Rematando la tarea
Cuando ustedes lean esto que escribo el domingo, ya habré mandado en un mail a la editorial que va a publicar mi libro, tres archivos: El del texto de la novela y los que contienen la dedicatoria y el capítulo de agradecimientos que aparecerán en el libro. Así que, tal y como refleja el
título, habré rematado mi tarea; aunque todavía tenga que remitir el prólogo,
que aún no obra en mi poder, si bien espero que mi prologuista me lo mande en un
plazo razonablemente breve.
Comprendo que les puede sonar raro, porque la empresa ya tiene el texto de mi relato, fue lo primero que mandé, junto a esa sinopsis que ustedes han tenido la oportunidad de leer y una presentación personal. Pero resulta que a lo largo de una charla telefónica con mi editor, este me pidió que volviera a corregir el escrito y se lo mandara, yo le repliqué que en su momento ya se lo había remitido y que entonces ya estaba corregido. En un tono risueño me explicó cuál era el motivo por el que me pedía que acometiera la enésima corrección de la obra.
Lo que me vino a decir es que los escritores novatos, tenemos
la mala costumbre de que una vez que se ha aprobado la publicación de la obra y
firmado los contratos, cuando pensamos que ya todo está en las manos de los
profesionales que acometerán la corrección orto tipográfica, maquetarán el
texto y todas esas cosas que hay que hacer para que un libro llegue hasta las
librerías, parece que impelidos por una especie de angustia,
nos ponemos a corregir como locos el texto sobre el que ya está trabajando la
editorial y luego vienen las peticiones de cambios de última hora.
Tras haber sufrido ese problema unas cuantas veces, mi
editor tiene la costumbre de pedir a los autores que le den un último repaso al
texto antes de comenzar a trabajar con él, para que tengan ocasión de corregir lo que haya que corregir,
antes de que el escrito llegue a las manos de los profesionales que lo van a
convertir en un libro. Cuando le dije que comprendía su posición se echó a reír
y me dijo, corrige con cuidado porque en cuanto me mandes el texto, ya no podrás
corregir nada más.
Así que en estas dos últimas semanas, que ese fue el plazo que
me dio, me he visto en la obligación de acometer otra corrección. Se me ha hecho muy cuesta
arriba, aunque haya de confesar que he encontrado algunos errores que he corregido y ya de paso he pulido algunas frases que en esta relectura no me terminaban de
convencer. Lo de enmendar el texto es algo que ya se me hace muy pesado, debo
confesar que soy incapaz de releer algo que haya escrito sin caer en la
tentación de llevar a cabo alguna corrección, sumen ustedes a eso el hecho de
que esta es la tercera versión de la novela y ya pueden imaginarse la cantidad de veces que he retocado el escrito de mi relato
De hecho, soy incapaz de calcular cuantas veces lo he repasado y
corregido, me he acordado cientos de veces de la afirmación que hacía
el escritor argentino Jorge Luis Borges, al que admiro como escritor, pero he
de confesar que como persona siempre se me ha atravesado un poco, desde el principio me ha
parecido demasiado “compadrito” como dirían en su tierra, demasiado “echao p’alante” para mi gusto. Pero vamos a lo que vamos, en una
entrevista el periodista le preguntaba a Borges que procedimiento utilizaba
para decidir cuando una obra estaba lista para mandarla a la editorial y
contestaba el escritor que el corregía el texto cada vez que lo volvía a leer y
cuando se cansaba de hacerlo lo mandaba para que lo imprimieran.
Cuando leí la entrevista pensé, otra salida de Jorge Luis
Borges, pero si he de ser sincero ahora, salvando las descomunales distancias
que nos separan, lo entiendo, porque yo corrijo una y otra vez y no hay manera
que sea capaz de detenerme en la tarea. Así que, como les contaba, he retocado una vez más mi texto, me ha costado Dios y ayuda, pero ya está. Lo de la
dedicatoria, no me costó ningún trabajo, me salió del alma y tal y como se me ocurrió la escribí, lo importante es lo que digo y no como lo digo.
Con el capítulo de agradecimientos no es que haya sudado
tinta china pero por ahí le ha ido, porque como explico en el propio texto,
cuando te pones a dar las gracias y nombras a una serie de personas, siempre
cabe la posibilidad de que te olvides de alguien, que normalmente son de esas
personas de las que no te puedes olvidar de ninguna de las maneras, pero te olvidas y metas la pata hasta el corvejón. Le he
dado dos o tres vueltas y espero haber cumplido, aunque no es que esté totalmente
tranquilo.
En cuanto a lo del prólogo, la verdad es que a mí no se me había ocurrido que “Al madero no le gusta la ropa vieja” necesitara de un prólogo,
pero me lo pidió mi editor, que afirma que un buen prólogo ayuda a vender. No
sé qué decir al respecto, pero tendré que conceder que el que sabe de este
negocio es él. Me preguntó si tenía a alguien que fuera conocido y le dije que sí, que
hablaría con esa persona y ya le diría como había ido la gestión.
Llamé a un amigo de mi juventud, hemos conservado el vínculo
a lo largo de los muchos años que han transcurrido, se lo pedí y aceptó ser mi
prologuista. Incluso se tomó el trabajo de tranquilizarme porque a mí me parecía que la petición que le había hecho por sorpresa, sin anestesia, suponía un auténtico atraco. Les garantizo que es un prologuista de tronío, me van a permitir que me
reserve su nombre porque no me siento libre para sacarlo a pasear por aquí
hasta que me mande el texto.
Así que ya ven en que paso mi tiempo, como dice la canción,
esto es un poco el cuento de nunca acabar, porque cuando la editorial comience
su trabajo vendrán las correcciones, la elección de portada y lo que vaya
saliendo, que algo saldrá.
Hasta aquí hemos llegado, hoy mis lectores han salido
perdiendo, porque en lugar de hablar de un autor reconocido y de éxito les he
contado los duelos y quebrantos de un autor novato. Espero que si Dios quiere
nos veamos por aquí el próximo miércoles. Cuídense mucho.
Un abrazo.
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