meses del verano murciano, que transformaban aquella carrera en un auténtico matahombres.

Ramón y yo superamos lo de la patrulla, ganamos el campeonato regional y después el nacional y ya destinados en la compañía de instructores,  nos dedicamos a lo que nos tocó. Éramos jóvenes, estábamos dispuestos a comernos el mundo y aguantamos todo lo que hubo que aguantar, que fue mucho y variado.

Las pasamos de todos los colores y siempre Ramón demostró que era un tío que se vestía por los pies y además un buen compañero. Todo acaba, llegó la licencia y con ella la separación de los amigos de la mili. Sabíamos que lo suyo era que nos perdiéramos de vista, aunque todos hicimos el propósito de mantener el contacto.

Sucedió lo que tenía que suceder y Ramón y yo no volvimos a conectar. El tiempo, la profesión, la familia, los hijos, nos colocaron en el lugar que nos tenían que colocar. A pesar de ello y de manera inopinada nos reencontramos, la distancia geográfica nos impuso el contacto vía telefónica, pero volvimos a saber de nosotros, después hemos mantenido esa relación, nos vemos una o dos veces al año y hablamos por teléfono con cierta frecuencia.

Ramón es un hombre amigo de la buena mesa y sabe, porque se ha preocupado de ello, mucho de vinos. Cuando voy a Barcelona aprovechamos la ocasión para rendir culto a esas aficiones y a la conversación, que en eso nos parecemos, los dos somos del sindicato de los que no se callan ni debajo del agua. Mi amigo es un hombre que sabe muchísimo de restaurantes y me orienta. Soy de Barcelona pero el hecho de vivir tan lejos, hace que cuando voy allí sienta a veces la desagradable sensación de ser forastero en mi propia tierra.

Así que sostenemos una amistad lejana en lo geográfico, con pocas ocasiones para vernos personalmente, pero siento que la amistad que nació en nuestra lejana juventud  se ha mantenido e incluso enriquecido. Somos muy distintos, políticamente diría yo que somos antitéticos, pero puedo hablar con Ramón de cualquier tema con absoluta franqueza sin que ello suponga problema alguno.

Conforta en estos momentos de zozobra contar con esa amistad. Vivo preocupado, al fin y a la postre tengo mujer, dos hijos, una nieta y otro que viene en camino y esta crisis sanitaria y la económica que le va a seguir más pronto que tarde me ponen los pelos de punta, le sucede lo mismo a Ramón, pero en estos momentos tan negativos contar con la amistad de mi camarada es un lujo que agradezco en el alma.

Espero que no lea esto, lo conozco y si lo hace me dirá que soy un cabrón, estoy convencido que utilizará exactamente esa frase, porque es la que  siempre utiliza  cuando por alguna razón le he emocionado.

La vida me ha hecho unos cuantos regalos y entre ellos está esa amistad que nació en 1967 y que ha llegado hasta la fecha viva y potente a pesar del tiempo y la distancia.

Algo positivo tenía que tener  el puñetero confinamiento que me ha ayudado a expresar por escrito, el agradecimiento que siento por contar con la vieja amistad de mi amigo Ramón.

Cuánta razón tiene el refrán que dice: Quién tiene un amigo, tiene un tesoro.

NOTA: Éste escrito se publica también en el digital El Diestro. Aquí les dejo el enlace a ese medio, que merece la pena leer.


https://www.eldiestro.es/

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